RELATO DE NAVIDAD
Escrito por Juan Santana Méndez, de Playa de
Arinaga
Resulta
que en un pueblo cualquiera de nuestra geografía española, vivía un hombre que
se llamaba Mateo. Era un “cascarrabias”, sobre todo a la hora de hablar de la
Navidad, pues detestaba esta celebración, aunque la verdad es que al ser un
solitario, estaba en contra de todo lo que hiciera concentrar a muchas
personas.
En
este caso era la Navidad, que por mucho que se la adornaran, no había forma
humana de hacerle cambiar de opinión.
Ajeno a todo lo que se
preparaba en las calles del pueblo, Mateo estaba esa noche en su casa, tan a
gusto en un sofá, mirando la televisión, donde ponían su programa preferido,
cuando de repente sonaron unos toques en la puerta, que si bien sorprendieron a
Mateo, enseguida pensó en no levantarse, pero ante la insistencia en los
golpes, este optó por levantarse, murmurando y preguntándose por la identidad
del que osaba suspender su descanso.
Al
abrir la puerta se dio cuenta de que no era una sola persona la que llamaba a
su puerta, sino que eran un hombre y una mujer, la cual tenía un niño en sus
brazos.
A
pesar de que el bebé sonreía bien despierto, Mateo ni abrió la boca para
preguntar a los recién llegados sobre el motivo de su visita, aunque con su
expresión, nada agradable, lo decía todo. Pero el hombre que había llegado a su
puerta dijo: ¿Señor, puede dejarnos pasar la noche en su casa, aunque sea en el
establo?
Mateo
no decía nada, pero viendo su mala cara, la mujer dijo a su esposo: ¡Vámonos
José, que estamos molestando a este señor, que ya dormiremos en otro lugar!
Su
marido le respondió: ¡Sí María, ya nos marchamos!
Mateo cerró la puerta de
su casa, sintiéndose victorioso por impedir que aquellos forasteros durmieran
en su casa, pero por otro lado no podía borrar de su mente la expresión del
niño, que tenía una manchita muy pequeña en su cara.
Después
de haberse acostado, no se apartaba de su mente la cara de aquel niño, que él
creía haber visto en algún otro lugar, pero el caso es que no sabía dónde. Con ese pensamiento se quedó dormido, hasta
que a la mañana siguiente, los petardos típicos de la fiesta le despertaron,
poniéndole de más mal humor de lo normal, pero se levantó de la cama y después
de arreglarse, se encaminó hacia el bar donde todos los días se tomaba el
café.
Allí le esperaba otra contrariedad, porque ese
día no abrían por ser fiesta. Ya se iba, cuando un vecino suyo le invitó a
visitar el Belén del pueblo. De nada sirvieron las excusas que dio, porque su
vecino acabó convenciéndole.
Ya
delante del Portal, tuvo que ser su acompañante el que le requiriera para que
viera las figuras del Belén, aunque al girar la cabeza y mirar, se quedó de
piedra, pues observó que el niño del portal era el mismo que había visto la
noche anterior, teniendo la misma mancha, pero que le sonreía desde su cunita.
Él
no dijo nada, pero a partir de aquel día, sus vecinos no se explicaban el
cambio de Mateo, que defendía “a capa y espada” la Navidad, aunque él nunca
dijo el porqué de su cambio, asegurándose en su interior que el Niño Jesús le
había visitado la noche anterior. Había sido un milagro.
Juan Santana Méndez
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