lunes, 15 de diciembre de 2014

RELATO DE NAVIDAD

RELATO DE NAVIDAD
Escrito por Juan Santana Méndez, de Playa de Arinaga 

Resulta que en un pueblo cualquiera de nuestra geografía española, vivía un hombre que se llamaba Mateo. Era un “cascarrabias”, sobre todo a la hora de hablar de la Navidad, pues detestaba esta celebración, aunque la verdad es que al ser un solitario, estaba en contra de todo lo que hiciera concentrar a muchas personas.
En este caso era la Navidad, que por mucho que se la adornaran, no había forma humana de hacerle cambiar de opinión.
Ajeno a todo lo que se preparaba en las calles del pueblo, Mateo estaba esa noche en su casa, tan a gusto en un sofá, mirando la televisión, donde ponían su programa preferido, cuando de repente sonaron unos toques en la puerta, que si bien sorprendieron a Mateo, enseguida pensó en no levantarse, pero ante la insistencia en los golpes, este optó por levantarse, murmurando y preguntándose por la identidad del que osaba suspender su descanso.  
Al abrir la puerta se dio cuenta de que no era una sola persona la que llamaba a su puerta, sino que eran un hombre y una mujer, la cual tenía un niño en sus brazos.
A pesar de que el bebé sonreía bien despierto, Mateo ni abrió la boca para preguntar a los recién llegados sobre el motivo de su visita, aunque con su expresión, nada agradable, lo decía todo. Pero el hombre que había llegado a su puerta dijo: ¿Señor, puede dejarnos pasar la noche en su casa, aunque sea en el establo?
Mateo no decía nada, pero viendo su mala cara, la mujer dijo a su esposo: ¡Vámonos José, que estamos molestando a este señor, que ya dormiremos en otro lugar!
Su marido le respondió: ¡Sí María, ya nos marchamos!
Mateo cerró la puerta de su casa, sintiéndose victorioso por impedir que aquellos forasteros durmieran en su casa, pero por otro lado no podía borrar de su mente la expresión del niño, que tenía una manchita muy pequeña en su cara.
Después de haberse acostado, no se apartaba de su mente la cara de aquel niño, que él creía haber visto en algún otro lugar, pero el caso es que no sabía dónde.   Con ese pensamiento se quedó dormido, hasta que a la mañana siguiente, los petardos típicos de la fiesta le despertaron, poniéndole de más mal humor de lo normal, pero se levantó de la cama y después de arreglarse, se encaminó hacia el bar donde todos los días se tomaba el café.    
 Allí le esperaba otra contrariedad, porque ese día no abrían por ser fiesta. Ya se iba, cuando un vecino suyo le invitó a visitar el Belén del pueblo. De nada sirvieron las excusas que dio, porque su vecino acabó convenciéndole.
Ya delante del Portal, tuvo que ser su acompañante el que le requiriera para que viera las figuras del Belén, aunque al girar la cabeza y mirar, se quedó de piedra, pues observó que el niño del portal era el mismo que había visto la noche anterior, teniendo la misma mancha, pero que le sonreía desde su cunita.
Él no dijo nada, pero a partir de aquel día, sus vecinos no se explicaban el cambio de Mateo, que defendía “a capa y espada” la Navidad, aunque él nunca dijo el porqué de su cambio, asegurándose en su interior que el Niño Jesús le había visitado la noche anterior. Había sido un milagro. 
 
Juan Santana Méndez


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