Diario

Diario de un cura

EL PAN, COMIDA DE ÁNGELES

En un tiempo, hace ya años, viví cerca de una panadería. Era una calle estrecha y bonita.  Alguna vez había que cerrarla  para poder descargar la harina ya que  el camión ocupaba toda la vía. Por la noche se convertía en una calle silenciosa. Sin ruidos, ni coches ni gente. Hasta entonces yo sabía que a uno podía despertarle el ruido o también la luz. Allí experimenté que el olor, el olor a pan recién sacado del horno, también despertaba del sueño. Y cada mañana aquel olor que salía del horno me animaba a empezar un día transmitiendo la misma fragancia. El olor a pan caliente recorría toda la calle y avisaba a los vecinos que ya era hora de levantarse. Era un lujo vivir allí, al aroma de una panadería. 

   Pero había  más. Algunas veces,  cuando el olor a pan bueno me había despertado,  pude descubrir, atada a la ventana,  una bolsa con algunos panecillos. Yo  adivinaba fácilmente que eran un obsequio de aquellos buenos vecinos panaderos. Da gusto vivir al lado de una panadería. Y más agradable aún, vivir al lado de unos vecinos que saben a pan, que son como el pan. 

    Una niña que este año va a hacer la primera comunión me llamó para, en bajita voz,  preguntarme cómo se hace ese pan que después en la misa se convierte en Jesús. ¿Es verdad que está hecho por los ángeles?

    Tardé un poco en responderle porque las preguntas profundas necesitan ser pensadas. Y sé que no encontré palabras adecuadas. Le dije, un poco aturdido, que los panaderos no son ángeles pero si son buenos, como casi todos, hacen el mismo oficio de ellos. Y  que la gente buena es como el pan porque se dejan querer y que Jesús es pan y que cuando nosotros comemos el Pan consagrado nos hacemos buenos. 

Y la niña, con más lógica que yo,   me dijo:
-Todo eso quiere decir que los ángeles son los que hacen el pan de la misa, ¿sí o no?

Me sonreí y creo que acabé diciéndole que sí. Que los panaderos son ángeles. O que los ángeles son panaderos. Y  me da que acerté. Porque aquellos que me dejaban el pan en la ventana y hacían un pan riquísimo lo eran. Periquito y Nenita.  Y los que comen el Pan de la eucaristía, como los niños de estos domingos, también lo son. El pan es comida de ángeles.

Y ALGO MÁS: NIÑAS EN
RADIO TAMARACEITE



En las fotos que puedes ver más abajo hay tres niñas que en estos días harán su primera comunión: Keila, Zaira y Claudia. Ellas con algunos niños y niñas más, forman el grupo “Niños Misioneros”. Estuvieron hace unos días en Radio Tamaraceite y en el Parque de la Mayordomía. En alguna de las fotos están también Victor, el cura de Tamaraceite, Raúl Arencibia, presentador de Tenderete y  director de la radio. También  algunas madres: Guaci, Marimar  Mari y Adela. 



Pinche para ver las fotos:        


BENDITOS MAESTROS
Si yo no hubiera sido cura, probablemente habría elegido ser el cartero del pueblo. O a lo mejor, carpintero. No, periodista. O no: maestro. El viernes estuve en el colegio Beñesmén. Los profesores siempre me invitan  a visitarles, lo cual agradezco mucho, aunque sólo voy unas cuantas veces en el curso. El viernes estaban todos los niños en el patio porque acogían la Antorcha de la Concordia y el juego limpio. Niños y niñas portaban banderas y realizaron diferentes actividades lúdicas y deportivas. Un espectáculo precioso. En silencio se escucharon  palabras hermosas que varios niños recitaron:“Tarjeta roja al enfado,/ a la ira, a la violencia /al mal humor, a la furia,/ también a la impertinencia./   Tarjeta roja a la ofensa/ al enojo y al mal gusto, /al que pone zancadillas, al que siempre está disgusto”. 

Mientras gozaba del espectáculo, intenté observar, además, a cada uno de los profesores que allí estaban. Me admiró verlos disfrutando de lo que hacían los alumnos, sonrientes, con total tranquilidad. Y eso que tenían delante a unos quinientos niños y niñas, a un grupo de familiares y  las cámaras de televisión.  Me resultó curioso. No vi nervios ni enfados sino todo lo contrario. La chiquillería podía disfrutar y disfrutaba. Mucha armonía. Un pequeñajo abandona su lugar  para preguntar algo a  la profesora   y recibe una sonrisa de respuesta. Una niña pregunta al maestro si puede ir al baño. Ninguna mala respuesta, ningún mal gesto. Me acordé de la canción que estos días cantan los niños en la misa: “En la Pascua del Señor, no hay caras largas”. En este colegio tampoco las hay. 

Y yo me vine feliz a la Parroquia por encontrar tan buenos maestros como estos a los que he estado observando a distancia. Seguro que muchos niños soñarán con ser profesores como ellos. Seguro que todos estarán aprendiendo, además de las materias obligatorias de cada curso, lo que  cada profe les está transmitiendo con su ejemplo. Y  recordé que, cuando yo era niño, quería ser carpintero como mi tío Máximo, o cartero para repartir alegrías por las casas. O periodista,  porque me gustaban las aventuras. O maestro como D. José. O cura. Este día se me ha despertado otra vez la vocación de maestro. Como los del colegio que visité.

Bendita vocación. Benditos maestros.  

LAS ALEGRÍAS DE
UN PÁRROCO

Hay un libro de la Biblia, muy poco conocido, que a mí me anima a intentar siempre ver el lado positivo de los acontecimientos. Se trata del libro de Habacuc que, poéticamente dice:  

Aunque la higuera no dé renuevos,
ni haya frutos en las vides;
aunque falle la cosecha del olivo,
y los campos no produzcan alimentos;
aunque en el aprisco no haya ovejas,
ni ganado alguno en los establos;
aun así, yo me regocijaré en el Señor,
¡me alegraré en Dios, mi libertador!
Hay momentos que uno puede estar tentado de pesimismo cuando no logra los objetivos que había pensado; cuando  no se ven resultados de la catequesis o la predicación;  cuando parece que estamos en un desierto de fe, cuando encuentras desunión, envidias o celos. Nos pasa a todos, supongo. Y dan ganas de enfadarse y de tirar la toalla.  Pues no.  “Aunque en el aprisco no haya ovejas  ni haya uvas en las parras, yo me regocijaré en el Señor”. Porque muchas pequeñas alegrías van llenando los días y van llenando la vida. 

El pasado domingo, al llegar la noche, después de varias misas, reuniones y el diálogo con algunas personas, recordé estas palabras del Libro de Habacuc.  Y me salió de dentro decir entusiasmado: ¡Estoy contento! Estoy alegre porque tres jóvenes dieron el paso de acercarse a la parroquia para integrarse con los otros chicos y chicas que ya se reunían para la confirmación. Estoy contento porque ha nacido en la parroquia el grupo de Niños Misioneros dispuestos a reunirse los domingos por la mañana,  escribir a niños y niñas de la Misión, orar un poquito y realizar pequeñas actividades misioneras. 

Estoy contento porque un grupo de 20 madres han formado  un coro para  la misa de los sábados. Estoy contento porque en estos días, se celebra el Día Internacional de la Radio y, casi al mismo tiempo,  el aniversario de la querida emisora de Tamaraceite. Estoy contento por la visita  inesperada y bulliciosa  de unos sobrinos.  Estoy contento…porque estoy contento. Estoy y contento porque, “aunque no quedaran vacas en el establo”,  yo festejaré al Señor, que es mi fuerza”. 


