CARTA AL VIENTO
QUERER LA CÁRCEL

Comprendo que haya mucha gente que se siente incómoda por la cercanía de una cárcel o de un centro de toxicómanos o un hogar de menores. Pero en esos centros hay personas como nosotros, muchas de ellas con la mala suerte de haber vivido una infancia o adolescencia sin los apoyos o los buenos ejemplos de la sociedad que entre todos hemos construido. Casi nunca la culpa está sólo en el que comete un delito. Todos hemos colaborado o colaboramos a construir un mundo en donde damos la mayor importancia a lo material. Y el egoísmo, el afán de tener mucho y vivir bien, han hecho que muchas personas hayan caído en la trampa del delito. Muchos están en la calle y otros menos afortunados están pagando en la cárcel sus errores. Lo triste es que todos queramos luego lavarnos las manos como si nada tuviéramos que ver con esas personas e incluso le neguemos la posibilidad de reinsertarse y demostrar que quieren dar un giro total a sus vidas. Lo triste es que condenemos al muchacho que por culpa de la droga que empezó a consumir bajo la ignorancia o la insensatez le llevó a meterse en otros muchos líos. Lo triste es que rechacemos a unas personas a los que esta sociedad de la que todos somos responsables, no ha sabido enseñar más valores que el consumir y vivir bien.
En la cárcel del sur de Gran Canaria hay actualmente 739 presos. Muchos de ellos fueron nuestros vecinos, tal vez nuestros amigos o son incluso parte de nuestra familia. Afortunadamente hay un pequeño grupo de voluntarios que, a través de la pastoral penitenciaria y de otras ONG se hacen presente allí para echar una mano en actividades culturales o religiosas. Y para expresarles que seguimos creyendo en ellos y deseando que puedan volver a nuestra sociedad con ganas de ser personas nuevas, sin el estigma de haber sido un delincuente.
Aunque uno en cualquier momento dijera que no a la cárcel en su pueblo, ahora es distinto. Es el momento de mirar la cárcel con afecto. Aquí, cerca de mi pueblo o cerca de mi casa hay casi mil personas sin libertad, personas que pueden seguir delinquiendo o que, ojalá, pueden dar un giro a su vida una vez que hayan cumplido la condena. El primer paso es aceptar que esos 739 presos son personas que cometieron graves errores en su vida pero que, como cualquiera de los que estamos fuera de ella, tienen un corazón que sufre, que ama, que sueña. Hay que querer a las personas que allí están. Hay que querer la cárcel.
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