jueves, 1 de marzo de 2018

PENSIONISTA


DIARIO DE UN CURA

PENSIONISTA

Está uno acostumbrado  a que cada día te  llegue alguien a la  parroquia pidiendo algún tipo de ayuda. Normalmente, alimentos, o algunos euros para pagar el recibo de la luz o el agua. U otras cosas más complicadas que muchas veces no está en las manos de uno.

El otro día, al regreso de la cafetería donde cada mañana comparto un cortado con algunos vecinos, Juana –supongamos que ese es su nombre- se acercó con cierta timidez.

-¿Puedo hablar con usted?

Juana hace años que es viuda y ha sufrido la crisis con sus tres hijos  mucho tiempo en paro. Una crisis que le ha afectado no solamente a la economía sino también  a la salud. En los momentos más difíciles se acercó a la parroquia, siempre con algo de vergüenza: “Usted sabe que yo no estoy acostumbrada a eso. Si vengo aquí es porque ya no puedo más”.

A pesar de todo, me extrañó la visita de Juana a aquella hora.
-Dígame, Juana

Le costó arrancar

-Es que no sé si usted me puede dar para lo que le voy a pedir.

-¿Algún problema especial?, le pregunté intentando allanar el camino…

- Mire, yo creo que los pobres tenemos también que poner de nuestra parte para salir de la situación en la que estamos. Yo siempre he sido luchadora. Y me parece una obligación ir a la huelga de los pensionistas para reclamar nuestros derechos.

Yo, ingenuo de mí, todavía no caía en la cuenta de lo que me estaba pidiendo Juana. Sobre la mesa tenía un sobre con un dinero que una buena persona, como casi todos los meses,  me había dejado para Cáritas.

Juana fue más clara:

- Es que no tengo dinero para trasladarme a Las Palmas  e ir a la huelga y no sé si es justo pedirle para eso.

Entonces abrí los ojos e hice lo que yo creo que habría hecho  cualquier otra persona en mi lugar. ¡Cómo me supo aquella pequeña  ayuda parroquial para la lucha por la causa justa de los pobres! Para asistir a una huelga.

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