UNA GRIPE PASAJERA
Hace bastantes años conocí a Marcos, un joven  del pueblo de Tías, en Lanzarote, que disfrutaba mucho haciéndonos  preguntas absurdas a los demás: ¿Dónde está la otra mitad del medio Oriente? ¿Para qué sirve la gripe?  ¿Por qué hay que sortear los peligros si se sabe que nadie los quiere? ¿Para qué sirve la guantera del coche si allí nunca hay guantes? 

Me acordé de Marcos  porque esta semana, como ha ocurrido en muchas casas, la gripe me hizo una visita breve. Espero que no vuelva. Y recordé su pregunta: ¿Para qué sirve la gripe? Esta vez te voy a responder, Marcos. 

Me ha servido para dormir un poquito más. Y para hablar por teléfono con algunas personas a las que hacía tiempo que no llamaba. Y para organizar un poco la agenda colocando reuniones y actividades que estaban sólo en la mente. Y para darme cuenta lo desordenada que está la casa. Y para comprobar lo débil que uno es, con sólo unas décimas de fiebre. Y para responder correos atrasados. Y para pensar y rezar y leer. Y para convencerte otra vez que la televisión no es alternativa para nada.  

Sí, me gustó esta gripe ligera, que me liberó de un par de reuniones y me ayudó a conocerme un poco más.  No está mal que, de vez en cuando, deje uno el coche en el garaje y se mantenga en el calorcito del hogar. Para eso debe ser la gripe: para recordarnos que hay cosas y personas que estamos abandonando. Para ayudarnos a pensar que no somos imprescindibles; que el mundo no se termina aunque uno, aparentemente,  desaparezca de él  un par de días. 

Yo no quiero más gripes ni catarros. Pero si vienen, habrá que sacarles provecho. Porque en la vida todo nos sirve: los momentos dulces y los amargos. Los momentos de compañía y los momentos de soledad. De todo se puede aprender. Por cierto que un momento dulce fue la reunión de anoche con los padres de los más de  cien niños que este año harán su primera comunión. Da gusto hablar y escuchar a los padres cuando se ve un ambiente receptivo, de mutua colaboración, de sintonía.   

Marcos, amigo conejero,  he tardado bastantes años en contestarte. Pero ya tienes mi respuesta aprendida en la experiencia: la gripe vale para muchas cosas. Hasta para acordarme de ti, de Lanzarote y de tus preguntas. 

Jesús Vega Mesa 


NO DIGAS VOSOTROS:
HABLA CANARIO

A mi  sobrina Maite, que es madrileña, le gusta valorar las cosas de nuestra tierra. Hace unos días me contaba, sorprendida, que algunos amigos suyos de Gran Canaria, cuando escriben,  utilizan muchas veces el “vosotros”. Maite habla peninsular, pero no comprende que ahora muchos canarios estén abandonando  su modo de hablar, tan correcto como el de la Península, para apuntarse a una moda incomprensible de decir estéis, llegáis y os quiero.

            Yo tampoco lo entiendo, Maite. Bueno, no lo soporto. Hay gente que se cree más fina, más lista, intentando hablar  como los de  Valladolid. Y lo peor es que después confunden los tiempos verbales y no hablan bien ni como canarios ni como peninsulares. 

Cuando voy con algún amigo a un restaurante, sobre todo en el sur, y el camarero nacido, por ejemplo en Arguineguín,  nos  suelta: ¿Vosotros qué queréis?, me dan ganas de decir que,  lo que queremos  de verdad,  es ir a un lugar en  donde los peninsulares hablen en peninsular y los canarios en canario.

   Creo que hay cosas de nuestro modo de hablar que no podemos seguir permitiendo. No hay ninguna disculpa para que  un canario reniegue de su modo de hablar.  Suena a falso. Como suena a falso que entres a una tienda y la persona que te atiende, que no te conoce de nada, te llame cariño, amor o tesoro. ¿No es más normal que nos llamen señor o señora? ¿No es más normal que nos traten de ustedes y no de vosotros?
¿Volveremos algún día a tratarnos con normalidad?  

Esto que hoy escribo en mi diario lo he escrito ya muchas veces. Ocurre lo mismo en las misas. Me parece normal que un sacerdote peninsular se dirija al pueblo  diciendo “El señor esté con vosotros”. Pero que un cura  canario no diga “El Señor esté con ustedes”, es incomprensible. El lenguaje de la misa no puede estar sometido a una determinada región. Gracias a Dios, ahora hay traducciones de la Biblia y de los libros que se utilizan en la misa,  adaptadas a nuestra forma de hablar.

     A Maite, mi sobrina peninsular, que lleva ya algunos años viviendo en esta Isla,  le gusta el habla canaria con el seseo que no distingue las zetas de las eses  y que nunca, nunca utiliza la segunda persona del plural. El vosotros es ustedes y nunca es os quiero sino les quiero. O sea hablar, como aprendimos de nuestros padres. Hablar con sencillez. Hablar en canario. Hablar en cristiano.  


ABURRIMIENTO

Marina me lo preguntó con mucho tacto, casi con temor a ofenderme.
-¿Y tú no te aburres con las misas, diciendo lo mismo al celebrar la misa?
Yo, también con mucho tacto, casi con temor a ofenderla, le pregunté:
-Marina, cuando tú vienes a la misa ¿tú crees que yo siempre digo lo mismo?
Ella, que sólo tiene 17 o 18 años, sonrió tímidamente, se puso un poquito roja lo que la hacía más guapa y me dijo algo así como “Tú sabes lo que te quiero decir”. Y yo lo sabía, claro y me dio oportunidad para contarle cosas. Le comenté que lo de la misa es una parte, sólo una parte, aunque muy importante, de la vida de los curas. Pero que hay muchas tareas más. Si uno ama lo que hace, no hay tiempo para aburrirse. Casi ni para ver televisión ni ir al cine. Ser cura es sentir que te debes a la gente del pueblo. Que todas las horas del día deben estar marcadas por el deseo de servir. Y siempre falta tiempo para visitar a todos los enfermos, para preparar reuniones, organizar actividades, reunirte con los diferentes grupos o simplemente estar con la gente de tu pueblo.
Le pregunté: -¿Tu madre se aburre, Marina? Y ella  se rió abiertamente. ¿Mi madre? Yo no sé cómo aguanta con tantas tareas, trabajando fuera y cuidándonos a nosotras. No tiene tiempo de aburrirse.  A lo mejor, siguió reflexionando ella, sería bueno que se aburriera algo. Así al menos descansaría. Pero siempre tiene cosas que hacer.
Así es. Las madres nunca se aburren. Los curas tampoco debiéramos aburrirnos nunca. Si fuera así sería señal de  que estamos  descuidando algo nuestras tareas o que nos hemos acomodado. Y lo de la misa, Marina, aunque dure sólo algo más de media hora, hay que prepararla, hay que dedicarle  tiempo. Porque si no, lo más probable es que quienes acaben aburridos son los que vienen a la misa. Por eso no me aburro.  Porque no quiero aburrir a nadie. 

QUERIDOS REYES MAGOS

Queridos Reyes Magos: Casi todos los años, les escribo una carta que yo estoy seguro que ustedes leen con mucho cariño. Como las otras  cartas que los niños y adultos necesitamos escribir por estas fechas. Y casi todos los años, el día 6 de enero, veo que, no todo  lo que había pedido  tan inocentemente, me lo trajeron. ¿Se acuerdan de aquella carta que les escribí hace ya tantos años en la que les pedía una bicicleta de verdad y sólo me pusieron un cochito de cuerda? Mi madre intentó explicar a su hijo de 7 años que, tal vez, había sido una confusión de ustedes. Porque a otro niño de mi edad, el hijo  de D. José el maestro,  que vivía un poquito más arriba de mi casa, sí le pusieron la bici. 

