sábado, 27 de mayo de 2017

LA FIRMA

Juan  Santana, desde Arinaga:
LA FIRMA
Para dejar claro que en años pretéritos había gratuidad en los estudios, si sabías hacer lo correcto es por lo que me he decidido a escribir el siguiente relato.  

Esto me lo contó una señora, de la cual ruego me permitan omitir su nombre porque no es necesario para comprender esta narración.

En los años pasados, previos a la actual democracia, existía una ley que muy pocos conocían y que era la de poder estudiar gratis en un famoso colegio de Las Palmas de Gran Canaria, tan solo con la firma del alcalde y del párroco del lugar donde residiera el solicitante con sus padres. 


          La buena señora, madre del futuro estudiante, era hermana del alcalde que tenía el municipio en esos años, pero aún así pidió al párroco que si firmaba la solicitud, a lo que este accedió enseguida, máxime cuando era para una buena causa.  La mujer recogió los papeles firmados, pues lo otro era más fácil debido a la confianza que tenía con su hermano, que como dije era el alcalde.

Cuando le contó lo que pensaba, su hermano se negó en rotundo a firmar, diciéndole lo que pensaría la gente si se enteraba de que el sobrino del alcalde iba a pedir una beca como pobre.    Su hermana le dijo entonces que pagara los estudios de su sobrino, pero él le respondió que no tenía dinero para eso.

Después de haber discutido con su hermano se puso en pie para irse de allí con un disgusto tremendo, pensando que lo más sencillo que creyó le había resultado imposible de conseguir.  Tan nerviosa iba que casi no escucha a alguien que le llamaba y que no era otro que un funcionario, el cual trabajaba en las oficinas del ayuntamiento, que había sido testigo de la conversación entre ella y su hermano.  

Este le dijo que no se preocupara por nada, porque su hermano firmaría la solicitud, pero la señora no entendía como se la iba a firmar a él y no a ella que era su hermana, aunque nada tenía ya que perder y le entregó los papeles que momentos antes tuvo su hermano y los había desechado.

 En las palabras del hombre encontró algo de ánimo, por lo que se marchó a su casa quedando a la espera de noticias.

Mientras tanto, en el ayuntamiento todo discurría con normalidad, incluso dictando nuevos “Bandos municipales”, que al no gozar de los adelantos actuales, tenían que hacer uno para cada barrio porque las fotocopiadoras no estaban a la orden del día.

El funcionario se las mostró a su jefe para que las firmara, cosa que hizo enseguida, sin darse cuenta de que en medio de aquellos papeles estaba la solicitud para su sobrino, por lo cual y habiendo firmado todos los “Bandos”, el funcionario se fue a su departamento, desde donde llamó a la señora que solicitaba el papel firmado.  Acudió a las oficinas municipales y recogió el certificado ya cumplimentado, que entregó en el colegio donde su hijo cursó los estudios y terminó la carrera.

Termino diciendo que yo no he citado a nadie en particular, por lo cual creo que si alguno de los protagonistas lee este relato, pienso que no se sentirá ofendido.


Juan Santana Méndez  

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