Escribe Juan Santana, de Playa de Arinaga:
LOS TRES LISTILLOS
(Por si se nos ocurriera dar el paso)
En una granja estaba un
padre y sus tres hijos, siendo el padre el encargado de regar los árboles
frutales y hortalizas que allí se cultivaban. Los hijos estaban deseando mandar
ellos solos en el cultivo, ya que así podían disponer a su antojo, pero tropezaban
con la autoridad de su padre, que siempre anteponía su voluntad, teniendo que
permanecer ellos callados y sin rechistar.
Tenían la intención de ingresarle en un asilo de ancianos, diciéndole lo
siguiente: ¡Debes ir a una residencia de ancianos, papá, porque ya has
trabajado bastante y te toca descansar, que ya nos encargaremos nosotros de la
finca y te iremos a ver todas las semanas para rendirte cuentas!
Pero el viejo decía
siempre: ¡Yo me encuentro capacitado para llevar esto, así que no se hable más!
Un día llegaron al lado de
su padre para decirle que habían cogido tres crías de una especie de pájaros
que cantaban bastante y le preguntaron que podían hacer para criarlos hasta que
comieran solos.
Su padre les dijo: ¡Metan dentro de una
jaula a los pajarillos y la cuelgan de un árbol, que ya verán que los padres
les traerán la comida y se la darán por entre las rejas!
Ellos hicieron lo que el
viejo les dijo, viendo como los padres se acercaban varias veces al día hasta
la jaula, quedando admirados de la sabiduría de su padre.
Pasaba el tiempo y
aquellos pequeños pajarillos ya eran grandes, por lo que los tres hijos se
acercaron de nuevo a su padre para pedirle consejo: ¡Ya lo que antes eran
crías, comen solos, pero no sabemos que darles!
El hombre se quedó
pensando un momento y les dijo: ¡Ahora intenten coger a los padres, porque así
enseñarán a sus hijos a cantar!
Hicieron lo que él les mandó, colocando
una trampa allí donde sabían que los animales iban a beber, poniéndoles el
reclamo de una lechuga cortada en trozos, pero dentro de la trampa. Los
animalitos, nada más darse cuenta del manjar que allí había, comenzaron a
picotearlo, hasta que de pronto se vieron cerrados, sin encontrar manera alguna
de poder escapar, revoloteando sin cesar.
Cuando los herederos de la finca se lo
contaron a su progenitor, este les mandó soltar las crías, pero cerrando a los
padres, ya que ahora serían ellos los encargados de alimentar a aquellos que se
preocuparon de que no pasaran hambre durante su cautiverio.
Así lo hicieron, despreocupándose del
tema, volviendo a sus tareas cotidianas.
Había pasado ya una semana, cuando
pasaron de nuevo por allí, dándose cuenta de que la pareja de pájaros adultos yacían
en el suelo de la jaula.
Enseguida fueron a recriminar a su padre
por el error cometido, pero este, muy tranquilo se sentó en una piedra y les dijo:
¿No han visto como esos que están ahora tiesos en la jaula venían a darle de
comer a sus hijos a pesar de estar encerrados?
¡Tan solo les importaba que sus hijos no
pasaran hambre, sin importarles el lugar en el que se encontraban!
A
continuación, señalándoles con el dedo índice les dijo: ¡Ustedes quieren
ponerme en una residencia, porque saben que estando allí pueden hacer aquí lo
que quieran, pero eso de las visitas semanales, si te he visto no me acuerdo!
Los tres hombres bajaron la cabeza y se
marcharon, pero jamás volvieron a citar ese tema y menos delante de aquel que
les había dado una buena lección.
Juan Santana Méndez
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