Según han ido pasando los años, yo les  seguía  pidiendo cosas que consideraba adecuadas y justas. Una vez, me acuerdo, tendría yo unos 15 años,   les dije que no iba a pedirles nada más para mí, sino para otros. Y la verdad me volví loco pidiendo y deseando muchos arreglos de la sociedad. Pero según pasaban los días, mis ilusiones se iban desvaneciendo. Porque no solamente no obtenía lo pedido sino que cada vez eran más las cosas que se necesitaban para arreglar el mundo y que habría que pedirles a ustedes.  

Al año siguiente, un hermano mío me enseñó una carta que ustedes le habían escrito. Me resultó raro al principio. Siempre había oído que éramos nosotros los que escribíamos la carta.  Pero ya vi que no. Porque en esa carta eran ustedes los que le  pedían a mi hermano.  Y empecé a comprender que ustedes dan mucho, pero piden mucho también. Yo sabía que ustedes, Melchor, Gaspar y Baltasar, llevaron hermosos regalos al Niño Jesús. Pero es que antes,  el Niño Jesús  les había regalado mucha Sabiduría, mucha Fe, mucha constancia. Y eso vale inmensamente más que un poco de oro o de incienso o de mirra.

Este año, queridos Reyes Magos, quiero pedir para todos los niños y niñas del mundo. También para los grandes. Y si no les importa, también para mí: Un poquito más de fe, un poquito más de sabiduría y un poquito más de constancia y esfuerzo.  Por mi parte yo compartiré con otros lo que pueda tener de oro y esas cosas parecidas a las que ustedes entregaron a Jesús.  Me da que este año he acertado con la carta y que aquella  bicicleta de mis sueños llegará  a otros niños gracias a la fe, la sabiduría y el esfuerzo de muchos. Hasta el año que viene.  

CINCO MINUTOS


Casi todas las noches, antes de irme a la cama, dedico unos minutos a pensar en cómo ha sido mi día. A veces, según las ganas y el sueño, escribo algunas de las impresiones en mi diario. Casi siempre acabo la jornada con algún agradecimiento. Hoy he pensado en la navidad que he estado compartiendo. Han sido, hasta ahora, muchos momentos inolvidables. El sábado concelebré la misa en la cárcel de Juan Grande. Un joven  con quien nunca había hablado, se acercó espontáneamente, antes de empezar las eucaristía  y me dijo todo contento: ¡Ya esta semana salgo de la cárcel. Y llevo aquí diez 10 años. 10 años por sólo 5 minutos que hice lo  que no debía haber hecho. 5 minutos de una pelea que arruinaron 10 años de mi vida.  

Me alegré con él y lo felicité. Y en muchos momentos he seguido pensado en esos 5 minutos que también muchas veces hemos estropeado. Y en los 5 minutos con los que muchas veces hemos arreglado cosas, hemos construido y  nos sentimos entusiasmados y alegres. 

En la parroquia, el día de Navidad, estaban eufóricos los  niños que, durante no más de 5 minutos, se transformaron en pastores y en ángeles. O los padres que representaban a José y María.  Me acordé también en la cena familiar con mis hermanas y sobrinos. Cuántas colecciones de cinco minutos bien aprovechados, llenos de comprensión y de perdón cuando ha hecho falta.    No vale la pena, no, perder amigos o la libertad o la tranquilidad o la alegría por cinco minutos, o menos, mal aprovechados, en los que perdemos la paciencia para luego darnos cuenta, algo tarde,  de que metimos la pata. 

Para que sea Navidad de verdad  hay que vivir plenamente los minutos de cada día y hacerse un poco niños.  En la Nochebuena, cuando pedí a los que estaban en misa que me dijeran algunos de los sentimientos que tenían, una de las niñas que hizo de pastora, de apenas 5 años,  me llamó tres veces para intervenir. En los tres momentos, con distintas palabras,  me venía a preguntar, más o menos, que  cuánto tiempo estaba Jesús con nosotros. O que por qué no era siempre Navidad. O que le deseaba muchos años de vida al niño recién nacido.  Le podría haber dicho que,  para eso,  bastaría con  que  multiplicara muchos 5 minutos de su vida para seguir siendo buena niña, buena persona. 

Porque 5 minutos mal aprovechados, cinco minutos de pelea,  pueden convertirse en 10 años de condena. Pero cada  5 minutos de amor, de perdón, de respeto pueden ser muchos años de felicidad. Y muchos años de Navidad.    

MARIOLA VERA

Mientras escribo mi diario estoy escuchando música. Lo hago siempre.  Con la   música, con las canciones, expresamos los sentimientos más profundos: Amor, amistad, fe, alegría, pena. A veces, cuando me pongo a cantar espontáneamente al levantarme  o durante el día, creo que nos pasa a todos, estamos manifestando, sin pretenderlo, nuestro estado de ánimo. El sábado, cuando compartimos la oración por Mariola,  Octavio empezó a cantar “En mi debilidad me haces fuerte, sólo en tu amor, Señor, me haces fuerte”.   En ese momento nos sobrecogimos porque sabíamos de la fortaleza de Mariola en este último año. La fortaleza  que le venía de Dios. 

Las canciones se eligen para cada  ocasión. Durante el tiempo que  compartí con Mariola este programa de radio  fue ella la que me habló de  una cantautora que yo no conocía: Salomé Arricibita. Y más en concreto de una canción que entonces empezamos a poner todas las semanas: Dime cómo ser pan.  

Es toda una oración para una persona sencilla que quiere darse a los demás: Dime cómo ser pan, cómo ser alimento que sacia por dentro, que trae la paz. Dime cómo acercarme a quien no tiene aliento, a quien cree que es cuento el reír, el amar.  Dime cómo ser pan que cura la injusticia que crea libertad.
De izquierda a derecha: MARIOLA, Dámaso, Ayoze, Martina y Suso 
TÚ QUE HACES DE MÍ TU REFLEJO TÚ QUE ABRAZAS MI DEBILIDAD TÚ QUE SACIAS MI HAMBRE CUANDO VUELVO DE LEJOS  DIME CÓMO SER PAN . 

Descubro con esta canción que algunas personas aparentemente débiles, alimentadas con el Pan de fe  en Dios  también se van transformando en  pan que alimenta y fortalece. Pienso en Mariola, 44 años, una vida entregada a Dios y a los demás. Un  trabajo respetuoso y  sereno y humilde  en Cáritas, la preocupación y atención constante a su madre enferma, el cariño a la gente, empezando por la familia,  la alegría compartida en su  vocación religiosa con las Hermanas del Sagrado Corazón.

Cada semana veníamos juntos a la radio. Compartimos mucho. Escuchábamos música, nos poníamos al día de lo que cada uno había vivido durante la semana y poco a poco se fue cultivando una amistad que perdura aunque más allá de la muerte.  Me enseñaste a preguntar cómo ser pan. Y Dios me responde: 

-Mariola es pan.  Haz como ella.  

Para escuchar la canción Dime cómo ser pan, pincha en este enlace: 


ADAY JESÚS

 

Aday Jesús  es un chico de Espinales, en el Cruce de Arinaga,  que, con 20 años, nos dijo adiós hace unos días. Una de las cosas que, como cura, más me cuestan  es  celebrar un funeral. Intento ponerme en la piel de la familia que despide a un ser querido. Es una gran responsabilidad decir unas palabras cristianas en un momento en donde todo el mundo está super sensible.    Pero cuando se trata de la muerte de un joven, todo   me resulta mucho más difícil. Sufro.  


