miércoles, 8 de marzo de 2017

CARMELINA LA DEL TOSCÓN

DIARIO DE UN CURA
CARMELINA LA DEL TOSCÓN

Hay personas que son totalmente originales. Únicas. No las puedes comparar con nadie, porque no encuentras parecido. Por ejemplo, Carmelina. Carmelina vivía en El Toscón, en la mima carretera que va desde Tamaraceite a Teror. La conocí hace más de 20 años y era ya una persona mayor. Flaca, pequeña, activa, vivaracha, habladora, rezandera, había pasado toda su vida en iglesias y sacristías. Era la sacristana del Toscón. La primera vez que la vi, fue allí. Quise presentarme, pero fue ella la que,  a toda prisa, dijo  mi nombre, donde había nacido, el día exacto que me ordené de cura  , dónde celebré la primera misa y en cuántas parroquias había estado. Yo quedé alucinado. Era una mujer sin estudios pero con muchísima memoria y lista como el hambre. Se sabía las fechas claves de todos los curas de la diócesis. Era su hobby, su entretenimiento. Había sido catequista de  todos los niños y jóvenes de su barrio. Y además,  recordaba cuándo había fallecido cada vecino del Toscón. Cuando alguien se acercaba a la iglesia a “apuntar” un aniversario,  ella ya se había adelantado y lo tenía apuntado en la libreta.  Los fines de semana disfrutaba participando en misa. El sábado a las 6 iba al Toscón, que era su territorio propio. El domingo a las 8 de la mañana en Tamaraceite, donde se había adjudicado leer el salmo responsorial. A las 10 en Teror, donde hacía le lectura primera  y por la tarde a la catedral. En Tamaraceite me pedía  que fuera breve porque,  a las 9 menos cuarto pasaba la guagua  que debía coger para llegar a la misa de Teror. El obispo Ramón Echarren  le decía a Carmelina que era como el perejil, pues la encontraba en todas las salsas.  

Hay otros datos que hacen que Carmelina haya sido una mujer especial. Una mujer libre, que nunca necesitó de nadie para salir adelante. Era pobre. Cobraba una pequeña pensión que sabía administrar muy bien. En una ocasión que yo iba  a un viaje solidario a Guatemala ella se presentó en  la casa parroquial y, secretamente, me entregó la pensión íntegra que había cobrado momentos antes.


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