miércoles, 27 de enero de 2010

SI UNO NO QUIERE, DOS NO SE PELEAN


Jorge tiene unos quince años y estuvo el pasado domingo en misa. Yo había comentado en ella lo de la Semana de Oración por la unidad de los Cristianos. Dije que las Iglesias cristianas, tanto la católica como la anglicana o la ortodoxa y otras, están en actitud de colaborar para que algún día sea posible la unión de todos los que creemos en el mismo Jesús.

Jorge captó el mensaje y pensó que esto era cuestión de días. Por eso me preguntó muy interesado:

-¿Ya se sabe el día en el que nos vamos a unir?

Y se quedó un poco defraudado cuando le conté que esto es un proceso largo, que tal vez no vea yo pero ni siquiera él que está casi empezando a vivir. Me dio pena echarle aquel jarro de agua fría, pero quise suavizarlo diciéndole:

-Pero bueno, lo importante es que trabajemos y recemos por la unidad. Y que no perdamos la esperanza…

-Lo que pasa, me dijo, es que mi mejor amiga, Ana, es evangélica y a mí me gustaría que pudiéramos venir a la misma iglesia y rezar juntos…

Sentí mucha pena, la verdad, porque a Jorge se le notaba la decepción en su rostro. Le conté que hay muchas familias en donde, solamente por una palabra hiriente dicha por alguien en un momento determinado, la familia se ha roto y se tardan años en recuperar o nunca más se vuelve a encontrar la unión. Y en la iglesia somos tantos…y han pasado tantos años.

Hubo un poquito de silencio y Jorge añadió:

-Pero, aunque las Iglesias no estén unidas, nosotros sí podemos estarlo.

-¡Acertaste, Jorge, le dije! Esa es la solución. ¿No has oído ese refrán que dice que “si uno no quiere dos no se pelean”? Lo importante es que haya signos de que podemos dialogar, querernos, compartir, aunque haya diferencias. Eso es lo que estamos haciendo y lo que hicimos el lunes en el Templo Ecuménico. Allí, cristianos de muchas iglesias separadas rezamos y cantamos y escuchamos la Palabra y pedimos a Dios y nos dimos la paz y dimos muestras de que de verdad nos queremos y de que, en lo fundamental, estamos unidos. Las diferencias las dejamos para que sean discutidas por los especialistas.

A Jorge se le iluminó la cara y me dijo que entonces él podía también sentirse unido a Ana, rezar con ella y leer juntos la Palabra.

-Es que eso es lo que debes hacer, Jorge. No tenemos que pensar tanto en lo que nos separa sino en lo que nos une. Podemos ver todo esto como una gran riqueza. Cada Iglesia ha ido cultivando una serie de valores que ahora podemos compartir: La música, los sacramentos, la Palabra de Dios, la oración,… No se trata de pensar que uno es mejor que el otro ni de animar a que la otra persona abandone su Iglesia para venir a la nuestra ni al revés. Podemos compartir la inquietud que ya tenía Jesús de que estemos unidos. E intentar lograrla con respeto, con oración, con diálogo y con afecto.

-Entonces, me dijo Jorge, ya no me preocupa tanto qué día nos vamos a unir sino buscar ya, que estemos unidos. Seguro que Ana se va a quedar encantada cuando se lo comente.

Y yo también quedé encantado. Como lo quedé en la clausura de la Semana de la Unidad cuando compartimos la oración con las diferentes Comunidades cristianas. Lo más importante ya está conseguido. Lo otro, no importa que tarde un siglo en conseguirse. Y es que realmente si uno no quiere, y somos muchos unos los que no queremos, dos no se pelean.

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