Escribe José Antonio Pagola, Teólogo
Los judíos hablaban con orgullo de la
Ley de Moisés. Según la tradición, Dios mismo la había regalado a su pueblo.
Era lo mejor que habían recibido de él. En esa Ley se encierra la voluntad del
único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo que necesitan para ser
fieles a Dios.
También para Jesús la Ley es importante,
pero ya no ocupa el lugar central. Él vive y comunica otra experiencia: está
llegando el reino de Dios; el Padre está buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo
más humano. No basta quedarnos con cumplir la Ley de
Moisés. Es necesario abrirnos al Padre y colaborar con él en hacer una vida más justa y fraterna.
Por eso, según Jesús, no basta cumplir
la ley que ordena "No matarás". Es necesario, además, arrancar de
nuestra vida la agresividad, el desprecio al otro, los insultos o las
venganzas. Aquel que no mata, cumple la ley, pero si no se libera de la
violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que busca construir con
nosotros una vida más humana.
Según algunos observadores, se está
extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más frecuentes los insultos ofensivos
proferidos solo para humillar, despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el
odio o la venganza.
Por otra parte, las conversaciones
están a menudo tejidas de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto,
que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la
irritación, la mezquindad o la bajeza.
No es este un hecho que se da solo en
la convivencia social. Es también un grave problema en la Iglesia actual. El Papa Francisco sufre al ver divisiones, conflictos
y enfrentamientos de "cristianos en guerra contra otros cristianos". Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que
ha sentido la necesidad de dirigirnos una llamada urgente: "No a la guerra entre
nosotros".
Así habla el Papa: "Me duele
comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aún entre personas
consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias,
difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que
parecen una implacable caza de brujas.
¿A
quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?". El Papa quiere
trabajar por una Iglesia en la que "todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais
aliento mutuamente y cómo os acompañáis".
José
Antonio Pagola
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