Carta al viento
TERESA DE ÁVILA, UNA MUJER
PARA ENVIDIAR
Estoy
de viaje por la tierra de Santa Teresa. He caminado, junto a un grupo de
canarios, por los lugares donde ella vivió
y caminó, inquieta, alegre y entusiasta. Por allí, por Ávila, Salamanca
y Valladolid hemos revivido sus andanzas, releído sus poemas, y envidiado su
fortaleza de mujer. Hace quinientos años que nació esta mujer, la que ahora
llamamos “Doctora de la Iglesia”. Pero no fue hasta
1970 cuando se le dio este
título ya que, cuando se solicitaba a
Roma, a pesar de reconocer que su ejemplo de vida y sus enseñanzas lo merecían,
se respondió siempre con el tradicional “obstat sexus” (es decir: lo
impide ser mujer). Sin embargo en la Universidad de Salamanca, en 1622, en un
acto público, revistieron su escultura
con el birrete correspondiente a los doctores. Y mucho después, en 1970, el papa Pablo VI la declaró oficialmente, por fin, doctora de la Iglesia.
La primera mujer en lograrlo. La paciencia todo lo alcanza, Teresa. Hasta
en eso.
Teresa
fue una chiquilla vivaracha, alegre, bromista. Y así lo fue también, más tarde,
dentro del convento hasta su muerte en Alba de Tormes. Supo compaginar muy bien
la seriedad con la alegría y el buen
humor. Porque ya lo dijo ella: Un santo
triste es un triste santo. Tristeza
y melancolía, no las quiero en casa mía. Cómo le encantaría a ella entrar en nuestros
templos y conventos de ahora y encontrar
gente alegre y con buen humor. A muchos
de nosotros también nos gustaría, Teresa.
La
Doctora Teresa es Maestra de oración. No oración rutinaria. De hecho, cuando a
los veinte años entró en el convento se
encontró con unas monjas rezanderas, con devociones muy piadosas en nada
parecido a lo que enseñó Jesús de Nazaret. Ella entendió la oración como un diálogo
espontáneo, sencillo, normal con el Señor. Por eso llegó a decir: De devociones absurdas y santos amargados
líbranos, Señor. Que nos libre, sí, de fomentar grupos espiritualistas,
ajenos a la realidad, que se conforman sólo con rezar, sólo rezar. Para mí la oración, escribía ella, es un impulso del corazón, una
sencilla mirada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor en las penas
como en las alegrías. Esta Iglesia te sigue necesitando, Teresa.
La
santa abulense reformó los monasterios porque
su amor a Dios y a la Iglesia le hizo rebelarse contra aquella situación
y emprender una renovación de la vida monástica. Mujer andariega, decidida,
valiente, luchadora, sin miedo a las críticas. Cruza Castilla
y llega hasta Andalucía fundando
y animando pequeñas comunidades
de vida y oración. Y piensa uno, qué sé
yo, en nuestra Diócesis de Canarias y el Plan Diocesano de Pastoral. Ojalá
algunos, Teresa, tengamos un poco de la valentía tuya para no anquilosarnos en
viejas formas y poner en práctica lo que ya nos dice el papa Francisco.
Estos
días vividos aquí, en Castilla, nos ha
abierto los ojos para descubrir a una santa del siglo XVI que nos gustaría
tener hoy. Las habrá, ahora también, sin duda.
Como Teresa de Jesús habrá mujeres de este siglo que también piensan, rezan y
hablan con libertad. Que no se dejan
seducir por la vanidad ni por
espiritualismos ñoños. También ahora hay
religiosas y laicos que luchan por una
Iglesia más comprometida y más sincera y fiel a Jesús, a veces también con
incomprensiones.
Estamos
por estas tierras teresianas encantados con la escritora. Y encantados con esa
presencia suya que impregna la vida
cultural y religiosa de la ciudad. Hemos
leído sus libros y los pensamientos que le inspiraron. Y repetimos lo que ya tú
decías: Lee y conducirás. No leas y serás
conducido.
Sí,
tenemos santa envidia de la Teresa escritora, fundadora, animadora, orante,
luchadora, fuerte. Grandeza y humildad se
funden en la santa callejera. Nos gustaría tener tu actitud activa y
contemplativa: Vuestra soy, para vos
nací, ¿Qué mandáis hacer de mí?
Eres
envidiable, Teresa.
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