lunes, 16 de marzo de 2015

Gestos que gestan. Un artículo de Mariola López Villanueva

Gestos que gestan

Mariola López Villanueva


Cuando contemplamos los desiertos de nuestro mundo, desiertos de exclusión, de indiferencia, de desamor… nos da esperanza percibir que, de un modo u otro, siempre encontramos hombres y mujeres que se acercan a esos desiertos del desamparo buscando la vida, llevándola. Personas que permanecen días y noches a los pies de una cama de hospital, las que se entregan junto a niños a los que se ha arrebatado la infancia, las que ayudan a poner de pie a mujeres violentadas y quebradas, las que alumbran anónimas historias de solidaridad y ternura en el horror de las guerras… ¡Si pudiéramos contabilizar tantos gestos cotidianos de Reino que se producen en nuestros desiertos contemporáneos! Nos hace bien contemplarlos y agradecerlos. He tenido la suerte de compartir un encuentro con un grupo de claretianos en torno a las invitaciones del Papa Francisco a nuestras vidas y juntos hemos recordado esos gestos arriesgados, sanadores, valientes, entrañables, evangélicos… que él ha ido desgranando a lo largo de su ministerio, gestos que llegan allí donde las palabras pierden su fuerza, o no pueden ser recibidas, o se desgatan y vacían, y donde sólo el “cuerpo a cuerpo” es capaz de gestar la vida, de curarla, de repararla… Somos llamados a seguir a Aquel que dejó memoria de su vida en gestos bien concretos, que abrazó a intocables, que se dejó ungir, que lavó pies, que partió panes, que brindó, que lloró ante el dolor de otros, que acarició… ¿Qué experimentaríamos si quitáramos la voz a la “película” de nuestro día a día, si de pronto nuestras palabras no pudieran escucharse y en el camino de cuaresma sólo nos valieran los gestos?
Casualmente dos amigos religiosos han coincidido en recomendarme un libro, siempre ayuda leer algo que acompañe el momento que vivimos: “El olvido de sí”, de Pablo d’Ors, se muestra como excelente compañero en este tiempo. Es la existencia novelada de Charles de Foucauld narrada en primera persona de manera bella, honda y ungida. Su propia vida, expuesta ante sus queridos tuareg, se convirtió finalmente en una inconfundible señal que apuntaba más allá de él, en un signo de desapropiación y de transparencia hacia un amor más grande. Fue un ser humano puro de corazón, incapaz de dañar. Cuando miramos el rostro de este hermano de todos, cuando recibimos su luminosa y humilde presencia, somos remitidos a Otro, sin necesidad de palabras, con el amoroso gesto de su rostro tomado y modelado por su bienamado Jesús.
                                               Mariola López Villanueva
Publicado en Vida Religiosa
Imagen de Miyako Namikawa rscj

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