LA SOBREMESA,
LA FIESTA
Y EL HELADO
EN LA IGLESIA
LA FIESTA
Y EL HELADO
EN LA IGLESIA
Bueno,
pues hoy quiero dedicar unas palabras a mi querido pueblo de Vecindario. Más
que pueblo al barrio costero de Santa Lucía, puesto que el pueblo es ese. Y se
las quiero dedicar por la fiesta en honor a Rafael, esa medicina de Dios de la
que seguro todos, absolutamente todos, estamos necesitados. Una medicina que no
es intensiva, no hace daño, no erosiona ni es necesario tomarse un protector,
puesto que ya va incluido en la propia medicina.
Las fiestas tienen que ser, o al menos
así lo entiendo yo, como las sobremesas de una comida. Las sobremesas, decía un
amigo mío tiene que ser obligatorias en todos los rincones y culturas. Las
sobremesas tienen que saborearse como cuando uno se toma un postre sin prisa;
cuando se toma un cafecito que se va enfriando al fragor de una conversación
familiar o con amigos; cuando se saborea una copa de cualquier licor mientras
olemos al calor del hogar.
La fiesta tiene que ser también algo
parecido: hay que saborearla, olerla, disfrutarla y compartirla. Es una vez al
año y no podemos dejarla pasar como si la rutina nos hiciera impertérritos ante
tal acontecimiento. La fiesta, como la sobremesa, tiene que notarse en el
traje, en la actitud, en las formas y en las maneras. Traje interno y externo:
si mi actitud festiva no la vivo, probablemente el traje externo tampoco tiene
mucho sentido.
Pero claro, todo tiene un pero. La
fiesta también tiene lugares y estos han de ser significativos. El otro día
estaba en nuestra parroquia y entra un matrimonio con su hija - quiero entender
así esa relación familiar - y cada uno comiéndose un helado: se sentaron en un
banco; daba la impresión de hacer tiempo que no entraban en este templo, porque
no dejaban de maravillarse de cómo estaba. ¡Había que ver la cara de felicidad
a cada lametazo que le daban a su helado correspondiente. Helado, tertulia
entre ellos... pero probablemente ninguno de los tres se decidió a comentarle
algo a Rafael, que cual faro, estaba en su trono dándoles las buenas noches.
Sin embargo todo esto me llevaba a
preguntarme si todavía en el siglo XXI no sabemos estar en el sitio que nos
corresponde y de la forma que corresponde en función del lugar en el que
estamos. La pregunta es fácil: ¿se puede comer un helado en la Iglesia?; ¿Se
puede entrar con un refresco o un paquete de roscas, mientras voy de turismo
por el citado templo observándolo? Les digo la verdad que me entra una duda
tremenda.
Me dieron ganas de acercarme y
comentarle a aquel matrimonio que no dejaran de visitar la Iglesia, pero
después de acabar el helado; me dieron ganas de decirle a los jóvenes que
entraron que lo hicieran después de acabar el refresco y el paquete de
roscas... pero ¿ y si el helado es la disculpa para visitar una Iglesia, o las
roscas, o el refresco?. Les confieso que me entró tal duda, que no les dije
nada.
Duda como la que le entró al fariseo
cuando le preguntó a Jesús que cuál era el mandamiento principal de la Ley.
Probablemente la ley me diría que el templo es un lugar de oración y no es un
lugar para almorzar o merendar o comer cualquier menú. Pero claro tengo que
esperar la respuesta del Maestro que
es amar al Señor y al prójimo como a uno mismo: si el helado ha sido la
disculpa para entrar a orar o a conversar con un arcángel en medio, pues como
diría mi abuela "bendito sea Dios"
La fiesta, como todo lo bueno, se
acaba. San Rafael ha salido a la calle, ha tocado los corazones de los más
fervorosos y de aquellos que se han quedado con la duda. Ha sido, seguro, el
alivio de muchos enfermos que siguen viendo en Rafael el guía perfecto en el
camino de sus dolencias, por ello es medicina de Dios.
Me gustaría que cuando acabara la
fiesta nos quedemos con los buenos recuerdos que nos hicieron recordar y
revivir lo más entrañable de nosotros mismos y sobre todo que nos preparemos
porque el año que viene son setenta y cinco años y no es cualquier cosa.
¿Saben?: si amamos a Dios y a los
hermanos, tendremos vida.
Hasta la próxima.
Paco Mira
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