DIARIO DE UN CURA
EL RESPETO ES MUY
BONITO
Estábamos el otro día en la celebración donde se bautizaban seis niños. La iglesia, llena. Se oían ruidos y conversaciones. Todos, preparados para la fiesta posterior al bautizo. Muy pocos preparados para celebrar dignamente el sacramento. Al acabar la ceremonia, Ángel, familiar de uno de los bautizados, se acercó a decirme con evidente enfado: ¡Qué poco respeto hay en el templo! No se puede venir a la iglesia si no se cree en esto. O que, aunque sólo sea por educación, se mantenga la compostura necesaria. Por supuesto que le di la razón. Otra cosa es cómo debe uno reaccionar para, sin faltar a nadie, pedir el necesario respeto. No es tarea fácil.
En muchos hoteles se requiere una vestimenta adecuada (sin
chanclas, sin la ropa de la playa) para cenar en su restaurante. Todos lo vemos
como lo más normal del mundo. No sé por qué algunos se quejan de que haya iglesias donde se prohíbe alguna prenda de vestir. Es verdad que puede haber
reacciones desagradables entre los encargados del templo y la feligresía. Todo
se arreglaría con educación. A nadie se le ocurriría entrar, por ejemplo, a una
mezquita y no quitarse los zapatos. Lo que
nosotros pedimos es bastante más sencillo. Sólo respeto. O sólo educación.
Los días de la semana han transcurrido con momentos llenos
de emotividad, presentaciones de libro, visitas médicas, diálogo con misioneros
canarios, participación en cáritas arciprestal, caminatas, fiestas y un día de
retiro con casi cien compañeros sacerdotes y el obispo. Precisamente en el
diálogo volvió a surgir la pregunta.
¿Somos demasiado exigentes con nuestros feligreses? ¿Somos demasiado blandos?
Roberto, un compañero párroco, cuenta que, cuando daba clases en el
Instituto, los chicos le llamaban “seis
pesetas”. Porque él no era “duro”… sino
lo siguiente. En cambio Juan, manifestaba que él sería sólo “dos pesetas y
media” ya que se muestra más proclive a
disculpar y no ser demasiado exigente.
Hablando de todo esto, se recordó una homilía reciente del
Papa Francisco en donde anima a tener actitudes humildes, de servicio, de
paciencia, de serenidad...
El cura, el pastor, “no
vive contabilizando las horas de
servicio. Es un buen samaritano en busca
de quien tiene necesidad. No es un inspector y se dedica a la misión con todo su ser. No se queda parado después de las desilusiones ni se rinde ante las dificultades. No es un
jefe temido por sus ovejas sino el pastor que camina con ellas. No regaña a
quien abandona o equivoca el camino sino
que está dispuesto a recomponer los
litigios.”
Y es que buena parte de los conflictos en la Iglesia, como
también ocurre en el deporte, se solucionan, sencillamente, con educación. Educación y respeto por parte de todos. Que el
respeto es muy bonito.
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