POR QUÉ ME HICE CURA
Con bastante frecuencia algunas personas me preguntan que por qué me
hice cura. Y yo casi siempre respondo
tímidamente y hasta con miedo de defraudar a quien me lo pregunta. Porque tal
vez piensa alguno que la vocación es siempre
una llamada de Dios con ángeles o sueños
o hechos extraordinarios. Lo mío
es lo más sencillo del mundo. Es más. Yo creo que nunca he contado la misma
historia porque siendo tan simple, a veces acentúo un hecho familiar, o una corazonada
o un capricho de niño o una decisión personal envuelta en dudas o una decisión
tomada después de un encuentro de oración. Todo es posible porque la llamada de
Dios, normalmente, se produce por medios
humanos y naturales. Sin ningún hecho extraordinario.
La llamada de Dios no ocurrió un día concreto y se acabó.
Supongo que pocas parejas serán capaces de recordar el momento
exacto que se enamoraron. Siempre hay una sucesión de hechos por los que se
encontraron, se gustaron, se enamoraron…y continúan manteniendo el amor. Así
pasa, normalmente, con la vocación sacerdotal. Una cantidad de pequeños pasos le
hacen descubrir a uno que esa es la elección correcta, la que Dios ha querido
poniéndose al alcance. Pero igual que enamorarse no es cosa de un día, la
vocación es cosa de cada día. Hoy día 30 de diciembre de 2014 tengo que
preguntar de nuevo al Señor en mi oración qué quiere de mí. Y mañana otra vez. Y preguntarme
a mí mismo si estoy dispuesto a decir que sí a lo que el Señor quiere.
A veces resulta difícil. Aunque hayan pasado más de 40 años. Cada
día se renueva la vocación. Cada día la llamada de Dios puede ser distinta.
Cada día se acumulan cansancios y dificultades y defectos. Y a pesar de eso uno
puede decir de nuevo que sí a Dios.
El profeta Jeremías sintió la llamada de Dios y dijo lo mismo que yo
diría muchos siglos después: Piensa en otro, Señor, mira que soy un
chiquillo, que me cuesta hablar. Y Dios, respondió en una y otra
ocasión y en miles de ocasiones más: No digas eso. Yo pondré mis palabras en tu boca,
déjate llevar. Esa no es excusa, hazme caso. Y uno, dijo: Pues venga. Haré lo que me digas
Lo que estoy contando se confirmó conmigo hace 43 años. Y hoy quiero decir lo mismo.
Pero no me pregunten mañana que por qué me hice cura. A lo mejor
mañana les cuento que muchos niños amigos de mi infancia querían ser cura y que
como yo no quería separarme de ellos, también me fui al Seminario. O tal vez lo
que les digo es que, estando en el
Colegio La Salle de Agüimes, el Hermano
Tomás me animó a que le pidiera a Jesús que me ayudara a ser cura y a
escribirle una carta al rector del Seminario que entonces era D. Heraclio
Quintana y que le hice caso.
O tal vez les cuento que a los 17 años quería dejar el Seminario y
fue entonces cuando la oración de unos niños de San Bartolomé de Tirajana me
hicieron cambiar y decir que sí de nuevo al Señor.
Lo único que puedo decirles es que hoy, en el aniversario de mi
ordenación de cura allá en Ingenio en 1971, hoy escucho que el Señor me sigue
llamando para una tarea concreta en su Iglesia. Y cuando le digo al Señor que mira
que yo soy un desastre, que por qué no se lo dices a otro, él me vuelve a
decir: No digas eso. Yo pondré mis palabras en tu boca, déjate llevar. Esa no
es excusa, hazme caso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar.