DIARIO DE UN CURA:
FIN DE CURSO
A veces, cuando llega la noche y me pongo
ante este Diario, no sé qué escribir. Pero no porque no haya ocurrido nada nuevo, sino porque durante la semana hay
tantas vivencias, tantas cosas que rumiar y rezar, que me cuesta
seleccionarlas. Al acabar el curso miro un
poquito hacia atrás y descubro cuántas
cosas buenas pasan a lo largo del año. Las personas con las que he hablado, los
enfermos visitados, las reuniones, las eucaristías, los proyectos….
Por ejemplo, ahora estoy muy ilusionado con que vuelva a crearse
un grupo
con niños y niñas, que ya hicieron su Primera comunión:
“Testigos del Señor”.
Me he reunido dos veces con ellos en este
mes. Esta semana les invité a tomarse un refresco en la casa parroquial. Cuando
les dije que pasáramos a la cocina, un chiquillo mostró su extrañeza y me dijo:
-¿Pero tú tienes cocina?
-Claro, le dije. Los curas también tenemos
que comer. Y él siguió preguntando:
-¿Pero comen espaguetis y todo?
-Sí, claro. Y potaje y gofio…
Terrible decepción del chiquillo que acabó
diciendo: Yo creía que los curas solamente se alimentaban del cuerpo de Cristo.
Y eso, claro, me hizo gracia pero también
me hizo pensar. El alimento de uno no puede quedarse únicamente en los espaguetis y el potaje.
La semana pasada, en mi diario, hablaba de libros y lecturas. ¿Me creerá
alguien si digo que algunos oyentes de la radio, después de escucharlo, me han prestado o regalado algunos libros
para el verano? Incluso recibí aquel que fue el favorito de mi adolescencia:
“La vida sale al encuentro”. Cuando acaba el curso, uno mira hacia atrás y
va descubriendo momentos emotivos como este. Y aunque en la vida se necesite
hacer una parada, cambiar de ocupación o
coger unos días de vacaciones,
siempre queda cierta
nostalgia.
Un curso en la vida de un cura está llenito de
anécdotas. Aunque, lógicamente, no todas
son divertidas. Ahora toca mirar el
pasado, sentirse satisfecho y dar
gracias a Dios y a la gente. Muchas
gracias.
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