sábado, 7 de mayo de 2011

Carta al viento. CON FLORES A MARÍA

Carta al viento. CON FLORES A MARÍA

Me ocurrió hace bastantes años. Yo había ido a predicar  a una parroquia  el día de la Virgen. Con la mentalidad que entonces era habitual en los curas jóvenes,  quise decir en la homilía que la devoción a los santos no había que expresarla encendiendo velas. De varias formas intenté explicar que las velas no significan  nada para el santo. Cuando acabó la misa una señora mayor se acercó a mí y me dijo:
-Me ha gustado mucho su predicación y quiero que me diga dónde se venden esas velas de las que usted habló.
La reacción de la mujer me  ayudó a ir comprendiendo muchas cosas.  Por ejemplo, que uno puede predicar lo que quiera, que  el que escucha también puede entender… lo que le parezca.  O que lo que las personas han asimilado y vivido en mucho tiempo, no lo pueden cambiar ninguna homilía.
            Hubo una generación de cristianos, y yo me siento parte de ella, que con muy buena voluntad, se propuso “limpiar” la Iglesia de todo lo accidental, de todo lo que no fuera puro Evangelio. Y pretendió  eliminar muchos gestos de  la devoción popular. Pero el tiempo  nos ha ido haciendo descubrir que los sentimientos se expresan, necesariamente, con gestos. Y que si es normal que un novio regale flores a su novia o que los hijos lleven en la cartera  la foto de su madre, por qué  va no va a ser bueno encender una vela, llevar una medalla de la Virgen o poner flores  ante una imagen.
Es verdad que esa no debe ser  nuestra única forma de  expresar la fe. Pero tampoco hay por qué eliminar  las sencillas devociones populares porque, a través de ellas, muchas personas encuentran el mejor camino para encontrarse con Dios. A pesar de la teología que uno  ha estudiado y a pesar de la mentalidad en la que uno creció, yo sigo recordando con emoción cuando, siendo niños, nos poníamos ante la imagen de la Virgen y cantábamos casi entre lágrimas:
 Venid y vamos todos con flores a porfía,
con flores a María
que Madre nuestra es
Si en otro tiempo utilizábamos demasiado los sentimientos, las emociones, los gestos, para expresar nuestra fe, puede ser que ahora resulte lo contrario, que nos avergonzamos de manifestar nuestro amor a Dios de forma clara y sentida y por eso  lo hacemos fríamente. A mí me encanta cuando me toca presidir la celebración de una boda y al novio o a la novia, emocionados, se les saltan las lágrimas cuando dicen que se quieren.  Me encanta también cuando en alguna misa o cantando a la Virgen veo lágrimas de alegría y emoción. Son señales que hay que valorar y respetar porque nacen del corazón. Tenemos  que transmitir más la fe  pero sin ahogar los sentimientos. Muchas personas y muchos jóvenes están en nuestras iglesias porque se han sentido queridos o  porque en ella están sus amigos o porque el ambiente, la música, el olor del incienso o de  las flores les facilita el camino para encontrarse con Dios. Nada de esto es malo. Dice la Biblia  que no hay que apagar la mecha vacilante. Si hay un pequeño síntoma de fe o de amor… hay que respetarlo. Y si encendiendo una vela  a la Virgen o caminado desde Tamaraceite a Teror uno se siente unido a nuestra madre del cielo, ¿por qué no hacerlo?
     Si otra vez me tocara predicar en Santa Lucía, seguro que ahora no me metería con los que encienden velas a los santos, aunque yo no lo haga. Y a aquella viejita que me preguntó dónde comprar la vela que yo había rechazado, yo se la regalaría y además un hermoso ramo para que, en este mes de Mayo, siga poniendo  su vela, su oración,  su corazón Con flores a maría, que Madre nuestra es. 
Buen día para todos. 

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