Aday era un chico alegre, entusiasta y trabajador. Lo había visto muchas veces ayudando a sus padres en el trabajo y siempre con una sonrisa muy especial.  Cuando ingresó en el hospital  hice lo posible por comunicarme con él. Le enviaba whasapps  que él siempre respondía  con mensajes   llenos de optimismo, fuerza  y entusiasmo. Pero Aday era consciente de lo que estaba pasando y de lo que podía pasar. La última vez que lo vi lo encontré muy mejorado, de nuevo ayudando a sus padres en el restaurante. Y de nuevo con la sonrisa más sincera que es posible tener.


 Ayer celebré su funeral. Una iglesia con más jóvenes que nunca. Un silencio lleno de recuerdos y emociones.  Difícil no emocionarse con las palabras que le dedicó espontáneamente Fran, un chiquillo de unos 12 años.  No podía dormir, me dijo, y se levantó muy temprano para escribirle una oración llena de esperanza. Y al final de la misa, allí mismo, en la iglesia,  pudimos ver y escuchar en un video  las palabras de Aday dando las gracias  y cantando a su madre y a todos. Les quiero, nos dijo.


¿Cómo pensar que Aday ya no existe? ¿Cómo pensar que no hay vida después de la vida?


Recordé una narración de William Blake.

 “Estoy parado en la playa.  Un velero pasa, en la brisa de la mañana y parte hacia el océano.  Es la belleza, es la vida Lo miro hasta que desaparece en el horizonte Alguien a mi lado dice ” Se fue” Se fue. ¿A dónde? Partió de mi mirada, es todo Su mástil está todavía bien alto, Su proa tiene todavía toda su fuerza. Su desaparición total de mi vista, está en mí, No en él, Y justo en el momento que alguien, al lado mío dice “Se fue”,  hay otros que lo ven llegar desde el horizonte, hacia ellos.  Y con alegría dicen. “Ahí llega ” Eso es la muerte, hay vivos en las dos costas”.


Aday ha pasado de sonreír en esta costa a la otra Costa. Donde están los amigos que sonríen a Dios porque sonríen a la gente.  

TODAVÍA NO ES NAVIDAD.

  TIEMPO AL TIEMPO


Acabo de llegar a mi habitación y, aunque ya es un poco tarde, recibo un mensaje en el móvil. Lo abro y, sorpresa.  Alguien, que por cierto no conozco,  me felicita por esta Navidad y año nuevo.  Pero ¡Dios mío!, ¿qué prisa tiene? Además, no lo hace con una palabra personal.  Me manda un vídeo con frases bonitas, un poco ñoñas,   pero que nada tienen que ver conmigo ni con la Navidad. Ya le respondí. Por supuesto,  con mucha educación. Pero le dije que no. Que cada cosa,  a su tiempo. No puedo hacer dos cosas a la vez, aunque sea un defecto. No puedo ver al mismo tiempo un amanecer y una puesta de sol. Todo, en su momento. Los que me conocen saben que, en la misa, no me gusta que, antes de acabar las preces, por ejemplo, estemos ocupados en preparar  las ofrendas. Hay que vivir el momento presente. Sin prisas ni agobios. Cada día tiene su propio afán, su propio agobio y no son palabras mías.


O vives el hoy o vives el mañana. Y el mañana no lo puedo vivir hasta que no llegue.  El tiempo de la Navidad no ha llegado. No hay que  precipitarse. O nos volvemos locos. 


Prometo hoy aquí, en mi Diario, que no felicitaré a nadie enviándole un  video impersonal. A las personas  que felicite, lo haré con mis palabras, aunque no tengan nada de poesía. Pero serán palabras sinceras. Prometo que,  hasta el día 24 de diciembre,  ni enviaré ni contestaré ninguna felicitación. Este mes de diciembre lo quiero para prepararme a vivir el Nacimiento de Jesús. Para acercarme un poco más a la gente que veo menos. Para recuperar afectos, para ilusionarme con ser mejor persona. Para recordar a los enfermos y los que lo están pasando  mal.


Me parece muy  importante y hermosa la celebración de la Navidad. Pero en su momento. Ahora sólo toca prepararse y es lo que quiero vivir. Ahora sólo quiero el adviento, la esperanza de que muchas cosas van a ser mejor. Todo, a su tiempo.



LIBERTAD

Este fin de semana pasado me tomé  dos días libres   y navegué un poco lejos. Cuando se puede, es bueno aparcar ocupaciones y estar con quien quieres y donde quieres. Para eso hay que  tener la suerte, por ejemplo, de tener una sobrina en Cracovia.  Eso me  dio la oportunidad de compartir bastantes horas de diálogos, de paseos y de risas con los jóvenes amigos de la resobrina…


         Una noche, cansados de mucho caminar, con toda la intención del mundo, provoqué un diálogo sobre temas que sabía que iban a interesar: las amistades, la familia, los secretos de cada uno, la libertad…


¡La libertad! Con 18 o 20 años, comentaban, es una conquista difícil pero que vale la pena. Los padres tienen que tener mucha confianza en ti para dejarte marchar a un  país lejano con gente que  ni ellos conocen ni tú tampoco. Pero saben que no les vas a fallar. Confían en ti.  Y esa confianza se logra con muchos esfuerzos, intentando ser responsable de lo que haces y lo que dices durante todos los años anteriores.


         Disfruté con aquellos diálogos de jóvenes libres en un país, Polonia, que tantos sufrimientos ha tenido.  Precisamente,  por la falta de libertad.


Sara, Omaira, Pili, Edi, Álvaro, y otros chicos y chicas  estaban allí  estrenando el preciado don de la  libertad y orgullosos de su conquista hecha  con respeto, con diálogo y con mesura, cosa no siempre fácil.  

Me gustan los pueblos libres y las personas libres que, con su conducta, mantienen limpio ese hermoso nombre: Libertad. ¿Te acuerdas, Sara cuando, en la Plaza Mayor, por la noche,  cantábamos, “Y a su barco le llamó Libertad”? 

 



EL DESPERTADOR

Tengo un despertador que es una maravilla. Cada mañana, a la hora que pactamos la noche anterior, me despierta tan dulcemente que, aunque me sorprenda con el sueño más profundo, me anima a levantarme con una sonrisa. No es un despertador enfadado, ni gritón. Que los hay. Con una música angelical me va diciendo, poquito a poco, que hay que ir levantándose, que hay que rezar, que hay muchas cosas que hacer.

Esta mañana, aunque anoche me acostara algo más tarde de lo normal, parece que se esmeró  en no molestarme. Primero tocó muy suave muy suave, después hizo una pausa y volvió a sonar, algo más fuerte, pero sin estridencia, con la misma música sosegadora. Da gusto despertar así. El despertador me enseña cada día cómo debo comportarme con los demás.


            Cada  día,   a uno tienen que despertarle de muchas cosas. Porque uno puede estar  desganado o triste.  O equivocado en muchas cosas. O puede uno estar teniendo actitudes erróneas o injustas y necesita que alguien le despierte. Mejor, hacerlo como lo hace mi despertador. Con serenidad. Con comprensión.


