Dicen en mi pueblo que el pan de Agüimes se hace en Ingenio. Da lo mismo. El pan de Agüimes es bueno. Y el de Ingenio también. Mi amigo Policarpo, que es del pueblo lanzaroteño de Ye, vendía pan por las calles y pregonaba: ¡Pan de Ye, pan de Ye! hasta que alguien le hizo ver que vendería más si solamente pregonara el pan, sin decir de dónde, porque algunos consideraban que, mejor que el pan "de Ye" estaría el del mismo día? Y es que lo que uno quiere de verdad cuando compra un bizcocho es que sea bueno, al margen de que sea de Moya o de Tamaraceite. Y eso nunca lleva a confusión. Por eso resulta cansado y sin sentido escuchar todos los días a los políticos contar lo bueno que es su pan, su discurso, su proyecto. Y lo malo que es el del otro grupo. Cuando nunca un gobernante, por sistema, da la razón al grupo de oposición ni los de oposición a los que gobiernan, es que no son de fiar. Nadie hay tan malo que no se le pueda reconocer algo bueno.
Los celos, la envidia, son hierbas que crecen en todos los campos. Hasta en los que predican en contra de ella, aunque a veces haya alguna excepción. Resulta gratificante, por ejemplo, escuchar a un entrenador de fútbol que elogia el buen juego del equipo contrario. O los aplausos de todo el público del estadio valorando el gol del equipo visitante. Ojalá alguna vez lo veamos también en el Congreso de los Diputados o en el pleno municipal. O en la parroquia. Saber reconocer lo bueno de la iglesia vecina o de la persona a la que se sustituyó son signos que engrandecen a quien lo hace. Intentar silenciar, olvidar, callar lo bueno del otro es sencillamente mezquindad.
Cuando sólo se es capaz de reconocer lo bueno de uno mismo o de su equipo, su pueblo o su parroquia, se empieza a rozar o se está ya de lleno en el fanatismo. Me alegra, por ejemplo, escuchar en Gran Canaria comentarios que resaltan los valores de Tenerife. Por supuesto que también me gustaría escucharlos desde la otra isla hacia esta. Son la señal de un verdadero afecto. Los celos en ningún caso son señales de amor. Decía Balzac que ser celoso es el colmo del egoísmo porque es el amor propio, egoísta, elevado a la máxima potencia.
En una ocasión, los discípulos de Jesús se pusieron celosos porque habían visto a una persona ajena a ellos que también curaba y hacía el bien. Los discípulos, ingenuos, querían la exclusiva todo lo bueno. Y, guiados por la envidia, que es prima hermana de los celos, intentaron impedir que siguiera haciendo cosas buenas. Jesús pone cabeza en el tema e interviene diciéndoles poco más o menos:
-No sean tontos. Uno que hace cosas buenas en mi nombre no hace ningún daño. El que no está contra nosotros está a nuestro favor.
Y desde entonces el pan de Agüimes, no importa dónde se haga, está que se come solo. Y el de Ingenio también.
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