CARTA AL VIENTO
PERDIDO EN LA SELVA…
Por tres días, sólo por
tres, quise “perderme” de la vida de cada día en la parroquia. A veces siente uno la necesidad de “alejarse”
temporalmente de lo que cada día está viviendo. Ya se sabe que un poquito de distancia
ayuda a ver la vida, el trabajo, a los amigos con una nueva perspectiva.
Eso me pasó hace unos días y decidí buscar la selva. Una oferta de avión
de ida y vuelta a Madrid por 90 euros me puso en bandeja el lugar adecuado. Metí
lo que pude en la maleta (como siempre muchas más cosas de las que necesitaba)
y me planté en Madrid con nosécuántos millones de habitantes. Nosécuántos millones
de desconocidos que pasaban en bandadas de mil y pico a mi lado. Cada uno a lo
suyo, cada uno con su móvil, cada uno con sus pensamientos, sus complejos, sus
preocupaciones, sus mensajes, sus pecados, sus valores, sus alegrías, sus
dolores….
Y yo, uno más en aquella selva de gente con prisas, que corría, que se
saltaba los semáforos, que se tropezaba uno contra otro. Yo no; yo no tenía
prisas. Había dejado aparcadas las obligaciones y no llevaba nada programado; ni agenda, ni reloj, ni compromisos con nadie. Cuando
subía al metro y estaba allí todo apretujado, doscientas personas detrás y
otras doscientas delante, seguía igual de solo como quien anda perdido en el
bosque. Yo estaba rodeado de árboles andantes a los que observaba detenidamente. Me
extasiaba contemplando aquel enjambre de hombres y mujeres que me “perseguían”
a donde quiera que fuera. Siempre había gente, mucha gente.
En esto, en un local veo
un gran cartel que dice “El rey león”. Y la curiosidad me pudo. Pagué la
entrada más cara de mi vida y entré. Pero no se trataba de la selva de calles y
plazas de la ciudad a la que ya me estaba habituando. Allí, un espectáculo mágico, bello, fantástico,
me trasladó a la selva africana en donde también los animales luchaban por el poder, mataban por el poder,
mentían por el poder. Sin embargo disfruté de lo lindo viendo los leones, o las
panteras o los monos o las aves llenas de colorido y de risas en una puesta en
escena perfecta.
Terminada la función volví
a la calle, a la otra selva llena de semáforos, coches, hombres anuncios, “Compro
Oro”, limpiabotas, hombres estatuas, personas sin techo con un cartón escrito “Tengo
dos hijos, no tengo para comer”…. Y gente, mucha gente en los bares, en los
comercios, en los autobuses, …. Claro que yo había estado otras veces en esta
selva, claro que sí. Pero en otras ocasiones yo me sentía parte de aquellas
tribus. Ahora no, ahora todo lo veía desde la curiosidad y la distancia.
La Residencia Sacerdotal
San Pedro está llena de curas mayores. Gran parte de ellos están ya retirados.
Otros están allí como yo: Transeúntes, así nos llaman. La Residencia es un “refugio “ dentro de la
selva. Sacerdotes hablando en baja voz, comida compartida, silencio, la
capilla, el oratorio, la biblioteca, buenos días, buenas noches, ¿qué tal
descansó? ¿necesita algo? … En la mesa de los transeúntes siempre coincidimos
Arturo y yo. Arturo trabaja en el Arzobispado como Juez para las nulidades
matrimoniales y me contó muchas cosas interesantes. Otro día pasó Vicente de
Cáritas Nacional, o dos profesores de Derecho Canónico de paso para Méjico… o
Manolo el barbero de la Residencia.
Quise reconciliarme con el
cine ya que voy muy poco. Allí me era posible acudir sin dificultad. Busqué en
la cartelera y sólo me llamó la atención “La ladrona de libros”, la historia de
una niña. Pero a aquella hora solo ponían “El lobo de Wall Street”. (¡El lobo! ¡Otra vez
en la selva, Dios mío!). Aguanté las
casi tres horas de la función con más ganas de marcharme que de seguir. Pleitos,
vocabulario agrio, egoísmos, lucha, dinero, droga… Aguanté hasta el final. No
me gustó nada. Cuando hoy vi en una revista
las críticas de cine ponen a “La
Ladrona de libros” en último lugar. Y la segunda mejor entre las treinta
películas que se proyectan en la selva, digo en Madrid, es, precisamente, “El
lobo de Wall Street”. Decididamente, no entiendo nada de cine.
Madrid me dio la
oportunidad (¡Cuántas oportunidades dan 3 días libres!) de visitar a mis
sobrinos que viven en Madrid y con ellos llegar a Toledo. Y disfrutar de la
ingenuidad y las risas de Carlos y Andrea (6 y 8 años respectivamente). Y de su
alegría por encontrarse con el tío Suso (y viceversa) y de querer contarme mil
cosas del colegio y enseñar fotos y cromos y cantar y hablar en inglés.
Y muchas más cosas de
Madrid. La Librería San Pablo, un poco carera, donde a pesar de todo adquirí
varios libros. Y Fuenlabrada con las tiendas chinas de Cobo Calleja. Y el
encuentro casual con David y otros cinco
canarios de Ingenio que venían de la Antártida. Y la conversación larga y amigable con Elena la
de Lanzarote. Y la visita a la iglesia de Santa Ana.
Y las sirenas de la
policía sonando cada minuto. Y las
caminatas largas y rápidas haciendo senderismo por La Castellana, por la calle
de Alcalá, por Preciados, por Fuencarral, por San Bernardo.
Me gustó la selva. Y si en
el teatro era el león “el rey de la selva” ¿quién lo sería en la selva real?
Esta mañana, de regreso ya
hacia el aeropuerto, unas chicas conversaban en el metro. Hablaban muy rápido de
una experiencia que habían vivido recientemente. Y una, con mucha convicción
dijo muy decidida: “Para mí primero Dios. Y yo no voy a hacer nunca lo que va contra mi conciencia”. No sé a qué
se refería. Pero me admiró que estuviera
convencida de quién era el rey de su vida.
Muy cerca de la casa de mi
sobrino vi una pintada a la que hice una foto: TODO ESTO ES UN SUEÑO,
¡DESPIERTA!
Tal vez estos tres días hayan
sido un sueño. Tal vez. Pero puedo
asegurar que, al despertar, he
comprobado que ha valido la pena estar perdido en la selva. En la selva…de
Madrid.
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