Ayer estuve en la fiesta de Vecindario, en dos momentos diferentes. Por  la mañana, en la misa.  Y por la tarde,  en un acto musical celebrado en la plaza. En este último,  era tan fuerte el volumen de los altavoces y la fuerza de quien cantaba,  que molestaba a los oídos. Fausto me dijo:


-Me marcho porque,  ni puedo entender lo que se canta, ni me permite hablar con el de al lado.  Y nos marchamos.


Por la mañana en cambio, el ambiente era de suavidad, de diálogos, de escucha, de saludos afectuosos. El predicador, Alejandro,  habló de personas que se portan como ángeles porque son comprensivos y dialogantes. Y el coro de San Rafael interpretó bellamente canciones que transmitían paz y ganas de ser bueno. Cantaron el himno a San Rafael. Y lo hicieron tan bien, que a mí me recordó a mi despertador.

NOTAS DE MI DIARIO


Recuerdo que mi sobrina, una de las más de treinta que Dios me ha regalado, a quien quiero y admiro, me dijo en una ocasión, con apenas 16 años  que, cuando acabara los estudios, le gustaría dedicar un año a trabajar como cooperante en un país empobrecido. A mí me encantó la idea. Y se lo dije. Me parece admirable que en la vida dediquemos tiempo gratuito y generoso a los demás. Como enfermera o maestro o administrativo o lo que sea. Y si no,  que se lo pregunten a Marta o a Elva o a Rafi o Eduardo  que marcharon  varios veranos a trabajar duramente por los demás en circunstancias difíciles. 


Pero a mi sobrina le puse una objeción. ¿Por qué esperas a acabar la carrera, Sara?  ¿Por qué no lo haces antes, no sea que después tengas otras dificultades y no cumplas con tu ilusión?


Nos suele pasar  pasa mucho y a mí también. Tenemos muy buenas ideas, pero… para más adelante. Hay cosas que hay que posponerlas porque necesitan ser  maduradas o hay que precisan una mejor preparación. Pero no vale hacer proyectos para cuando me jubile, para cuando me saque la lotería o cuando mi situación esté más boyante. Hay cosas que no se pueden dejar para mañana, por Dios.


Cuando  alguien se acerca a la parroquia proponiendo hacer algo, procuro encontrarle tarea... hoy mismo. Mañana puede ser que esté arrepentido.  Si quiero ser misionero, si quiero ayudar, si quiero encontrarme con Dios,  como canta Juan Manuel Serrat, hoy puede ser un gran día.


“Hoy puede ser un gran día,
plantéatelo así, 
aprovecharlo o que pase de largo, 
depende en parte de ti.” 
SIEMPRE ESTAMOS EMPEZANDO
LOS CURAS DEL ARCIPRESTAZGO PARTICIPARON EN “LA PLAZA DE LA IGLESIA” DE RADIO AGÜIMES Y RADIO TAMARACEITE



Hace unos días  murió D. Juan Artiles, un sacerdote de nuestra diócesis nacido  y muy querido en la villa de Agüimes. Tenía 83 años. Muchos de esos 83 años los vivió trabajando para la diócesis, desde el Obispado y siempre con actitud dialogante.  Un vecino me comentó:

-Bueno, con 83 años, D. Juan ya no tendría otro proyecto sino descansar. 

-Te equivocas,  amigo.  Pobre de la persona que, a la edad que sea, abandona los proyectos y las ilusiones. La última vez que hablé con  D. Juan, hace unos meses, me contó  que seguía  trabajando,  aunque ya sus fuerzas estuvieran mermadas,  en el proyecto de  beatificación del siervo de Dios Antonio Vicente González. Y que andaba ilusionado con contactar con una comunidad religiosa que viniera a sustituir a las Teresianas de Agüimes. Y que estaba tomando notas para un nuevo libro. No, D. Juan nunca se rindió. 

No quiero  imaginar a  un maestro o a una catequista o a un cura que empiece un nuevo curso sin ganas, dispuesto a repetir lo mismo del año pasado porque ya ha perdido el entusiasmo. No quiero imaginar a nadie de mi Iglesia tirando la toalla por los problemas que encontramos día a día, o por la edad que limita nuestras fuerzas  o por ninguna otra dificultad. Quiero una Iglesia siempre viva, siempre ilusionante, siempre con nuevos proyectos adaptados a cada momento y a cada lugar. Don Juan Artiles es un ejemplo a seguir.   

El otro día estuve en un concierto del cantautor Luis Guitarra: Y decía cosas como estas: Mientras haya un horizonte en esta tierra,/mientras no pierdas las ganas de reir, /mientras brille en nuestro cielo alguna estrella,/no te rindas, no te canses de vivir.  Mientras haya quien denuncie en las aceras/ la injusticia, las promesas sin cumplir…/Mientras quede algún peldaño en tu escalera/ no te pares, no lo dejes sin subir.  

Con esa ilusión quiero empezar este nuevo curso. Con esa actitud terminó Juan Artiles el curso de su vida.
     

 Escuche aquí el programa de radio:



 De izquierda a derecha: Yurena, Victorio, Miguel, José Manuel, Hiurma y Suso
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 Suso
De izquierda a derecha: Victorio, Miguel, José Manuel, Hiurma y Suso. 

VERANO,
CON UN LIBRO EN LA MANO.

Los libros, como las bicicletas, son para el verano.

Todos los años, cuando llegan estas fechas y afloja la actividad en las parroquias, hago la lista de los libros que me propongo leer. O mejor, intento leer, porque no siempre lo cumplo. Anoche estaba intentando hacer la selección, que no siempre es fácil: alguna novela, algo de poesía, un tema de espiritualidad, un autor canario…La cosa es no perder, -o si se ha perdido,  recuperar-  el hábito de la lectura. Y me acordé del primer libro que leí estando en el Seminario. Bueno la verdad es que D. Heraclio, mi profesor de Literatura, nos  transmitió un tremendo amor a los libros y en clase leíamos y comentábamos muchos de ellos. Pero así, por mi cuenta, se me ocurrió comprar por correo a una editorial de la península, la novela “La vida sale al encuentro”. Contaba la historia, en forma de diario, de un muchacho de 15 años. La edad que yo tenía entonces. Aquel libro fue para mí un descubrimiento. Me lo leí más de una vez. Me identificaba con Iñaqui, su protagonista y me atreví a escribir a su autor, José Luis Martín Vigil que me contestó y me envió de regalo otro libro llamado “50 amigos”. Es más. La primera vez que fui a Madrid, aprovechando que Pino, mi hermana,  vivía allí, me atreví a ir a la casa del autor y hablar con él.  Aquel libro y las clases del Seminario crearon en mí tanta  afición a leer, que ya me gustaría poder recuperar. Reconozco que, para leer, tenía que  hacer trampas.  En el seminario, 
en aquellos tiempos,  nos exigían apagar las luces de las habitaciones y acostarnos a dormir desde las 10 de la noche. 
Yo, como algunos otros compañeros, hacía alguna trampa para que, desde fuera,  no se notara que teníamos la luz encendida. Y  así podíamos continuar leyendo aquellos libros, como “La vida sale al encuentro”, que tanto nos marcó. Ahora, al hacer la nueva lista para el verano, procuro incluir algunos otros que me han acompañado siempre en mi vida: “El diario de Ana Frank,”  “El Principito” o las obras completas de Tagore.  Un verano sin lectura, por muy buen tiempo  que haya, no es un buen verano. Hoy tengo un deseo: leer, aprender, y animar a que otros también lean. 


VIAJERO SÍ. TURISTA NO

He tenido la suerte de viajar bastante…y me sigue ilusionando. Pero la verdad: lo que más me entusiasma no es tanto conocer los monumentos del lugar sino la forma de vivir de la gente. Poder dialogar, escuchar, intentar comprender sus costumbres y su modo de vida y crear relaciones de personas. 

