viernes, 18 de agosto de 2017

HACIENDO JUSTICIA

Escribe Juan Santana

“BAJO MI PUNTO DE VISTA”  

HACIENDO JUSTICIA

Cuando los marineros se asentaron en la playa de Arinaga, la mayoría venidos desde la Bahía de Gando, residían en el trayecto que va desde el muelle hasta las inmediaciones de la actual sede de “Protección civil”. Unos lo hicieron en cuevas y otros en improvisadas casas, todas situadas en la orilla del mar, pero cuando era tan solo arena y el agua en escasas ocasiones llegaba a sus hogares.
Es difícil imaginarse esa estampa cuando se ve lo deteriorada que está en la actualidad esa misma orilla que un día pisaron nuestros familiares y vecinos.

Pero en este caso me referiré a la vivienda ocupada por el matrimonio compuesto por Agustín Herrera y su esposa “Dª Trinidad”, pero que todos llamaban “Trina”. Por supuesto vivían con ellos sus hijos, pero que a excepción de uno, todos se habían casado y tenían su casa en otro lugar del pueblo.  Se defendieron como “jabatos” ante los cambios que día a día hacían del litoral en torno a su casa, dispuestos a quedarse por duro que se lo pusieran, pero hasta última hora, “Trina” seguía vendiendo el pescado, no ya de su marido, sino de uno de sus hijos que iba a la pesca unos cuantos días en semana.

En la estatua situada al pie de la “Cuesta de Agüimes”, donde se ve a una señora con una cesta de pescado a la espalda, es el fiel reflejo de muchas mujeres que iban cargadas hasta Agüimes, entre ellas “Trina”, que era una de las que dejaba su casa por las mañanas para regresar después del mediodía, con el cuerpo abatido por el cansancio, pero sabiendo que al día siguiente le esperaba la misma tarea, pues eran tiempos duros y todos tenían que arrimar el hombro.  
  
A mediados de los años 80, les hicieron una oferta que consistía en darles medio millón de las antiguas pesetas, unos tres mil Euros actuales, con la condición de que abandonaran su casa y derruirla, yendo a vivir con uno de sus hijos.

Recuerdo las palabras de mi difunto padre, el cual me decía que en varias ocasiones se juntaban las dos familias para coger más pescado, siendo Trina una de las encargadas de venderlo, acudiendo cada día para entregar el dinero, producto de la venta, dando todos los detalles de lo vendido sin quedarse con un céntimo.

Por todo lo aquí expuesto, vaya para ella mi reconocimiento y respeto.    

 Con mucho cariño y admiración hacia una gran mujer:

Le reconoce su valía: Juan Santana Méndez 

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