domingo, 18 de septiembre de 2011

CUENTOS, PARÁBOLAS PARA REFLEXIONAR

CUENTOS, PARÁBOLAS PARA REFLEXIONAR
LA PELEA DE LOS HIJOS DEL LABRADOR

Los hijos de un labrador estaban peleados. Éste, a pesar de sus muchas recomendaciones, no conseguía con sus argumentos hacerles cambiar de actitud. Decidió que había que conseguirlo con la práctica. Les exhortó a que le trajeran un haz de varas. Cuando hicieron lo ordenado, les entregó primero las varas juntas y mandó que las partieran. Aunque se esforzaron no pudieron; a continuación, desató el haz y les dio las varas una a una. Al poderlas romper así fácilmente dijo:
- «Pues bien, hijos, también vosotros, si conseguís tener armonía seréis invencibles ante vuestros enemigos, pero si os peleáis, seréis una presa fácil.»
La fábula muestra que tan superior en fuerza es la concordia como fácil de vencer es la discordia.
Entre los antiguos había un hombre muy viejo que tenía muchos hijos. Cuando iba a terminar ya su vida les pidió que le trajesen, si la había, una gavilla de finos juncos. Uno de ellos se la trajo: «Intentad, hijos, con toda vuestra fuerza, romper los juncos así entrelazados unos con otros.» Pero ellos no podían. «Intentadlo ahora de uno en uno» a medida que los rompían con toda facilidad, les dijo:
- «Hijos míos, de igual manera si convivís todos unos con otros, nadie podrá haceros daño, por mucha fuerza que tenga. En cambio, si cada uno toma una decisión al margen del otro, os pasará lo mismo que a cada uno de los juncos.»
La hermandad es el mayor bien de los hombres: incluso a los humildes los eleva a las alturas.

SOLIDARIDAD CON LOS DESCENDIENTES

El sultán sale una mañana rodeado de su fastuosa corte. A poco de salir encuentran a un campesino, que planta afanoso una palmera. El sultán se detiene al verlo y le pregunta asombrado.
— 0h, cheikk (anciano)!, plantas esta palmera y no sabes quiénes comerán su fruto... muchos años necesita para que madure, y tu vida se acerca a su término.
El anciano lo mira bondadosamente y luego le contesta:
— ¡Oh, sultán! Plantaron y comimos; plantemos para que coman.
El sultán se admira de tan grande generosidad y le entrega cien monedas de plata, que el anciano toma haciendo una zalema, y luego dice:
— Has visto, ¡oh, rey!, cuán pronto ha dado fruto la palmera?
Más y más asombrado, el sultán, al ver cómo tiene sabia salida para todo un hombre del campo, le entrega otras cien monedas.
El ingenioso viejo las besa y luego contesta prontamente:
— ¡Oh, sultán!, lo más extraordinario de todo es que generalmente una palmera sólo da fruto una vez al año y la mía me ha dado dos en menos de una hora.
Maravillado está el sultán con esta nueva salida, ríe y exclama dirigiéndose a sus acompañantes:
— ¡Vamos..., vamos pronto! Si estamos aquí un poco más de tiempo este buen hombre se quedará con mi bolsa a fuerza de ingenio.
EL ZORRO MUTILADO

Un hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas, por lo que el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro.
Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre. Él comenzó a maravillarse de la inmensa bondad de Dios y se dijo a sí mismo:
- «Voy también yo a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste me dará cuanto necesito. »
Así lo hizo durante muchos días; pero no sucedía nada y el pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando oyó una Voz que le decía: « ¡Oh tú, que te hallas en la senda del error, abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja ya de imitar al pobre zorro mutilado. »
Por la calle vi a una niña aterida y tiritando de frío dentro de su ligero vestidito y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios:
- «¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo?»
Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió:
- «Ciertamente que he hecho. Te he hecho a ti.»

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