miércoles, 17 de enero de 2018

DIARIO DE UN CURA


ABURRIMIENTO

Marina me lo preguntó con mucho tacto, casi con temor a ofenderme.
-¿Y tú no te aburres con las misas, diciendo lo mismo al celebrar la misa?
Yo, también con mucho tacto, casi con temor a ofenderla, le pregunté:
-Marina, cuando tú vienes a la misa ¿tú crees que yo siempre digo lo mismo?
Ella, que sólo tiene 17 o 18 años, sonrió tímidamente, se puso un poquito roja lo que la hacía más guapa y me dijo algo así como “Tú sabes lo que te quiero decir”. Y yo lo sabía, claro y me dio oportunidad para contarle cosas. Le comenté que lo de la misa es una parte, sólo una parte, aunque muy importante, de la vida de los curas. Pero que hay muchas tareas más. Si uno ama lo que hace, no hay tiempo para aburrirse. Casi ni para ver televisión ni ir al cine. Ser cura es sentir que te debes a la gente del pueblo. Que todas las horas del día deben estar marcadas por el deseo de servir. Y siempre falta tiempo para visitar a todos los enfermos, para preparar reuniones, organizar actividades, reunirte con los diferentes grupos o simplemente estar con la gente de tu pueblo.
Le pregunté: -¿Tu madre se aburre, Marina? Y ella  se rió abiertamente. ¿Mi madre? Yo no sé cómo aguanta con tantas tareas, trabajando fuera y cuidándonos a nosotras. No tiene tiempo de aburrirse.  A lo mejor, siguió reflexionando ella, sería bueno que se aburriera algo. Así al menos descansaría. Pero siempre tiene cosas que hacer.
Así es. Las madres nunca se aburren. Los curas tampoco debiéramos aburrirnos nunca. Si fuera así sería señal de  que estamos  descuidando algo nuestras tareas o que nos hemos acomodado. Y lo de la misa, Marina, aunque dure sólo algo más de media hora, hay que prepararla, hay que dedicarle  tiempo. Porque si no, lo más probable es que quienes acaben aburridos son los que vienen a la misa. Por eso no me aburro.  Porque no quiero aburrir a nadie. 

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