viernes, 15 de enero de 2010

DIARIO DE UN CURA. 15 de Enero de 2010

Después del platito de arroz blanco que me toca por tercer día consecutivo, recuerdo las veces que me ha tocado compartir tiempo, trabajos, ilusiones y comida con los misioneros de Bolivia Guatemala o Malawi. Arroz y frijoles cada día. Como todo el mundo. También hoy y ayer me ha tocado el mismo manjar pero sin frijoles: Arroz, tomates y la latita de atún. Y sabe a gloria.
Anoche no. Anoche cené en la casa de Antoñita María con un total de doce comensales, casi todos amigos o familiares. Por momentos no intervine en la conversación por aquello de que el silencio puede ser mejor arma que la palabra. Me gustó cuando Antoñita me enseñó las fotos de su hermano Tomás Morales, sacerdote asesinado en la guerra civil y propuesto para la beatificación. Me gustó sobre todo ver la cinta que ataron sus manos en la ordenación sacerdotal. Y me alegró cuando Antoñita contaba que su sobrina-nieta anda metida en una ONG colaborando en no sé qué países. Su familia se pregunta. Pero ¿qué se ha perdido allá?
Ahora, cuando comía el arroz y veía al mismo tiempo el telediario con las imágenes de terremoto de Haití, me hacía la misma pregunta: ¿Qué hacían en Haití las 8 hijas de la caridad españolas que estaban allí y no se las encuentra? ¿Y qué hacían las dos Hermanas del Sagrado Corazón que al parecer murieron en la destrucción de su vivienda? A lo mejor esto sirve para que los eternos críticos de nuestra Iglesia se den cuenta de que la Iglesia no sólo es Rouco Varela o el obispo de San Sebastián o la manifestación de Madrid. Cada vez que ocurre una tragedia en cualquiera de los paises pobres de la tierra, aparecen los nombres de los misioneros y los cooperantes que, silenciosos, sin ser noticia de periódicos y televisiones, estaban allí. Allí estaban haciendo Iglesia y haciendo solidaridad, comiendo arroz por la mañana y por la noche, muriendo con la gente más pobre del mundo.
Te recuerdo, amigo Miguel, compañero de misión en Malawi. ¿Te acuerdas? Caminamos no sé si siete o nueve horas por aquel fango. Caímos al riachuelo, nos pinchábamos en las zarzas, nos faltaba el agua, bebimos la soledad de aquella noche en aquella aldea que ni recuedo su nombre. Los mosquitos zumbaban en nuestros oídos, tumbados en la hamaca de aquella escuela de piedra de ventanas y puertas que sólo eran huecos para que pudiera entrar cualquier animal. Era la noche y no había nada. Ni luz, ni comida, ni agua. Y es allí a donde marchan nuestros misioneros. Tú me dijiste: Qué débil se siente uno aquí. Y te echaste a llorar. Desde mi mediodía de arroz, solamente por eso, viene mi recuerdo a los muchos misioneros que en Haití, Bolivia, Nicaragua, Malawi, Mozambique, Guatemala, sufren momentos duros o mueren muchos días en el año, sólo por amor a esos hermanos que también mueren cada día y no tienen el consuelo a veces ni siquiera de tener un platito de arroz. No digo ya con atún o con salsa de tomate.
En esta hora, mi diario echa sangre. Es mi oración por quienes en cualquier lugar del mundo, como misionero o cooperante está intentando cambiar el mundo. Es mi oración por los que cada día se enredan en criticar a una Iglesia que no conocen porque sólo ven una parte muy pequeña y la ven mal.
El dominico Tomás Morales de Carrizal, que dio su vida por la fe, sí que lo comprenderá. Felicidades, Antoñita por tener un hermano así y una sobrina así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar.