DIARIO
DE UN CURA
PENSIONISTA
Está uno acostumbrado a que cada día te llegue alguien a la parroquia pidiendo algún tipo de ayuda. Normalmente, alimentos, o algunos euros para pagar el recibo de la luz o el agua. U otras cosas más complicadas que muchas veces no está en las manos de uno.
El otro día, al regreso de la cafetería
donde cada mañana comparto un cortado con algunos vecinos, Juana –supongamos
que ese es su nombre- se acercó con cierta timidez.
-¿Puedo hablar con usted?
Juana hace años que es viuda y ha sufrido
la crisis con sus tres hijos mucho
tiempo en paro. Una crisis que le ha afectado no solamente a la economía sino
también a la salud. En los momentos más
difíciles se acercó a la parroquia, siempre con algo de vergüenza: “Usted sabe
que yo no estoy acostumbrada a eso. Si vengo aquí es porque ya no puedo más”.
A pesar de todo, me extrañó la visita de
Juana a aquella hora.
-Dígame, Juana
Le costó arrancar
-¿Algún problema especial?, le pregunté
intentando allanar el camino…
- Mire, yo creo que los pobres tenemos
también que poner de nuestra parte para salir de la situación en la que estamos.
Yo siempre he sido luchadora. Y me parece una obligación ir a la huelga de los
pensionistas para reclamar nuestros derechos.
Yo, ingenuo de mí, todavía no caía en la
cuenta de lo que me estaba pidiendo Juana. Sobre la mesa tenía un sobre con un
dinero que una buena persona, como casi todos los meses, me había dejado para Cáritas.
Juana fue más clara:
- Es que no tengo dinero para trasladarme a
Las Palmas e ir a la huelga y no sé si
es justo pedirle para eso.
Entonces abrí los ojos e hice lo que yo creo
que habría hecho cualquier otra persona
en mi lugar. ¡Cómo me supo aquella pequeña
ayuda parroquial para la lucha por la causa justa de los pobres! Para
asistir a una huelga.
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