BAJO
MI PUNTO DE VISTA
Escribe Juan Santana (Arinaga)
OPINIÓN PARTICULAR
A pesar de que ya escribí
de un tema al que titulé y publiqué con el nombre de “Manía de cambiar”,
hablando del cambio de nombre que los de fuera del pueblo de Arinaga pusieron a
la llamada “Punta de la monja”, paraje natural que rebautizaron con el nombre
de “Risco Verde”, tan solo porque en su interior tiene una charca llena de Algas
marinas, que por supuesto son de color verde, aunque eso no le dan pie a
ponerle otro nombre.
Yo no voy a hacer lo
mismo, sino que en esta ocasión, al tratarse de un lugar privado, por cierto
que un bar, creo que tan solo cabe mi sugerencia, que si la quieren la cogen y
si no la dejan, pues no soy quien para meterme en asuntos particulares, pero
aún así me arriesgaré porque creo que con lo que digo no ofendo a nadie.
El bar En cuestión y para no hacer
publicidad, por lo que no digo su nombre actual, era propiedad de varias
señoras, ya fallecidas y que eran las hermanas, Catalina, Chana, Joaquina y una
hija de Catalina que se llamaba Juana.
Aunque estaban todas juntas, la titular
era Catalinita, que era como la conocían los vecinos de la playa.
Pero siempre fue conocido
ese local como “el bar. De las Catalinas” o la tienda que tenía al lado como
“la tienda de Catalinita”, donde las cuatro estaban siempre haciendo los
famosos “manteles de artesanía”, producto no valorado por la gente, que no
saben el trabajo que cuesta hacerlo y que además se dejan la vista en él por
tener la mirada fija donde ponen la aguja de coser, siempre de un lado a otro.
Pero centrándonos en el bar, diré que a la barra le decían mostrador, pues
tenía en el centro y delante, un hueco tapado con un cristal para “mostrar allí
algunas golosinas para que, sobre todo los niños, se les antojara algo, obligando
así a los padres a comprarlo.
Y es que ese local se
resiste a ser derruido para colocar allí otra edificación, porque sí es verdad
que es una de las pocas edificaciones antiguas que no se han cargado, como
hicieron con otras, queriendo dejar a Arinaga sin historia, pero más tarde o
más temprano se verá convertida en escombros, Dios no lo quiera.
La única esperanza que nos
queda a los que deseamos conservar las cosas que nos representan es la de que
al ser de propiedad privada, las entidades públicas no decidan su futuro,
rogando a su propietario que lo conserve tal y como ha sido siempre.
Por eso me gustaría que
llevara el nombre que los lugareños le habían puesto, pero acabo pidiendo
disculpas si con eso se sienten molestos sus actuales propietarios, porque tan
solo es mi opinión particular.
Juan Santana Méndez
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