jueves, 6 de noviembre de 2014

CARTA AL VIENTO: EL PEREGRINO

CARTA AL VIENTO:
EL PEREGRINO


En cierta ocasión, un peregrino que había andado muchos pueblos y muchas islas se detuvo más de lo habitual en un pequeño lugar del mundo. Allí vivió y disfrutó de la amabilidad y hospitalidad del pueblo durante años. Pero cuando decidió seguir peregrinando  por el mundo,  los habitantes del  pueblo quisieron darle las gracias y recordarle las cosas bonitas que habían compartido juntos. Los buenos vecinos  multiplicaron los elogios. El peregrino, consciente de que el cariño de aquellos vecinos les hacía exagerar las cosas buenas y callar los defectos, se sintió avergonzado. No sabía  qué decir y los colores le chillaban en la cara.
Entonces, se acordó de un cuento que había leído en su juventud y empezó a decir pausadamente a la asamblea:
Hace años aprendí un cuento que hoy he transformado para ustedes. Cuentan  que a la entrada de  un pueblo   se sentaba cada día,  sobre una roca,  un viejo con su bastón. Un hombre cuya faz reflejaba la sabiduría que da el paso de los años. Estaba sentado junto a   su nieto de pocos años. De repente,  apareció un joven que  le preguntó:
- Perdone señor, ¿Lleva usted mucho tiempo viviendo en este pueblo?  
- Toda mi vida - contestó el viejo.
- Verá es que vengo de otra isla y he tenido que trasladarme por motivos de trabajo. ¿Podría decirme como es la gente de este pueblo?.
- Pues verá usted - dijo el viejo pensativo - no sabría decirle. ¿Cómo era la gente de su isla, de allá de donde viene? - preguntó.
- Ah, pues horrible - contestó el joven - Son terribles.  Los niños son maleducados, la gente se pelea por tonterías, los vecinos no colaboran en nada. Todo allí es amargura.
- Pues lo siento mucho, contestó el viejo,  pero la gente de aquí es exactamente igual de mala.
- Muchas gracias, señor.

Al poco rato llegó una chica  y  también se acercó al anciano  para preguntar:
 - Perdone, ¿Lleva usted mucho tiempo viviendo en este pueblo?
- Toda mi vida - contestó el viejo.
- Verá es que vengo de otra ciudad y me he tenido que trasladar por motivos de trabajo. ¿Podría decirme como es la gente de este lugar?.
- No sabría decirle - dijo el viejo pensativo - ¿Cómo es la gente de su ciudad, de allá de donde viene? - preguntó.
- Ah, muy buena - contestó la joven – Allí todos nos llevamos bien. Los niños son muy educados. Cuando hay una fiesta todos colaboramos y cuando ocurre una desgracia todos nos unimos para ayudar.  Además, pequeños y grandes cuidan los espacios comunes. Nos sentimos muy felices.
- Pues verá - contestó el viejo – se va a llevar usted una alegría, porque aquí en este pueblo  la gente  es exactamente igual. Un pueblo maravilloso.
- Muchas gracias señor. Y se marchó.

            Entonces el nieto, sorprendido, preguntó: Abuelo, ¿Cómo es posible que  al primer joven le dijeras que este pueblo es de gente muy mala  y a la chica todo lo contrario?

-Porque en  realidad, dijo el viejo, los pueblos no son mejores ni peores. Sólo depende de los ojos con que los miremos. Si miras a los demás con ojos negativos sólo verás cosas malas. Pero si miras en positivo descubrirás todo lo bueno que hay en los otros.

El peregrino terminó de decirles el cuento y, por si no estuviera claro, agradecido y nervioso siguió hablando para decir a los que habían ido a hacerle aquel homenaje:  
-Yo soy así, porque ustedes me han mirado con buenos ojos. Realmente ustedes, los de este pueblo, son los buenos de verdad y los que merecen mi homenaje y el homenaje de otros pueblos. Ustedes me acogieron siempre con cariño  y desde el primer día sentí que este iba a ser mi pueblo. Ustedes supieron disculpar mis muchos errores y por eso nunca sentí rechazo de nadie. Y nada de lo bueno que se hizo a mi paso por aquí  es mérito mío sino de todos.  Aunque soy un peregrino que camina de pueblo en pueblo, en cada lugar va quedando un poco mío, es cierto. Pero me voy llevando todo lo aprendido de tanta gente buena  con la que aquí me encontré. Han pasado ya algunos años y  todavía me sigue interesando el pueblo y los niños y los jóvenes y los mayores de este lugar. En definitiva que, como en el cuento, yo me sentí querido y valorado y por eso les quiero y les valoro. Y por eso Dios ha cumplido lo que un día le pedí cuando me marchaba al subir la Cuesta: que no se me borre nunca tu nombre del corazón. Y no se me ha borrado.  
            Eso dijo el peregrino. A ustedes les corresponde ahora adivinar. ¿Cómo se llamaba ese pueblo por donde estuvo el peregrino?   



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