DIARIO DE UN CURA
LUCES Y SOMBRAS
DE UNA SEMANA SANTA
DE UNA SEMANA SANTA
¡Feliz pascua de Resurrección! Lo he escuchado y lo he dicho y lo he deseado desde anoche varios cientos de veces. Ahora, en esta tarde de domingo, con la voz quebrada como cada Domingo de Pascua, feliz como casi todas las Semana Santa de mi vida, pasan por mi mente las luces, las muchas luces de unos días vividos en intensidad. También quedan algunas sombras porque la Pascua es Muerte y Resurrección. Y la vida es también un conglomerado de penas y de alegrías.
Me quedo con la Luz, pero sin olvidar las sombras.
La Vigilia pascual fue el culmen de una semana llena de sentimientos y emociones. Todavía se repiten en mis oídos los cantos emocionados de Mónica, Tania y Adriana, Cathaisa o las niñas del Beñesmén. O los diálogos y confidencias y bromas de los jóvenes adolescentes de la parroquia. Pero se ensombrece la vivencia cuando te enteras que gente de la comunidad corta, justo en esta semana, su contacto con la vida cristiana y a la hora de una decisión que pudiera ser intermedia, opta porque la Semana sólo sea tiempo de vacación. Me cuesta asumirlo aunque intento comprenderlo.
Muchas sonrisas, muchos abrazos, mucha comunicación entre la gente de las parroquias, pero también, aunque sean pocos, algunos brotes de celo o de intolerancia o de protagonismo como me cuentan S. o F. Uno siempre sueña con una comunidad llena de luz, como así es; pero en estos días que escuchamos a Jesús diciéndonos lo de querernos uno a otros, resulta más duro tropezarte con conflictos innecesarios. O, cuando te preparas para celebrar la Gran Noche de Pascua, la Vida, recibir un mensaje de Domingo, el profesor del Colegio, para comunicar que no vendrá porque su hija está en el Materno. O que los hijos de dos familias amigas (de Reyes o de Sofía) hayan sufrido un accidente aunque gracias a Dios no fuera todo lo grave que parecía.
Los testimonios de gente sencilla, de la nuestra, animan e invitan a dar gracias a Dios. Hay que hacer un esfuerzo para contener la emoción cuando escuchas las experiencias de fe de Almudena o Carolina. O los testimonios espontáneos del Viernes Santo después de la procesión de la Soledad de la Virgen. Cuánta vida, cuánta fe, cuánta “resurrección” en nuestra gente. A pesar de que también aparezcan las sombras de los intolerantes que, durante un recorrido procesional, no saben respetar la fe de los otros. O los que, bautizan a un hijo sin meterse en la celebración de la fe, preocupados más bien por una foto que inmortaliza un momento no vivido interiormente. Enfadarse no es bueno. Probablemente quien peor lo pasa es quien se enfada.
Pero la luz siempre es más fuerte. Para eso estaban Isbella o Jorge Esquivel arropados por la fe de la familia y el respeto y cariño de los amigos. O la familia de los cinco niños bautizados hoy en Arinaga. O toda la gente que, de aquí o de otros lugares, aprovecharon estos días para confirmar su amistad sincera y compartir la fe : Marta, Elva, Omaira, Loly, Gonzalo, Ani, Carmelo, MCP, Patri… ¡Cuánta vida, Señor!
Los niños han llenado de luz todas las celebraciones. Con la alegría y entusiasmo del Domingo de Ramos, rodeados de pancartas y vivas al Jesús en la burrita. O con la dulce inocencia de Hugo, de 3 años, que imitando a los mayores, se acercó a mí para “confesarse” y se arrodilló después, silencioso ante el sagrario, como hacían los chicos mayores. O con la presencia de tantos chiquillos todos estos días, sobre todo anoche, aguantando alegres las dos horas de la misa y correteando felices después en el brindis.
La luz me llega de las muchísimas personas que en semana santa sacan toda su generosidad y actitud de servicio para estar en “lo que haga falta”. Los vi anoche limpiando la iglesia o el salón a pesar del cansancio. Los vi todos los días preparando monumento, altar, tronos, decoración, celebraciones, liturgia, cantos. Los vi orando en silencio ante el sagrario o preparando las lecturas o diciendo “toma, esto para las flores”. Y vi también la valiosa actitud de los jóvenes que marcharon a pasar estra semana en el Monasterio de los benedictinos rezando, reflexionando, conviviendo. Estuve ayer sábado algunas horas con ellos.
La luz es que, en un bautizo en donde había conflictos familiares, se hiciera posible alcanzar la paz. Y eso ocurrió hoy.
David, el compañero cura que cada año viene desde Bilbao a echarnos una mano, hace para mí más llevadera esta semana. Y trae a la comunidad palabras e ideas nuevas. Y toda su alegría y disponibilidad que contagian. A mí me agrada y veo que a mis parroquianos también. Y personalmente me llena de gozo ver en estos días la Casa Parroquial convertida en Casa de Familia con la presencia de Montse y Óscar, o Yauci, Juani y Roma. O los muchachos jóvenes que suben a la casa para tomarse un refresco, conectar sus móviles a internet o simplemente acompañar al párroco y contarle de quién andan ahora enamorados.
Termino esta semana con mucho sueño y con muchos sueños. Las horas no dormidas por la necesidad de preparar cosas, se compensan con todos los sueños que nunca se eclipsan. El “primer día de la semana”, las sombras de la muerte y las traiciones y tristezas desaparecieron porque Jesús volvió a la Vida. Hoy quiero brindar con una copa de Fe para que las sombras que hay en mí y en las comunidades a las que sirvo, aunque no desaparezcan, no puedan por nada del mundo ocultar toda la Luz que hay entre nosotros. A los que creemos en Jesús y en la Vida no hay muerte, ni enfermedad ni problema alguno que pueda apagar la Luz. Hoy es Pascua. Quiero brindar por la Resurrección de todo lo bueno y que a veces queda oculto. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
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