ABURRIMIENTO
Marina me lo preguntó con mucho tacto, casi con temor a
ofenderme.
-¿Y tú no te aburres con las misas, diciendo lo mismo al
celebrar la misa?
Yo, también con mucho tacto, casi con temor a ofenderla, le
pregunté:
-Marina, cuando tú vienes a la misa ¿tú crees que yo siempre
digo lo mismo?
Ella, que sólo tiene 17 o 18 años, sonrió tímidamente, se puso
un poquito roja lo que la hacía más guapa y me dijo algo así como “Tú sabes lo
que te quiero decir”. Y yo lo sabía, claro y me dio oportunidad para contarle
cosas. Le comenté que lo de la misa es una parte, sólo una parte, aunque muy
importante, de la vida de los curas. Pero que hay muchas tareas más. Si uno ama
lo que hace, no hay tiempo para aburrirse. Casi ni para ver televisión ni ir al
cine. Ser cura es sentir que te debes a la gente del pueblo. Que todas las
horas del día deben estar marcadas por el deseo de servir. Y siempre falta
tiempo para visitar a todos los enfermos, para preparar reuniones, organizar
actividades, reunirte con los diferentes grupos o simplemente estar con la
gente de tu pueblo.
Le pregunté: -¿Tu madre se aburre, Marina? Y ella se rió abiertamente. ¿Mi madre? Yo no sé cómo
aguanta con tantas tareas, trabajando fuera y cuidándonos a nosotras. No tiene
tiempo de aburrirse. A lo mejor, siguió
reflexionando ella, sería bueno que se aburriera algo. Así al menos
descansaría. Pero siempre tiene cosas que hacer.
Así es. Las madres nunca se aburren. Los curas tampoco
debiéramos aburrirnos nunca. Si fuera así sería señal de que estamos
descuidando algo nuestras tareas o que nos hemos acomodado. Y lo de la
misa, Marina, aunque dure sólo algo más de media hora, hay que prepararla, hay
que dedicarle tiempo. Porque si no, lo
más probable es que quienes acaben aburridos son los que vienen a la misa. Por
eso no me aburro. Porque no quiero
aburrir a nadie.
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