CARTA DE UNA MISIONERA
DESDE UGANDA. NOS CUENTA
LA SITUACIÓN QUE SE ESTÁ
VIVIENDO EN SUDÁN
LA SITUACIÓN QUE SE ESTÁ
VIVIENDO EN SUDÁN
Uganda, 17 febrero 2017
Queridos
amigos/amigas, quisiera compartir con ustedes algo sobre la situación que estamos viviendo
aquí en Sur Sudan.
Les
escribo desde Uganda, donde estamos en exilio junto a nuestro pueblo del S.
Sudan. Las razones del exilio son varias y complejas, antes de Navidad escuchamos
rumores de un posible ataque entre los soldados de la oposición y los del
gobierno. Por casi todo el mes vimos cientos de personas huir hacia el norte de
Uganda donde están los campos de refugiados; la gente caminaba tanto bajo el
sol, con niños y cargando los bienes necesarios como podían. Nos preguntábamos como sería nuestra Navidad,
gracias a Dios la celebramos bien y recibimos el nuevo año alegremente en
comunidad con la gente, aunque al mismo tiempo en muchos de ellos captamos
tensión y miedo.
Terminadas las fiestas, como previsto, las hermanas viajamos a Nairobi para el retiro la asamblea anuales. Mientras estábamos en Nairobi recibimos la noticia de que el domingo en una de las capillas, mientras la comunidad rezaba, los soldados entraron y mientras la gente huía, seis personas fueron asesinadas, entre ellos un catequista. Regresando de Nairobi, estando aún en la frontera con Uganda, encontramos algunos de nuestros feligreses allí: rostros cansados, agobiados, sufridos; nos informaron sobre la situación en nuestra zona y nos dijeron que toda la gente estaba huyendo porque nadie se sentía seguro ahí. La gente huyó con todos sus bienes, caminando por horas bajo el sol, cargando pesos, durmiendo algunas noches en los bordes de la calle y cuando finalmente llegaron a la frontera tuvieron que esperar algunas horas para ser inscritos y asignados por las Naciones Unidas a un campo de refugiados. Ver a nuestra gente en esas condiciones sentí pena, parecían ovejas sin pastor.
En la frontera vimos muchos autobuses de las Naciones
Unidas UNHCR que transportaban a la gente hacia los campos de refugiados, detrás
de ellos partían también camiones transportando sus pertenencias: recipientes
para el agua, colchonetas, sillas, mesas, ollas, en fin, todo muy simple, lo
que la gente posee. Dejada la frontera, nosotras continuamos nuestro viaje
hacia el Sur Sudan, y lo largo del camino vimos muchas cabañas cerradas con
candado, pozos sin mujeres que recogieran
agua, aldeas vacías y patios sin niños que jugaran, ningún joven paseando por
las calles o jugando en el campo de futbol. En el camino encontramos de nuevo gente
caminando hacia la frontera: hombres sudorosos y fatigados, el polvo rojizo cubría
sus caras y su ropa, rostros cansados, llevaban sus motos o bicicletas
sobrecargadas con sus animales, sacos, cajas y otras pertenencias.
Aquella primera noche de nuestro regreso
percibí un silencio extraño, los perros aullaban como si lloraran la ausencia
de sus amos. A la mañana siguiente no hubo gallos que anunciaran el amanecer.
En la tierra de la misión, las personas más vulnerables
estaban esperando que se les ayudara para llegar a la frontera con sus bienes,
estos eran: mujeres embarazadas, personas con discapacidad, ancianos, enfermos,
éstos fueron ayudados de manera especial. Por la mañana fuimos a saludarlos y a conversar con ellos, su presencia me
hizo pensar a los pobres de Yahveh,
a aquel resto fiel del pueblo de Israel que esperaba solo en Dios su liberación y salvación. Una joven con discapacidad se
me acercó, me tiró del brazo y me
abrazó, luego me ofreció un pedazo de caña de azúcar. Otro chico con retraso mental me llamó desde donde estaba sentado en el suelo
y me ofreció un trozo de patata
dulce (camote). Gestos de dulzura y calidez de quien de guerra o de luchas tribales no entiende mucho, de quien vive la
relación con los demás de manera simple y
espontánea... y le pedí al Señor de donarme un corazón sencillo como el de ellos.
Nosotras como misioneras/os optamos
por quedamos con el pueblo aún en situaciones de peligro, si es necesario,
conscientes de que nuestra vida la hemos ya donado al Señor. Hacer causa común
con las personas con las que vivimos es una parte importante del legado que
Daniel Comboni nos dejó, es profecía en nombre de la pobreza y de la hermandad
universal, porque para Dios no existen vidas humanas más preciosas que otras. En
nuestro caso fue la gente que abandonó el lugar y nos quedamos solo las
hermanas y los misioneros. La gente nos advirtió de salir también nosotros,
porque en cualquier momento podría comenzar el enfrentamiento armado, nos
pidieron de no abandonarlos en los campos, de visitarlos, de ir a rezar con
ellos. Como equipo pastoral pedimos al Señor que nos asistiera con su sabiduría,
entre nosotros dialogamos tratando de discernir que hacer; al final decidimos
dejar la misión el lunes 6 de febrero y partimos hacia la comunidad comboniana
más cercana en el norte de Uganda; zona donde están los campos. Queremos
ofrecer un servicio pastoral a nuestros feligreses y acompañar esta experiencia
de exilio, que es también el nuestro.
Si aún te
queda paciencia para seguir leyendo, hay una segunda reflexión sobre el exilio.
Un abrazo, Lorena Ortiz.
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