Desde Arinaga, Juan Santana
EL VENDEDOR DE CUPONES
Esta historia me la contó el hijo de un
vendedor de cupones de la ONCE ,
pero que sucedió a mediados del siglo XX y en Las Palmas de Gran Canaria.
En esos años, a los cupones se les
denominaban “Cupón Pro-ciegos”, que es lo que confunde hoy en día a la gente,
que en vez de llamarles “cupones de la
ONCE ”, les dicen ”números de ciegos” o directamente
“cieguitos”.
Pero ese no es el tema, por lo que recordaré la historia de aquel
vendedor de la ONCE ,
que era ciego total, pero se aventuraba a desarrollar su labor sin ningún
lazarillo que le ayudara.
Él vendía y cobraba, pero no tenía un
puesto fijo, por lo que siempre andaba con su bastón de un lado para otro y
pregonando su mercancía.
Cierto día, cuando cruzaba una calle,
tropezó con la que creyó una persona, pero que en realidad era un burro que
tiraba de un carro, parado en el centro de la calle, porque me decía la persona
que me contó esta historia, que en esos años se recogía la basura de la capital
de la isla de Gran Canaria con carros remolcados por este tipo de animales.
Es
probable que el empleado de la limpieza lo dejara allí para ir a tomarse un
café.
Lo cierto es que el vendedor creía tener
delante a un comprador, máxime cuando el burro comenzó a “merendarse” los cupones,
soltando el hombre todos los números de los que tiraba.
Pensaba que “estaba haciendo su Agosto”
cuando la pinza se quedó vacía.
Como el supuesto cliente no decía nada, el
vendedor preguntó: ¿Se queda con todos los cupones, caballero?
En un principio no se escuchó nada, pero
ante la insistencia del invidente, solo obtuvo un rebuzno por respuesta.
Entonces lo comprendió todo y se marchó
de allí con ganas de matar al animal, pero se dio la vuelta y fue a contárselo
a sus compañeros de profesión, los cuales se rieron en un primer momento, pero
luego todos colaboraron para reunir el dinero que su compañero debía entregar
en la ONCE , pues
tenía que retirar los del día siguiente, aunque dudo mucho que volviera a
venderle a los clientes silenciosos.
No cito el nombre del que me relató esta
anécdota, aunque puedo decir que es “chapista” de coches, pero de pequeño
acompañaba a su padre que era invidente, haciendo las funciones de lazarillo.
Juan Santana Méndez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar.