miércoles, 7 de octubre de 2015

LOS TRES LISTILLOS

Escribe Juan Santana, de Playa de Arinaga:
LOS TRES LISTILLOS

(Por si se nos ocurriera dar el paso)

En una granja estaba un padre y sus tres hijos, siendo el padre el encargado de regar los árboles frutales y hortalizas que allí se cultivaban. Los hijos estaban deseando mandar ellos solos en el cultivo, ya que así podían disponer a su antojo, pero tropezaban con la autoridad de su padre, que siempre anteponía su voluntad, teniendo que permanecer ellos callados y sin rechistar. 

          Tenían la intención de ingresarle en un asilo de ancianos, diciéndole lo siguiente: ¡Debes ir a una residencia de ancianos, papá, porque ya has trabajado bastante y te toca descansar, que ya nos encargaremos nosotros de la finca y te iremos a ver todas las semanas para rendirte cuentas! 

Pero el viejo decía siempre: ¡Yo me encuentro capacitado para llevar esto, así que no se hable más!

Un día llegaron al lado de su padre para decirle que habían cogido tres crías de una especie de pájaros que cantaban bastante y le preguntaron que podían hacer para criarlos hasta que comieran solos.

Su padre les dijo: ¡Metan dentro de una jaula a los pajarillos y la cuelgan de un árbol, que ya verán que los padres les traerán la comida y se la darán por entre las rejas!

Ellos hicieron lo que el viejo les dijo, viendo como los padres se acercaban varias veces al día hasta la jaula, quedando admirados de la sabiduría de su padre. 

Pasaba el tiempo y aquellos pequeños pajarillos ya eran grandes, por lo que los tres hijos se acercaron de nuevo a su padre para pedirle consejo: ¡Ya lo que antes eran crías, comen solos, pero no sabemos que darles!

El hombre se quedó pensando un momento y les dijo: ¡Ahora intenten coger a los padres, porque así enseñarán a sus hijos a cantar!

Hicieron lo que él les mandó, colocando una trampa allí donde sabían que los animales iban a beber, poniéndoles el reclamo de una lechuga cortada en trozos, pero dentro de la trampa. Los animalitos, nada más darse cuenta del manjar que allí había, comenzaron a picotearlo, hasta que de pronto se vieron cerrados, sin encontrar manera alguna de poder escapar, revoloteando sin cesar.   

Cuando los herederos de la finca se lo contaron a su progenitor, este les mandó soltar las crías, pero cerrando a los padres, ya que ahora serían ellos los encargados de alimentar a aquellos que se preocuparon de que no pasaran hambre durante su cautiverio.   

Así lo hicieron, despreocupándose del tema, volviendo a sus tareas cotidianas.

Había pasado ya una semana, cuando pasaron de nuevo por allí, dándose cuenta de que la pareja de pájaros adultos yacían en el suelo de la jaula.

Enseguida fueron a recriminar a su padre por el error cometido, pero este, muy tranquilo se sentó en una piedra y les dijo: ¿No han visto como esos que están ahora tiesos en la jaula venían a darle de comer a sus hijos a pesar de estar encerrados?   

¡Tan solo les importaba que sus hijos no pasaran hambre, sin importarles el lugar en el que se encontraban! 

 A continuación, señalándoles con el dedo índice les dijo: ¡Ustedes quieren ponerme en una residencia, porque saben que estando allí pueden hacer aquí lo que quieran, pero eso de las visitas semanales, si te he visto no me acuerdo!  

Los tres hombres bajaron la cabeza y se marcharon, pero jamás volvieron a citar ese tema y menos delante de aquel que les había dado una buena lección.

Juan Santana Méndez


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