No hace mucho, en Madrid, conocí a una pareja con la que hice amistad. Me dijeron que habían estado dos veces en Gran Canaria; pero que, realmente, sólo conocieron de la isla  el hotel y la playa.  Ni siquiera hablaron nunca  con un canario. Si acaso, un saludo de buenos días o buenas noches y poco más.  Yo les volví a invitar a venir y estuvimos juntos  una semana. Les presenté a  algunos de mis amigos. Les enseñé  Agüimes e Ingenio, vieron nuestro folklore, hicieron senderismo. Y, sobre todo, compartimos muchos diálogos y vivencias con la gente de mi pueblo. Más tarde me confesaron que realmente estuvieron en esta Isla sólo cuando se relacionaron con gente de aquí. Las otras visitas fueron otra cosa.

Hace unos años estuve en África, en Malawi,  con amigos de la parroquia. Nos quedábamos en una casa misionera y participábamos de las actividades organizadas por la iglesia y por la comunidad religiosa  que allí trabaja.  Conocimos las escuelas y hablamos y cantamos con los niños. Palpamos  la vida de la gente en la calle y los paisajes inigualables que de noche se iluminaban con la luna más grande que nunca he visto.  No sé decir ahora mismo el nombre de ningún edificio importante de Malawi. Tampoco me importa mucho, la verdad. Pero tengo en mi mente la sonrisa inmensa de los habitantes de aquel pueblo pobre pero alegre. Y recuerdo la iglesia llena, un domingo por la mañana, con toda la gentecantando a voces, como si formaran una coral. 



Y el mercado callejero,  siempre repleto de gente. Claro que no puedo decir que conozco Malawi pero sí puedo decir que  conozco algo de cómo es la gente de allí. Para que un viaje tenga valor no basta que uno haya hecho quinientas fotografías espectaculares. Es necesario que la  gente, la vida de ese lugar impregne el corazón y puedas aprender a quererlo. Es necesario emocionarte.  
Todos los que estuvimos en ese viaje  recordamos aún emocionados las muchas horas vividas en aquel  hospital de Kapiri con  los trabajadores, las religiosas y los enfermos que habían llegado hasta allí caminando largas horas para ser curados. 

Me gusta viajar, ya lo he dicho. Pero no me gusta ser turista. No sé a dónde iré este verano. Pero seguro que iré  a cualquier lugar del mundo en el que sea posible dialogar con alguien, aprender de la gente y empaparme, aunque sea con dolor, de la vida del pueblo.  Iré a donde sea posible emocionarse  y  convencerse de que allí hay  hermanos míos. 




TIEMPO
PARA SONREÍR
Algunas veces me pasa que, cuando termina la jornada y ya voy a dormir,  me sorprendo  a mí mismo con una  sonrisa de felicidad.   Y me pregunto  ¿por qué esta alegría? Necesito entonces repasar lo vivido durante la jornada para descubrir el motivo. Anoche, no. 

Anoche, a la hora de descansar, me encontré, no sé… como melancólico. Como si me faltara algo. ¿Y por qué este sentimiento? Empecé a rebobinar mentalmente las horas del día y encontré la respuesta: 

Algunas cosas no habían salido como yo hubiera querido. Y recordé que me había ilusionado, por ejemplo,  con que los premios Max de Teatro aterrizaran en Gran Canaria. Y no fue así. También encontré mi decepción porque, en el Día del Medio Ambiente, el lunes pasado,  algunos políticos expresaron, orgullosos,  que no pensaban  hacer nada para cuidar nuestro planeta. Y más tarde, además, caí en la cuenta de que,  hacía sólo unas horas, me habían confirmado que una comunidad de religiosas que trabajan en mi arciprestazgo y mi parroquia, se marchan a otro lugar. Y recordaba a algunas personas amigas que están pasando un mal trago. 

            Pero no me gusta ir a la cama con desánimo.  Por eso, intenté encontrar la cara más amable de estos hechos. Y la estoy encontrando. Recordé unas palabras de la Biblia, en el Eclesiastés:

"Hay bajo el sol un momento para todo, y un tiempo para hacer cada cosa: Tiempo para nacer, y tiempo para morir; tiempo para plantar, y tiempo para arrancar lo plantado; tiempo para llorar y tiempo para reír; tiempo para gemir y tiempo para bailar; tiempo para lanzar piedras y tiempo para recogerlas; tiempo para los abrazos y tiempo para abstenerse de ellos; tiempo para buscar y tiempo para perder; tiempo para conservar y tiempo para tirar fuera; tiempo para rasgar y tiempo para coser; tiempo para callarse y tiempo para hablar. “ 

            Y estas palabras me  devolvieron la tranquilidad, al menos durante la noche.  Las cosas no siempre salen al gusto de uno. Lo que parece negro, desde otro ángulo puede parecer blanco.  Lo que se consideraba  una pérdida, a veces resultó ser  ganancia. Lo que para unos es derrota, para otros es victoria. No siempre se puede ganar. Para que algunos tengan más, otros deben tener menos. Cada cosa tiene su tiempo.  Y ahora toca este. Esta mañana me he despertado muy feliz. Tiempo para sonreír.


ME GUSTA
MI TIERRA Y TAMBIÉN OTRAS TIERRAS
El día de Canarias, que coincide con el día de San Fernando, lo pasé en Maspalomas. No en la playa, que también estaba apetecible, sino en la parroquia. Me gustó encontrarme allí con personas amigas de la zona.   Y con bastantes  compañeros curas. Ninguno con el traje típico o el cachorro. Pero todos demostrando sensibilidad por lo canario. En la conversación surgieron los  temas más dispares relacionados con nuestra tierra: los beneficios para las islas de la aprobación de los presupuestos del Estado, la atención religiosa en Lanzarote y Fuerteventura o los problemas relacionados con la salud y los hospitales en nuestra Comunidad. 

Al salir de la iglesia, ya por la tarde, un periodista me preguntó lo que me gustaba de Canarias y lo que no.    
Le dije  lo que admiro  y quiero a mi Isla de Gran Canaria. Y que me cuesta mucho mucho vivir fuera de ella. Pero que también  soy admirador de  Lanzarote y Tenerife y de las demás islas. Como me encanta igualmente   Galicia y Cantabria y Madrid y Castilla. No desprecio ningún lugar del mundo. Y me ilusiona  conocer y comprender y respetar la cultura y costumbres de cada lugar. No hay por qué despreciar ni tampoco copiar lo del otro. 

Y lo que no me gusta…
No me gustan los pleitos, envidias y celos  entre islas o provincias. Me disgusta que alguien considere que su tierra es la mejor. Me da pena  que no siempre sepamos valorar lo bueno de cada pueblo. 

Me disgusta leer mensajes de canarios que utilizan el vosotros, que dicen os quiero  o vuestra casa, porque  creen que es más correcto  hablar o escribir así.

Me gustaría que en las iglesias se hablara el español de Canarias con la forma sencilla y comprensible que hacemos  en la calle. 

Me gusta Canarias  porque aquí he nacido y crecido.  Porque soy parte de esta tierra que me ha alimentado y cuidado y enseñado. Porque  sus tradiciones y defectos y  virtudes son también míos.     


ENFERMOS,JÓVENES 
Y ALEGRES

Dicen que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Sara me sorprendió ayer. Tiene 14 años y, aunque  dice que es tímida y que le cuesta expresar lo que siente, una hora de diálogo con ella dio para mucho. Me contó que, desde muy niña, ha vivido muchos meses en habitaciones de hospital, como su segunda residencia. También ahora, en plena adolescencia,  aquel sigue siendo un lugar que, a su pesar, debe visitar frecuentemente.  Pero Sara, que demuestra una gran madurez, no pierde el humor  ni las ilusiones. Todo un ejemplo. Me dice  que, cuando tenía sólo 8 años,  le publicaron un cuento titulado “El niño raro”. Lo escribió en una habitación del Materno. ¿Y saben qué le gustaría estudiar a Sara? Nada raro: Medicina. Seguro que va a ser una buena profesional de la salud. ¿Pediatra tal vez?
En estos días que, casualmente,  coinciden con la llamada Pascua del Enfermo que organiza la Iglesia, me ha tocado compartir historias de buenos jóvenes a quienes acompaña o ha acompañado la enfermedad. Todos, tocados. Pero ninguno derrotado. Pero en todos he visto una actitud positiva. Por ejemplo Aday, de 20 años, me escribe desde el Hospital:
Muchas gracias por orar por mí. Gracias por esa energía  que todo el mundo me está transmitiendo. Mi estado de ánimo es fabuloso. Todo se consigue porque siempre hay que sonreírle a la vida para seguir adelante.
Qué bien, Aday. Tú sí que  das fuerzas y energías a tu familia y a tus muchos amigos. Sonreímos contigo a la vida para seguir adelante.

A Sergio lo vi hace algo más de un mes. Estaba entonces en su casa a la espera de una operación. Tiene 17 años. Llama la atención por su responsabilidad y porque  es buen estudiante.  Pero su enfermedad le ha obligado a interrumpir estudios. Cuando hablamos,  estaba con  su hermana que ejercía como si fuera profesional de enfermería. Pero ejercía, sobre todo, de buena hermana. Se llevan muy bien y se ayudan mutuamente. Ahora que Sergio está hospitalizado, sé por sus padres,  que progresa y mejora mucho. La mejor medicina está en ese cariño que da y que recibe  constantemente.  Deseamos verte pronto, Sergio. Y le daremos gracias a Dios y a tu hermana y a todos los que te están apoyando. Que a nadie le falte este medicamento.

Y podría seguir. Siguen pasando por mi mente otros nombres. Pienso en Ana Belén que con sus  18 años, compagina  dolor y  risas y optimismo.  O en la pequeña Nira, de 11 años,  que desde su silla de ruedas se comunica con sonrisas.  Dios siempre escribe derecho. Aunque a veces parezca que no. Alguna vez, piensa uno, que  le salió un borrón o una línea torcida. No. Dios no quiere el sufrimiento.  A pesar de los malos momentos lo podemos descubrir en el rostro radiante de Sara, en la sonrisa inmensa de Aday, en la serenidad contagiosa de Sergio, en la alegría espontánea de Ana  o en la ternura e inocencia de Nira. Gracias, Jóvenes amigos.

POESÍA
Cada noche, antes de dormir, necesito una oración y una poesía. Y al amanecer igual. Si me falta la oración, los días se llenan de trompicones. Falta  paciencia y sobra desánimo. Y si no hay poesía, todo se materializa, sólo se valora lo que se toca, lo que puede medirse en euros o en poder.  Lo bueno es que la oración es también poesía. Los cristianos tenemos la suerte de trabajar para un poeta llamado Dios.  Por eso vivimos con  sueños y utopías. Y se valoran los sentimientos, la belleza,  el amor, lo no tangible. También es cierto que, como todos,    tenemos la tentación de quitar de nuestra vida los versos. Porque no son “rentables”,  porque no  tienen valor en el mercado habitual. Como si sólo hubiera que buscar resultados materiales. No es así. Necesitamos la liturgia, el incienso, la música, la ternura, la sonrisa, la espiritualidad. Todos los días necesitamos comer. Pero también todos los días necesitamos alimentar nuestro espíritu. Raimundo es un mendigo que pide en las calles de Brasil.  Y a quien le da una limosna para poder comer,  él le regala unos versos suyos, para que se alimente espiritualmente.  No sabemos quién es el que da más.  Los dos son necesarios. 


Estamos en el mes de mayo. Y quiero que la primera comunión de los niños sea lo que siempre debió ser. Alimento espiritual. Que los jóvenes que se confirman descubran a través de todos los ritos  que el Espíritu de Dios está en ellos. Que sigamos amando y acudiendo  a la Virgen “con flores a maría que Madre nuestra es”. Hoy necesito celebrar la llegada de mayo con una oración y unos versos. Que nunca nos falte.


ESTAMOS EN FIESTA  

Enfrente de mí, porque estoy delante de la iglesia, veo banderas canarias de un lado a otro de la calle. Un poquito más arriba están  los cochitos y una caja de turrones. Este pueblo está en fiestas.  No hay ni que decirlo, se ve.


Cuando yo era cura de Vecindario, hace ya unos 30 años, vine muchas veces a esta fiesta de San José Obrero en el Cruce de Arinaga. Venía casi siempre con un grupo de jóvenes a los que les gustaba asistir a las verbenas de Paco Guedes. Confieso que también a mí, poquito a poco (des-pa-ci-to) se me fue pegando el gusto por la música verbenera. No pensaba yo entonces que, pasados los años, me iba a tocar ser cura de aquí y participar en todas sus fiestas que son unas cuantas. Es una suerte estar y vivir en un pueblo fiestero y este lo es. Un pueblo con alegría, con música, con risas y sabor a turrón. Qué más puede uno pretender.

Cuando yo era niño, el día de la fiesta era distinto y yo lo voy a reivindicar. Si se puede, hay que estrenar ropa el día de la fiesta del pueblo. Hay que betunar los zapatos y a quien le gusta, ponerse corbata o la mejor ropa. Hay que saludar a todo el mundo, dar muchos besos. Hay que acercarse al santo y quedarse un rato mirándolo y hacer una oración silenciosa. Y en el caso de este nuestro, preguntarle. ¿Cómo es que fuiste tan bueno, tan honrado, tan buen padre? ¿Me quieres enseñar?  En las fiestas, y en esta, claro, hay que ir a la misa, a la función  y participar en la  procesión. Y sonreír y cantar y ver a los niños en los cochitos. Y no perderse nada de la plaza. Y mirar al cielo y dar gracias porque tenemos un pueblo divertido y unos buenos vecinos y banderas y ganas de fiesta. Yo quiero un pueblo así y grito para que todos los pueblos tengan fiesta, también Tamaraceite, también. Y que siga habiendo  gente, que las hay, que trabaja mucho y descansa poco,  para que todos podamos disfrutar de ese gran invento que los pueblos han hecho  para ayudar a  que todo el mundo sea feliz. Si un pueblo deja de hacer fiesta, algo grave está pasando. Y si un pueblo hace fiesta, algo grande está pasando. Algo muy grande está pasando en Cruce de Arinaga. 

ME SIENTO BIEN 

La semana santa ofrece muchas oportunidades para escuchar a la gente. A la iglesia se acercan en estas fechas bastantes  personas a las que no ve uno  con frecuencia. Algunas personas mayores hacen un esfuerzo, no siempre fácil,   por acercarse al templo o acompañar una procesión.  Cuando pregunto a una señora mayor que cómo está, espero una respuesta como esta:
-Mal.  Me duelen los huesos,  me canso mucho,  apenas puedo caminar…
Pues no, en esta semana santa he ido de sorpresa en sorpresa.
Juanita, que ha estado más de un año con depresión, me responde  que está muchísimo mejor  y entusiasmada.
Dieguito, que camina muy despacio, pasito a pasito,  y que hace poco se accidentó, dice el hombre que Dios le está dando fuerzas y que está bien.
Layito camina con dos bastones  y nunca se queja. Al contrario, sólo sabe dar gracias a Dios y a quienes le ayudan. Dice que va tirando bien. 

