jueves, 16 de octubre de 2014

EL ÉBOLA, EL DOMUND Y LOS MISIONEROS

Carta al viento

EL ÉBOLA, EL DOMUND
Y LOS MISIONEROS
En estos días se habla mucho del ébola y con toda la razón del mundo. Esta cruel enfermedad  llegó a España de la mano de dos misioneros. Dos Hermanos de San Juan de Dios que, hace años, marcharon a África cargados de  salud y de ilusiones  y han dejado allí lo mejor de su vida intentando  mejorar las condiciones de vida  de los más desfavorecidos.

Con el ébola han salido a la luz las virtudes y las miserias que llevamos dentro. Algunos ciudadanos se han quejado por haber traído a los misioneros a España. Otros han aprovechado la situación para sacar beneficio político culpando a los que piensan de otro modo. Otros han dicho que es en África en donde deben tratar la enfermedad y no permitir la entrada de ningún infectado a nuestro país. O sea, puro egoísmo.

Pero gracias a Dios también están los otros. Los misioneros  que siguen allá arriesgando su salud por defender la de los otros. Están los enfermeros y médicos y auxiliares de nuestro país que se han ofrecido voluntariamente para atender a los enfermos del Hospital Carlos III. O sea pura generosidad.

El  santoral cristiano cuenta con muchos santos y santas que, en situaciones semejantes por epidemias de  peste o la malaria o la tuberculosis o la lepra, se mantuvieron firmes en su puesto, pues tenían claro que, por el amor a sus semejantes, valía la pena arriesgarse. 

Cada año, cuando en el mes de octubre nos dicen que  es día del DOMUND, el día de las misiones,  el alma se me llena de alegría. La alegría de saber que sigue habiendo personas que piensan más en los demás que en sí mismas. La alegría de comprobar que tengo amigos misioneros que son un ejemplo para el mundo. Manolín en Mozambique, Pablo en Nicaragua. Y a Expedita y Manolo y Carmen Nieves y otros muchos.

Siento una gran alegría porque, cada verano, hay jóvenes cooperantes que van a echar una mano en los países empobrecidos trabajando en la pastoral, o en los hospitales o en los campos.  Y alegría porque, a pesar de la crisis,  se sigue contando con familias que apadrinan un niño en Guatemala o en la India o donde sea, para facilitarles una vida más digna. Y que cada día mucha gente reza de corazón por todos los misioneros para que sigan siendo fuertes, para que no caigan en el desánimo, para que, a  ejemplo de Jesús, sigan escuchando y ayudando y sanando. Y cada  año, cuando llega el DOMUND, muchos ofrecen un donativo más generoso en nuestros templos porque así también se sienten cooperadores de la misión.

El ébola tiene que seguir preocupándonos. El ébola que ha llegado aquí y el que se extiende de forma acelerada en África. Y seguir preocupándonos por esas otras enfermedades que no se contagian:  el hambre y la soledad y la tristeza.  Ojalá no caigamos en la tentación de cerrar nuestras puertas a los que sufren. Que no compartamos el egoísmo de  los que creen que los misioneros y el ébola y el hambre deben quedar instalados allá, en África. Para que no nos molesten. Que ellos se las arreglen por sí solos. Ojalá que no.

Al pensar en los misioneros y los voluntarios, renace en mí la alegría. La alegría del evangelio. 

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