DIARIO DE DE UN CURA
LA SONRISA NECESARIA
Son Las tres de la
mañana de un día cualquiera de febrero.
Me asomo por la ventana y parece que la vida está detenida. La carretera sola.
Silencio. Aparentemente todo se ha parado con la noche. Pero por algo se despierta
uno. Porque la vida que se ha detenido por fuera recobra vitalidad por dentro. Los
pensamientos y sentires están activos y se asoman un poquito en la madrugada.
Pensé en la cuaresma que va a empezar y me desperté.
Recordé lo que me dijo
Aday y sonreí.
Me vino a la mente la
misión pendiente y me costó dormir.
No puede ser que uno se
duerma del todo con el evangelio sin
anunciar. He recordado a todos los jóvenes que en estos años han vivido su
experiencia creyente en la comunidad y que ahora han quedado aparentemente paralizados. Y a algunos catequistas que transmiten
conocimientos pero que no pueden transmitir experiencia de Dios porque no la
están viviendo. Y en los que llenan las calles del pueblo cuando sale el sol
sin descubrir el otro Sol.
Y siempre te queda la
inocencia.
Aday se encontró en la
iglesia un trozo de una pulsera. A los cinco años, todo lo que brilla es
bonito. Y con los ojos más brillantes que el
trozo de pulsera, esperó impaciente y educado a
que acabara de hablar con una
señora. Cuando le tocó su turno, me lo
dijo todo seguido: “Le dices a Dios que si él sabe quien perdió esto que me lo
diga a mí para yo devolvérselo”. - No entendí bien. ¿Cómo dices, Aday? Eso, que le digas a Dios que yo me encontré
esto ( y me lo enseñó como un tesoro) y
que si sabe de quién es que me lo diga…
¡Ay Aday! Menos mal que
viniste tú a poner la sonrisa necesaria cuando uno anda preocupado por la
misión.
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