Rosarito y Juanito, siempre juntos,  y que deben trasladarse en taxi para ir a misa,  no se pierden una procesión. Se  agarran del trono  para poder participar sin caerse. Y con voz tenue siempre dicen que están mejorcitos.
Antonio y Panchito

Rosarito, Juanito, Juan y Juana

La señora que padece un cáncer y ha estado más de un año en el hospital  me dice que está bienísimo, aunque la enfermedad no se haya  parado ni mucho menos.
Qué gente más positiva. Qué gente más  creyente.  Qué lección más hermosa de tantas personas mayores que, aunque tengan muchos sufrimientos por dentro y por fuera no quieren que otros también sufran. Y por eso dicen lo que a mí también me gustaría decir siempre. Me siento bien.

LOS JÓVENES

Soy afortunado. Me lo repetí varias veces el lunes después de estar un par de horas oyendo confidencias de chicos y chicas de apenas dieciséis o diecisiete años. Soy afortunado porque yo, una persona mayor,  puedo escuchar de  una adolescente que se siente enamorada y no sabe cómo decirlo a los padres. O que un muchachito te cuenta las dificultades que tiene para dominar su temperamento: pero que está haciendo esfuerzos por mejorar. O de quien, con quince años,  está envuelto en dudas de fe. Y así, hasta veinte o treinta pequeñas historias. Lo dicho. Soy afortunado y doy gracias a Dios porque cuando un chico o una chica abre su alma y te cuenta lo que siente, lo que busca, lo que sueña, lo que ha guardado secretamente hasta ahora… descubre uno  la grandeza de Dios en la bondad y hermosura  de los chicos, con su   sinceridad y  su candidez. Me sobrecogió la historia de Elva. Tenía todo preparado para irse de acampada esta semana santa. Nunca había ido y era la mayor de sus ilusiones. Ni dormía algunas noches pensando lo bien que lo pasaría con sus amigos y amigas. Pero de repente, algo rompió su sueño. Su hermano más pequeño se puso malo.  Y su madre  le prohibió ir a la acampada.  No podía dejar solo a su hermano. Elva me dijo:
-Primero me puse a llorar con rabia porque la maldita enfermedad rompió todos mis planes.  Pero ahora estoy muy contenta porque tengo la mejor ocasión de decir a mi madre y a mi hermano que les quiero y hago lo que sea por ellos.

-Yo me acordé de Jesús, el que dio la vida, con apenas treinta años, por sus amigos. Lo pensé y se lo dije. Y ella se emocionó y me aseguró que en esta semana santa va a estar con su hermano… y con Jesús. Porque te prometo -me dijo-  que el jueves santo estaré en la misa con Jesús. Y que  esta semana santa va a ser la más feliz de mi vida.

Es lógico que yo me sienta afortunado, ¿verdad? Por eso hoy sólo sé rezar dando gracias.  

SOÑAR

Esta semana he tenido muchos sueños, muchísimos.  Sueño frecuentemente  cuando duermo y sueño más cuando estoy despierto. Supongo que no seré el único.  Me gusta soñar. El otro día me vi con Yolanda, que fue trabajadora de Cáritas en Tamaraceite. Fue Técnica de zona durante varios años. Por cierto, que no me gusta nada ese nombre de  ¨Técnico de zona”.   Con ella, también venía Miguel, otro amigo trabajador de Cáritas. Hace ya más de ocho años compartimos los tres una experiencia misionera en Guatemala.  Volver a estar ahora con ellos, me  hizo recordar y soñar.  Como siempre ocurre, nuestra conversación nos llevó a aquellos lugares en donde vivimos intensamente  tareas muy interesantes, ilusiones, alegrías y dificultades. Y deseé vivamente volver de nuevo a esa u otra misión y con personas tan comprometidas  como Miguel y Yolanda.  

Ayer me puse otra vez a soñar. Por un asunto casual, recordé los momentos de mi vida en los que me ha tocado trabajar con adolescentes en campamentos, o como formador en el Seminario Menor. Los días en los que, sin ser scout,  intenté cantar sus mismas canciones y cumplir y animar a vivir los artículos de su Ley:   “El scout cifra su honor en ser digno de confianza. El scout es leal. El scout es útil y servicial. El scout es amigo de todos y hermano de cualquier scout”... 

Y otra vez me ilusioné  por   dedicar más tiempo a chicos y chicas que  quieren  vivirla llamada de la Naturaleza y la llamada de Dios. Y por eso decidí compartir algo de todo esto hoy en la radio. Y deseo seguir soñando. Todos tenemos sueños. Tengo sueños para esta  Iglesia y sueños para el mundo. Sueños para Cáritas, para los jóvenes, para los adolescentes. Sueños grandes o pequeñitos que se cumplirán o no. Me gustaría, claro, que se cumplieran. Pero si no, al menos desearlo. Es lo que dice esa Labordeta.También será posible  que esa hermosa mañana(ese hermoso sueño, podría decir) ni tú, ni yo, ni el otro la lleguemos a ver; pero habrá que forzarla para que pueda ser. Quiero seguir soñando. Sueños alegres, vivos, bonitos, ilusionantes.  Cuando uno sueña es feliz. Cuando uno deja de soñar, su corazón ha envejecido. Quiero seguir soñando.


LA PRIMAVERA
Estamos ya en primavera. Me gustaría haberlo descubierto  con poesía y perfume de flores como los versos que aprendimos de niños.  Pero hay otras muchas formas de saber que ya está aquí.  Por ejemplo, a mí me no me avisó con poesías ni canciones, qué va.  Lo supe por  la nariz trancada por las alergias, la dificultad para respirar y los estornudos.   Siempre las buenas cosas traen efectos colaterales no tan buenos. Lo perfecto de verdad, estará en el cielo. Al fin y al cabo, la primavera y la cuaresma vienen siempre de la mano.  Y la cuaresma nos recuerda que estamos en camino.  Aunque a veces los senderos  nos resulten muy agradables. 

Anoche estuve en Vecindario.  Fui a confesar a los padres de los niños que este año harán su primera comunión.   Y pensé que el hecho de que muchos  estén preparándose para un encuentro con Jesús es un buen  anuncio de primavera. Cuando me senté  a confesar, disfruté.  Primero, porque a aquellas madres que se acercaban al sacramento de la penitencia las había conocido siendo niñas. Y, como ahora sus hijos, se acercaban entonces  para prepararse a comulgar por vez primera.  Y también  porque nada hay más primaveral que abrir el alma a otra persona sabiendo que en medio está Jesús. Me supo a primavera. Realmente, a pesar de los catarros y las alergias, y a pesar de los problemas de la humanidad y de la iglesia, por donde quiera,  surgen pequeñas primaveras.   No hay que desaprovechar ningún momento de florecimiento. En las parroquias, en el trabajo, en el trato con los compañeros.

Después de las confesiones, el grupo de sacerdotes nos fuimos a cenar a la casa parroquial. Y me vino a la mente el salmo: ¡Qué bueno y agradable que los hermanos estén unidos! Qué bueno que los curas se ayuden y se reúnan. Qué bueno que la familia haga esfuerzos para juntarse y animarse. Qué bueno que sea primavera. Qué bueno que, aunque el tiempo esté frío o ventoso y se nos tranque la nariz, podamos hacer primavera entre nosotros.

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