Carta al
viento
EL ÉBOLA, EL DOMUND
Y LOS MISIONEROS
En estos días se habla mucho del ébola y con toda la razón
del mundo. Esta cruel enfermedad llegó a
España de la mano de dos misioneros. Dos Hermanos de San Juan de Dios que, hace
años, marcharon a África cargados de salud y de ilusiones y han dejado allí lo mejor de su vida
intentando mejorar las condiciones de
vida de los más desfavorecidos.
Con el ébola han salido a la luz las virtudes y las
miserias que llevamos dentro. Algunos ciudadanos se han quejado por haber traído
a los misioneros a España. Otros han aprovechado la situación para sacar
beneficio político culpando a los que piensan de otro modo. Otros han dicho que
es en África en donde deben tratar la enfermedad y no permitir la entrada de
ningún infectado a nuestro país. O sea, puro egoísmo.
Pero gracias a Dios también están los otros. Los
misioneros que siguen allá arriesgando
su salud por defender la de los otros. Están los enfermeros y médicos y auxiliares
de nuestro país que se han ofrecido voluntariamente para atender a los enfermos
del Hospital Carlos III. O sea pura generosidad.
El santoral
cristiano cuenta con muchos santos y santas que, en situaciones semejantes por
epidemias de peste o la malaria o la
tuberculosis o la lepra, se mantuvieron firmes en su puesto, pues tenían claro
que, por el amor a sus semejantes, valía la pena arriesgarse.
Cada año, cuando en el mes de octubre nos dicen que es día del DOMUND, el día de las
misiones, el alma se me llena de
alegría. La alegría de saber que sigue habiendo personas que piensan más en los
demás que en sí mismas. La alegría de comprobar que tengo amigos misioneros que
son un ejemplo para el mundo. Manolín en Mozambique, Pablo en Nicaragua. Y a
Expedita y Manolo y Carmen Nieves y otros muchos.
Siento una gran alegría porque, cada verano, hay jóvenes
cooperantes que van a echar una mano en los países empobrecidos trabajando en la pastoral, o en los hospitales
o en los campos. Y alegría porque, a pesar
de la crisis, se sigue contando con
familias que apadrinan un niño en Guatemala o en la India o donde sea, para
facilitarles una vida más digna. Y que cada día mucha gente reza de corazón por
todos los misioneros para que sigan siendo fuertes, para que no caigan en el
desánimo, para que, a ejemplo de Jesús,
sigan escuchando y ayudando y sanando. Y cada año, cuando llega el DOMUND, muchos ofrecen un
donativo más generoso en nuestros templos porque así también se sienten
cooperadores de la misión.
El ébola tiene que seguir preocupándonos. El ébola que ha
llegado aquí y el que se extiende de forma acelerada en África. Y seguir
preocupándonos por esas otras enfermedades que no se contagian: el hambre y la soledad y la tristeza. Ojalá no caigamos en la tentación de cerrar
nuestras puertas a los que sufren. Que no compartamos el egoísmo de los que creen que los misioneros y el ébola y
el hambre deben quedar instalados allá, en África. Para que no nos molesten.
Que ellos se las arreglen por sí solos. Ojalá que no.
Al pensar en los misioneros y los voluntarios, renace en mí
la alegría. La alegría del evangelio.
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