En la muerte de D. Mario Vega Artiles,feligrés de la Parroquia de Playa de Arinaga, ferviente cristiano y defensor de los valores culturales de nuestra tierra.
CARTA AL VIENTO
POR EJEMPLO, DON MARIO
Gracias al whatsapp y a los
correos electrónicos, desde hace unos años todos utilizamos, bien o mal, los
teclados. Me refiero a los de letras y números, los de ordenadores o móviles,
no los de notas musicales; esos otros los dejamos para Paco Guedes o Yeray
Socorro, por ejemplo.
Por el sureste de Gran Canaria hay
personas que, cuando escriben con bolígrafo, delatan a su profesor. Hace unos
días, en un comercio de Vecindario, la chica que había ido a encargar una
determinada ropa, anotó en una libreta su pedido. Y el dependiente, al
ver la letra, se dirigió a la chica y le dijo totalmente convencido:
-Tú estudiaste en la escuela de La
Goleta. Esa letra es inconfundible.
Y es que en La Goleta había un profesor que
no miraba el reloj. Todas sus horas estaban al servicio de la
escuela y de los niños. Había una especial atención a la caligrafía
y a escribir con corrección y a leer y profundizar en la cultura. Era
aquel un maestro enamorado de su trabajo. Cuando llegó el momento de jubilarse,
siguió dando clases. Él sabía que eran horas regaladas, que no le suponían
ningún beneficio económico. Pero eso poco le importaba. Su vida era la escuela.
En ella disfrutaba. Y sólo cuando le dijeron que tenía que abandonar el colegio
se marchó, entristecido, a su casa.
Yo estuve alguna vez en la vieja
escuela de La Goleta en Agüimes. Aquello era más bien un taller. Un lugar donde
se aprendía a vivir y a respetar y a escuchar y a compartir. La letra de cada
alumno se iba modelando con los días. Pero no sólo la caligrafía. Los alumnos
de La Goleta aprendían a escribir y leer la vida. Cuidaban una pequeña huerta y
unos animales. Comentaban las noticias de la prensa y escribían cartas a
novelistas, premios Nobel o políticos. Aprendían idiomas y también
rezaban. Los niños de la escuela de La Goleta se reconocían no sólo
por el tipo de letra cuidada y clara. También, y sobre todo, por su educación y
por su respeto a los demás.
Yo estoy seguro de que hay otros
maestros y otras escuelas con esta forma de transmitir enseñanza. Y
para todos ellos va mi reconocimiento. Hoy existen más medios
técnicos y económicos. Hace cuarenta años, el colegio público de La Goleta era
único. Allí acudían niños de todos los pueblos del sur porque sus padres
estaban convencidos de que en él se daba la mejor educación que entonces era
posible.
Ayer, muy cerca de la playa de
Arinaga, donde vive, me encontré con un hombre al que los años no han podido
robarle ni la sonrisa ni la sabiduría ni la sensatez. Recordé sus
trabajados artículos en prensa y sus obituarios dedicados a personas
queridas de estos pueblos del sur. Hablamos de su casa-museo en la calle de su
mismo nombre en Ingenio. Y de su participación activa en los acontecimientos
deportivos, culturales y religiosos de la zona. Y por, supuesto, de su escuela
del alma en La Goleta y de los alumnos que quedaron marcados por una
caligrafía inconfundible y una educación envidiable.
Cuando hay tantos hechos y
tantas personas que con toda razón nos transmiten preocupación y que nos hacen
llorar, conviene no olvidar a los buenos. Quiero reconocer y agradecer el
trabajo de los muchos hombres y mujeres que, con su trabajo y su ejemplo,
han colaborado a que haya personas buenas y preparadas en nuestras Islas.
A los curas que han marcado en positivo la comunidad cristiana en la que han
trabajado. A los políticos que se han dejado la vida con un trabajo generoso
por su pueblo. A los profesores que han transmitido los valores de nuestro
pueblo a los más pequeños. Por ejemplo, D. Mario Vega Artiles, el viejo y sabio
profesor de La Goleta. Gracias, D. Mario.
P. D. Esta carta la escribí hace un par de años, de modo que D. Mario pudo
leerla y así me lo manifestó. Este viernes ha muerto este buen maestro nacido
en Ingenio. Le recordaremos siempre con cariño. Descanse en paz.
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