miércoles, 4 de noviembre de 2015

EL VENDEDOR DE CUPONES

Desde Arinaga, Juan Santana

EL VENDEDOR DE CUPONES

Esta historia me la contó el hijo de un vendedor de cupones de la ONCE, pero que sucedió a mediados del siglo XX y en Las Palmas de Gran Canaria.
En esos años, a los cupones se les denominaban “Cupón Pro-ciegos”, que es lo que confunde hoy en día a la gente, que en vez de llamarles “cupones de la ONCE”, les dicen ”números de ciegos” o directamente “cieguitos”.
   Pero ese no es el tema, por lo que recordaré la historia de aquel vendedor de la ONCE, que era ciego total, pero se aventuraba a desarrollar su labor sin ningún lazarillo que le ayudara.
Él vendía y cobraba, pero no tenía un puesto fijo, por lo que siempre andaba con su bastón de un lado para otro y pregonando su mercancía.
Cierto día, cuando cruzaba una calle, tropezó con la que creyó una persona, pero que en realidad era un burro que tiraba de un carro, parado en el centro de la calle, porque me decía la persona que me contó esta historia, que en esos años se recogía la basura de la capital de la isla de Gran Canaria con carros remolcados por este tipo de animales.  
 Es probable que el empleado de la limpieza lo dejara allí para ir a tomarse un café.
Lo cierto es que el vendedor creía tener delante a un comprador, máxime cuando el burro comenzó a “merendarse” los cupones, soltando el hombre todos los números de los que tiraba.
Pensaba que “estaba haciendo su Agosto” cuando la pinza se quedó vacía.
Como el supuesto cliente no decía nada, el vendedor preguntó: ¿Se queda con todos los cupones, caballero?
En un principio no se escuchó nada, pero ante la insistencia del invidente, solo obtuvo un rebuzno por respuesta.   
Entonces lo comprendió todo y se marchó de allí con ganas de matar al animal, pero se dio la vuelta y fue a contárselo a sus compañeros de profesión, los cuales se rieron en un primer momento, pero luego todos colaboraron para reunir el dinero que su compañero debía entregar en la ONCE, pues tenía que retirar los del día siguiente, aunque dudo mucho que volviera a venderle a los clientes silenciosos.
No cito el nombre del que me relató esta anécdota, aunque puedo decir que es “chapista” de coches, pero de pequeño acompañaba a su padre que era invidente, haciendo las funciones de lazarillo.
   
Juan Santana Méndez






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