sábado, 22 de agosto de 2015

HUMILDAD Y SINCERIDAD SE IDENTIFICAN

REFLEXIÓN PARA LA LITURGIA DE ESTE DOMINGO (XXI del Tiempo Ordinario

HUMILDAD Y SINCERIDAD SE IDENTIFICAN
Por Antonio García-Moreno


1.- PROFESIÓN DE AMOR.- Josué ha sido el sucesor de Moisés que, con brazo seguro y pie firme, ha entrado en la Tierra Prometida. Consciente de la misión que Yahvé, el Dios vivo, le ha encomendado, reúne a todo el pueblo de Israel: a los ancianos, a los jefes, a los jueces, a los magistrados. Y allí, invocando al Señor, les propone algo decisivo para la historia del pueblo: su entrega incondicional y su consagración a Dios. Josué propone a los suyos: "Si no os parece bien servir al Señor, escoged a quien servir: a los dioses a quienes sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis". Son libres de volver a los ídolos que adoraron antes de conocer a Yahvé, o de postrarse ante los dioses de los amorreos.

2.- Estos hombres tienen ante ellos al Señor de los cielos y tierra, al Señor que los ha librado de la esclavitud y los ha guiado por un duro desierto, interminable. A ese Dios que tiene derecho a la entrega sin condiciones del pueblo israelita que tanto, todo cuanto es, le debe. Pero el Señor quiere una decisión nacida del amor, una decisión libérrima. Por eso plantea la cuestión en tales términos. Al contemplar este modo tan atrayente de querernos, de pedirnos por amor lo que te debemos por justicia, te decimos que somos totalmente tuyos, que sólo a ti te vamos a servir, que sólo a ti te vamos a amar, en ti vamos a creer y a esperar.

3.- El pueblo ha visto muchas cosas, ha presenciado en mil ocasiones cómo el Señor les demostraba su desvelo, su empeño de cuidarles con el esmero y la ternura de una buena madre, con la previsión de un padre sabio y fuerte. Movidos por esa experiencia, exclaman: "El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos entre los pueblos por donde cruzamos. Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios". Cada uno podría contarnos cómo el Señor le ha mostrado su presencia. Todos, estoy seguro, hemos notado que Dios estaba interviniendo en nuestro favor. Es un detalle, es una coincidencia, es una "casualidad", algo que no podemos explicar más que refiriéndolo al Señor, ese Dios que no se ve con los ojos de la cara, pero sí con los del alma.

4.- Al recordar tanto amor, tanta providencia, tanto desvelo, queremos reconocerte como Señor y dueño de nuestra existencia. Y lograr que todo nuestro quehacer sea un vivir para ti, feliz al saber que aceptas y miras complacido nuestras pequeñas y sencillas acciones, esas que constituyen el entramado de nuestra vida. Esos gestos ordinarios y corrientes que tratamos de que sean grandes, extraordinarios por el amor y esmero que en ellos ponemos. Sí y siempre sí: "Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

5.- SÓLO LOS HUMILDES.- Este modo de hablar es inadmisible, dijeron muchos de los que escucharon las palabras del Maestro divino. Hoy también hay quienes repiten lo mismo, quienes se echan atrás a la hora de ser consecuentes con las exigencias, a veces duras, que comporta la fe. Son los que ven las cosas con criterios humanos, juzgan los hechos con medidas terrenas; olvidan que sólo con la fe y la esperanza, con un grande y profundo amor, podremos entender y aceptar la revelación de Dios. Jesús les explica de alguna manera el sentido de sus palabras sobre la Eucaristía. Les hace comprender que lo que ha dicho tiene un sentido más profundo, del que parece a simple vista. Su carne y su sangre son ciertamente comida y bebida, pero no en un sentido meramente físico, como si se tratase de una forma de canibalismo. Se trata de algo muy distinto que, en definitiva, sólo por medio de la fe se puede aceptar y, en cierto modo, hasta entender.

6.- Lo que sí hay que destacar es que Jesús no se desdice de lo que ha dicho acerca de su presencia real en la Eucaristía, y sobre la inmolación de su cuerpo y su sangre en sacrificio redentor por todos los hombres. Por otra parte, es preciso subrayar que en ocasiones seguir a Cristo supone negarse a Sí mismo, dejar el propio criterio y abandonarse en la palabra y en las manos de Dios. Para eso hay que ser muy humildes y sinceros con nosotros mismos. En el fondo, humildad y sinceridad se identifican. Se trata, en una palabra, de reconocer la propia limitación de entendimiento y comprensión, aceptar que uno es muy poca cosa para captar bien lo referente a Dios. Fiarse del más sabio y del más fuerte, saberse pequeño y torpe, escuchar con sencillez al Señor.


7.- Entonces sí "comprenderemos", entonces sí aceptaremos. Dios que siente debilidad por los humildes, nos iluminará la mente y nos encenderá el corazón, para que la dicha y la paz inunden nuestro espíritu, en ese acercamiento supremo entre Dios y el hombre, que se realiza en la Sagrada Eucaristía.

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