CARTA AL
VIENTO:
EL
PEREGRINO
En cierta ocasión, un
peregrino que había andado muchos pueblos y muchas islas se detuvo más de lo
habitual en un pequeño lugar del mundo. Allí vivió y disfrutó de la amabilidad
y hospitalidad del pueblo durante años. Pero cuando decidió seguir
peregrinando por el mundo, los habitantes del pueblo quisieron darle las gracias y
recordarle las cosas bonitas que habían compartido juntos. Los buenos
vecinos multiplicaron los elogios. El
peregrino, consciente de que el cariño de aquellos vecinos les hacía exagerar
las cosas buenas y callar los defectos, se sintió avergonzado. No sabía qué decir y los colores le chillaban en la
cara.
Entonces, se acordó
de un cuento que había leído en su juventud y empezó a decir pausadamente a la
asamblea:
Hace años aprendí un
cuento que hoy he transformado para ustedes. Cuentan que a la entrada de un pueblo se
sentaba cada día, sobre una roca, un viejo con su bastón. Un hombre cuya faz
reflejaba la sabiduría que da el paso de los años. Estaba sentado junto a su
nieto de pocos años. De repente, apareció un joven que le preguntó:
- Perdone señor, ¿Lleva usted mucho tiempo
viviendo en este pueblo?
- Toda mi vida - contestó el viejo.
- Verá es que vengo de otra isla y he tenido que
trasladarme por motivos de trabajo. ¿Podría decirme como es la gente de este
pueblo?.
- Pues verá usted - dijo el viejo pensativo - no
sabría decirle. ¿Cómo era la gente de su isla, de allá de donde viene? -
preguntó.
- Ah, pues horrible - contestó el joven - Son
terribles. Los niños son maleducados, la
gente se pelea por tonterías, los vecinos no colaboran en nada. Todo allí es
amargura.
- Pues lo siento mucho, contestó el viejo, pero la gente de aquí es exactamente igual de
mala.
- Muchas gracias, señor.
Al poco rato llegó una chica y
también se acercó al anciano para
preguntar:
- Perdone, ¿Lleva usted mucho
tiempo viviendo en este pueblo?
- Toda mi vida - contestó el viejo.
- Verá es que vengo de otra ciudad y me he tenido
que trasladar por motivos de trabajo. ¿Podría decirme como es la gente de este
lugar?.
- No sabría decirle - dijo el viejo pensativo -
¿Cómo es la gente de su ciudad, de allá de donde viene? - preguntó.
- Ah, muy buena - contestó la joven – Allí todos
nos llevamos bien. Los niños son muy educados. Cuando hay una fiesta todos
colaboramos y cuando ocurre una desgracia todos nos unimos para ayudar. Además, pequeños y grandes cuidan los espacios
comunes. Nos sentimos muy felices.
- Pues verá - contestó el viejo – se va a llevar
usted una alegría, porque aquí en este pueblo la gente
es exactamente igual. Un pueblo maravilloso.
- Muchas gracias señor. Y se marchó.
Entonces el nieto, sorprendido,
preguntó: Abuelo, ¿Cómo es posible que al primer joven le dijeras que este pueblo es de gente muy mala y a la chica todo lo contrario?
-Porque en realidad, dijo el viejo, los pueblos no son
mejores ni peores. Sólo depende de los ojos con que los miremos. Si miras
a los demás con ojos negativos sólo verás cosas malas. Pero si miras en positivo
descubrirás todo lo bueno que hay en los otros.
El peregrino terminó de decirles el cuento y, por
si no estuviera claro, agradecido y nervioso siguió hablando para decir a los
que habían ido a hacerle aquel homenaje:
-Yo soy así, porque ustedes me han mirado con
buenos ojos. Realmente ustedes, los de este pueblo, son los buenos de
verdad y los que merecen mi homenaje y el homenaje de otros pueblos. Ustedes me
acogieron siempre con cariño y desde el
primer día sentí que este iba a ser mi pueblo. Ustedes supieron
disculpar mis muchos errores y por eso nunca sentí rechazo de nadie. Y nada de
lo bueno que se hizo a mi paso por aquí
es mérito mío sino de todos.
Aunque soy un peregrino que camina de pueblo en pueblo, en cada lugar va
quedando un poco mío, es cierto. Pero me voy llevando todo lo aprendido de
tanta gente buena con la que aquí me
encontré. Han pasado ya algunos años y
todavía me sigue interesando el pueblo y los niños y los jóvenes y los
mayores de este lugar. En definitiva que, como en el cuento, yo me sentí
querido y valorado y por eso les quiero y les valoro. Y por eso Dios ha
cumplido lo que un día le pedí cuando me marchaba al subir la Cuesta:
que no se me borre nunca tu nombre del corazón. Y no se me ha borrado.
Eso
dijo el peregrino. A ustedes les corresponde ahora adivinar. ¿Cómo se llamaba ese
pueblo por donde estuvo el peregrino?
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