Juan Santana desde Playa de Arinaga
VIVIENDO DE LOS RECUERDOS
Voy
a intentar enumerar las tiendas que en uno u otro momento estuvieron en
Arinaga, pero sin especificar la fecha en la que estuvieron despachando al
público las cosas más elementales, como pan, huevos, aceite y otro gran número
de cosas, diciendo que a la mayoría de estas las conocían como “Tiendas de
aceite y vinagre”.
Una
de ellas era la que llamaban “la tienda de Rosarito”, que al cabo de los años
la cogió su hijo Antonio Pérez, al que todos conocíamos como “Tontón”.
Mientras
el esposo de Rosarito trabajaba como conductor de camiones para una empresa
dedicada al empaquetado del tomate, cosa que le hacía ir a Las Palmas casi a
diario, este aprovechaba para traer frutas y verduras frescas para la tienda,
cosa que no podían hacer las demás. Su
hijo la convirtió luego en supermercado, más amplio y con mayor variedad de
productos.
La
otra estaba situada en la esquina contraria a la arriba citada, que le decían
“la tienda de Lantigua”, que al igual que las demás, también despachaban copas,
pero vendía más cosas, por ejemplo tocino para la comida, latas de conserva,
bebidas y todo lo relacionado con el consumo de un hogar.
Una,
que era pequeña fue la de Carmita, la cual, sobre todo en horas de la tarde y
noche también servía algún que otro ron a los que se acercaban por allí, aunque
en realidad era una tienda de comestibles, pero tengo que reseñar que esta
mujer tuvo la primera ubicación de su negocio a orillas de la playa, en el
grupo de casas que estaban situadas donde se asienta hoy la sede de protección
civil en Arinaga.
Junto al “bar del Pino” estaba la esposa del
dueño de dicho local, a la que conocíamos como “Fabita”, que también tenía una
pequeña tienda, pero que al contrario de la de Carmita, esta daba para la
carretera principal, por lo que a pesar de estar muy cercanas la una a la otra,
cada cual tenía su clientela.
En
la misma playa, donde está hoy “protección civil”, estuvo una tienda pequeña,
la cual era propiedad de “los Quevedo, que no vendía mucho, pero los fines de
semana abrían el bar que estaba junto a la tienda, donde se reunía bastante
gente, sobre todo en el verano, al ser el local más cercano a la zona de
bañistas.
Esta
gente procedía de “Los Corralillos”, que era el lugar donde tenían sus terrenos
de labranza, pero que formaron parte de los vecinos de la playa al fijar su
residencia aquí.
Cerca
del muelle estaba la tienda que regentaban cuatro mujeres, de las cuales tres
eran hermanas y la otra era la hija de una de ellas, concretamente a la que
conocíamos como “Catalinita”, siendo el nombre de su hija el de “Juanita”.
En
esa tienda estaban siempre haciendo los típicos manteles bordados, pero a
mediodía pasaban al bar. Que tenían junto a la tienda, que era una superficie
pequeña, siendo visitada por una clientela asidua, la cual le facilitaba un
buen negocio.
Los
lugareños conocían estos dos locales como “el de las Catalinas”, aunque hoy en
día los inquilinos del bar le pusieron “la Universidad ”, que son
los que abren los fines de semana ese pequeño local, que se resiste a cerrar
sus puertas definitivamente.
Muy
cerca de allí estaba el bar. Y tienda de Miguelito, a donde acudían para echar
una partida a las cartas unos clientes asiduos, se tomaban unas copas y así
pasaban el rato.
Era uno de los dos locales
que vendían en exclusiva las pequeñas “bombonas de gas” de color verde y las de
color rojo, las cuales se fabrican todavía.
Era conocido este sitio
por la manera que ideó su dueño para tener claridad y ventilación, ya que sus
puertas las fabricó con unas rejas, pasando a denominarse por la gente como “el
bar de las rejas”.
Si
seguimos hacia arriba por esa calle “Alcalá Galiano”, en la confluencia de esta
calle con la de “Avenida Polizón”, nos encontrábamos con la tienda de Manolito
Vega, que al igual que la de Rosarito, también derivó en supermercado, cuando
su hijo Juan se hizo cargo de la misma.
A
pesar de estar fuera de la señal de tráfico que delimita el comienzo del
pueblo, me referiré ahora a la pequeña tienda que había en “el 1” , donde a duras penas se
mantenía la “tienda de Aguedita”, la cual evitaba que los vecinos cercanos
tuviesen que ir hasta la playa para comprar por ejemplo un paquete de azafrán o
cualquier otra pequeña cosa que les hiciera falta para la comida.
Es por eso que la cito aquí, para dejar
constancia de que estuvo en ese lugar.
Sé porque mi
difunto padre me lo llegó a decir, que hubo otra tienda, muy cerca de la casa
de Laureano MENA, pero creo que con esto queda demostrado que Arinaga tuvo una
buena cantidad de locales dedicados a la venta de comestibles y que cada uno
tenía una clientela fiel, en aquellos años que podías decir: ¡Se lo apunta a mi
madre!
Pido
disculpas si alguna he pasado por alto, pero no es mi intención.
Juan Santana Méndez
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