DIARIO DE UN CURA
UN CURA PARA
LA CALLE
Un amigo, después de escuchar la homilía del obispo el día de la patrona, hizo este comentario con un poco de guasa: Si el obispo dice que ahora hay menos gente que va a la iglesia y los jóvenes están fuera de ella, ¿para qué quiere que haya más curas? El trabajo será menor y se necesitarán menos sacerdotes.
Parecería una reflexión
con lógica si la tarea de los sacerdotes se limitara a atender a los que van a
misa o a la catequesis. Pero las cosas no son así ni debieran serlo. Precisamente
el obispo en las homilías de las fiestas de las patronas de Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura, insistió
en la necesidad de salir a la calle que
es lo que el evangelio propone y “no
encerrarnos en nuestros templos y salones para continuar cuidando a los que no
se han ido”. Cuantas más personas estén
decepcionadas del catolicismo, cuanto
más vacías estén las iglesias, más necesidad tendremos de sacerdotes.
Sacerdotes para la calle.
A mí me preocupa que
muchas personas crean que el trabajo del sacerdote se reduce a una misa diaria, atender a
quienes solicitan un sacramento y poco más. Pero más que eso, me preocupa que
también los curas y agentes de pastoral
nos acomodemos al calorcito de la
iglesia y echemos a otros la culpa de la falta de jóvenes o la apatía religiosa
de buena parte de la población. Se
necesitan, más que nunca, curas y
catequistas que ejerzan fuera de los templos. No porque van echando sermones. Tampoco porque
llevan la etiqueta que los identifica. No es eso lo que hace falta. Hace unos años, cuando el papa Francisco
comenzó a hablar de que tenemos que oler a ovejas y mezclarnos con la gente, hubo quienes
pensaron en más procesiones y más manifestaciones externas de fe. Lógicamente no habían entendido el mensaje del
papa como tampoco ahora el de Francisco
Cases. Ser un cura de la calle es algo más profundo, más comprometido y más difícil.
San Pablo dice a Timoteo: Toma parte en los duros trabajos del
evangelio. O lo que es lo mismo: No
te acomodes ni dediques todas las horas
del día a celebrar misas y tener reuniones y catequesis siempre con el mismo
grupo de personas. La calle nos espera. Para estar con la gente que no va a la
iglesia, para escucharla, para comprenderla, para aprender. Para intentar ser
testimonio del evangelio.
Escribo estas cosas,
consciente de que me las digo a mí mismo. Cuando llega la noche y escribo mi
Diario me pregunto siempre si durante el día he tomado parte en los duros
trabajos del evangelio o me he limitado a sólo los que me resultan fáciles.
Este sábado, nuestra
diócesis, tan necesitada de vocaciones, cuenta con un nuevo sacerdote: Aday
Josué García Jiménez, natural de La Montaña de Gáldar. El obispo le impondrá las manos y le
encargará una parcela de la diócesis
para que la cuide y la quiera y la trabaje y aprenda. Seguro que Aday
estará feliz de responder a la llamada del Señor y con ganas de comerse el
mundo. Eso me gusta. Todo el tiempo será
poco. Evangelizar es una urgencia. Hay que buscar tiempo para orar y para celebrar la eucaristía. Pero también
tiempo para estar con la gente a la que te envíen. Me gustaría, Aday, que seas un cura de la
calle. La calle es un segundo seminario. Lo necesitamos.
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