martes, 30 de diciembre de 2014

POR QUÉ ME HICE CURA

POR QUÉ ME HICE CURA
Con bastante frecuencia algunas personas me preguntan que por qué me hice cura.  Y yo casi siempre respondo tímidamente y hasta con miedo de defraudar a quien me lo pregunta. Porque tal vez  piensa alguno que la vocación es siempre una llamada de Dios con ángeles o sueños  o hechos extraordinarios.  Lo mío es lo más sencillo del mundo. Es más. Yo creo que nunca he contado la misma historia porque siendo tan simple, a veces acentúo un hecho familiar, o una corazonada o un capricho de niño o una decisión personal envuelta en dudas o una decisión tomada después de un encuentro de oración. Todo es posible porque la llamada de Dios, normalmente,  se produce por medios humanos y naturales. Sin ningún hecho extraordinario.
La llamada de Dios no ocurrió un día concreto y se acabó.
Supongo que pocas parejas serán capaces de recordar el momento exacto que se enamoraron. Siempre hay una sucesión de hechos por los que se encontraron, se gustaron, se enamoraron…y continúan manteniendo el amor. Así pasa, normalmente, con la vocación sacerdotal. Una cantidad de pequeños pasos le hacen descubrir a uno que esa es la elección correcta, la que Dios ha querido poniéndose al alcance. Pero igual que enamorarse no es cosa de un día, la vocación es cosa de cada día. Hoy día 30 de diciembre de 2014 tengo que preguntar de nuevo al Señor en mi oración  qué quiere de mí. Y mañana otra vez. Y preguntarme a mí mismo si estoy dispuesto a decir que sí a lo que el Señor quiere.
A veces resulta difícil. Aunque hayan pasado más de 40 años. Cada día se renueva la vocación. Cada día la llamada de Dios puede ser distinta. Cada día se acumulan cansancios y dificultades y defectos. Y a pesar de eso uno puede decir de nuevo que sí a Dios.
El profeta Jeremías sintió la llamada de Dios y dijo lo mismo que yo diría muchos siglos después: Piensa en otro, Señor, mira que soy un chiquillo, que me cuesta hablar. Y Dios, respondió en una y otra ocasión y en miles de ocasiones más: No digas eso. Yo pondré mis palabras en tu boca, déjate llevar. Esa no es excusa, hazme caso.  Y uno, dijo: Pues venga. Haré lo que me digas
Lo que estoy contando se confirmó conmigo hace 43 años.  Y hoy quiero decir lo mismo.
Pero no me pregunten mañana que por qué me hice cura. A lo mejor mañana les cuento que muchos niños amigos de mi infancia querían ser cura y que como yo no quería separarme de ellos, también me fui al Seminario. O tal vez lo que les digo es  que, estando en el Colegio La Salle de Agüimes,  el Hermano Tomás me animó a que le pidiera a Jesús que me ayudara a ser cura y a escribirle una carta al rector del Seminario que entonces era D. Heraclio Quintana y que le hice caso.
O tal vez les cuento que a los 17 años quería dejar el Seminario y fue entonces cuando la oración de unos niños de San Bartolomé de Tirajana me hicieron cambiar y decir que sí de nuevo al Señor.
Lo único que puedo decirles es que hoy, en el aniversario de mi ordenación de cura allá en Ingenio en 1971, hoy escucho que el Señor me sigue llamando para una tarea concreta en su Iglesia. Y cuando le digo al Señor que mira que yo soy un desastre, que por qué no se lo dices a otro, él me vuelve a decir: No digas eso. Yo pondré mis palabras en tu boca, déjate llevar. Esa no es excusa, hazme caso
Por eso hoy sigo siendo cura. Y con mucha alegría.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar.