domingo, 2 de diciembre de 2012

CARTA AL VIENTO. LA MULA, EL BUEY...Y LOS CARAMELOS

CARTA AL VIENTO


La mula, el buey y los caramelos




     Nunca pensé que dos pobres animalitos, como un buey y una mula, dieran tanto que hablar. Me cuenta un cura que el otro día lo llamaron, no sabe si en serio o en broma, para regalarle unas hermosas figuras de nacimiento. Porque, según decía, ya no las necesitaba puesto que el papa las había suprimido de los belenes… ¡La de cosas sin sentido que ha tenido uno que leer y escuchar a propósito de lo que escribe Ratzinger en su libro “La infancia de Jesús”! El papa no dice ni que se pongan ni que no se pongan estas figuras en los nacimientos. El Papa no dice ni que hubiera ni que no hubiera animales en el pesebre donde nació Jesús. Simplemente afirma, sin darle ninguna importancia, que "en el Evangelio no se habla de animales". Y eso no es nada nuevo.


     El evangelista Lucas con una sublime sencillez cuenta el nacimiento de Jesús en apenas cuatro frases: “Cuando estaban en Belén, a María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no había lugar para ellos en la posada”. Y nada más. El evangelio no se detiene en demasiados detalles porque eso no era lo importante.


     Los belenes que se hacen en nuestras casas y en nuestras iglesias y plazas utilizan la imaginación para representar lo que ocurrió en Belén de Judá. Cada uno pone o quita según su pensamiento: palmeras, montañas, pastores, los reyes, casitas, caminos…. Lo único imprescindible, lo que no puede faltar, es el Niño.


     El evangelio, como afirma el papa, no dice que hubiera mula ni buey como tampoco indica si había cabras, patitos o cerditos. Ni ríos, ni lavanderas, ni ratones que comieran los calzones a san José, ni una burra cargada de chocolate, ni que naciera el 25 de diciembre, ni relojes que marcaran las 12 de la noche ni tantas cosas que seguiremos imaginando y poniendo en los belenes. Y como el evangelio no lo dice, pudo ser o no pudo ser. Y no pasa nada ni tiene importancia alguna. Lo único importante es que en un mundo desesperanzado nació la Esperanza. Y nació en forma de Niño “y le pusieron por nombre Jesús”.


     Lo importante es que cuando uno anda desesperado por la economía o cuando se está enfermo o se vive un problema grave en la familia o en el trabajo, aparezca un rayito de esperanza. En los tiempos de Jesús, la situación era mucho más grave que la nuestra. Y José y María eran de los que peor lo estaban pasando. Ahora, en estos tiempos mientras los periódicos y la televisión nos siguen asustando con lo grave que está la cosa, y es verdad, lo que uno quiere encontrar es un camino para la solución. Es importante no desesperarse. Y ayer como hoy, muchos la encontraron en Jesús.


     A mí qué me importa que hubiera al lado un burro o que no lo hubiera. A mí qué me importa que, cuando alguien me anuncie que hay solución para nuestros problemas, tenga al lado a un ministro o a un borrico. En aquel tiempo como en este, el camino para la esperanza se llama Jesús.


     En el local social de un sindicato había un cartel con este pensamiento de Tagore: “La fe es el pájaro que canta cuando la aurora está oscura”. Y en la iglesia de mi pueblo, casi coincidiendo con los del sindicato, y en el mismo tono dulce, leí ayer: “Adviento: ¡Si hay fe, hay esperanza!”


     Cuando hablaba con mi amigo Pepe el escobero de todo esto y de la polémica que algunos han armado con lo de la burra y el buey, olvidando lo esencial, él sabiamente, dijo:


     -¡Qué sabrá el burro (y el buey) lo que son caramelos!




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