PENSANDO
Y ESCRIBIENDO
Por Fanny Abba (Playa de Arinaga )
Hace tiempo que no escribía, pero ahora voy
a intentar retomar esta buena costumbre, en el que escribir me venía muy bien
para desahogar aquellas cosas que llevo muy dentro y que por lo general no
cuento a nadie.
Y todo
esto viene porque hace un par de días me encontré con una vieja conocida; hacía
bastante tiempo que no la veía, y hablando de todo un poco terminó contándome cómo
está llevando su vida.
Me
contó que se siente desilusionada, se ha apartado de sus amigos, casi ni va a
misa, y que se siente olvidada por aquellos con quienes en otro tiempo
compartió muchos momentos en la parroquia y en otros lugares donde había
estado colaborando de alguna manera.
Dice
que poco a poco se ha ido alejando, porque se dio cuenta que nadie la
necesita donde antes parecía que si, o al menos eso le hacían sentir.
Apenas
si la saludan, y hay veces en que pasan días enteros sin que alguien le escriba ni
siquiera un simple “wasap”
Se
pregunta si es ella la que ha hecho algo para que su vida se haya
transformado en una simple rutina día tras día, eso si, aquellos días que
consigue salir más temprano de la cama, porque muchas veces no le apetece ni
siquiera levantarse; si lo hace es porque la casa “debe seguir funcionando”,
ropa que lavar y planchar; comida que preparar para el resto de la familia;
mantener el orden para que todo tenga la esperada apariencia de que funciona
bien.
Lo
único que no ha perdido es la fe en Dios, un Dios que la observa desde la cruz,
que tiene en la entrada de su casa, y que llegó a sus manos de una forma
inesperada, ese Dios que siente que la acompaña siempre, con quien habla,
discute si hace falta, le reclama, le pide, y siente que El la escucha, y que
le dice en su corazón que tenga paciencia.
Pero ella no quiere resignarse a que sus días, sean simples y
rutinarios; algunas veces siente que se va apagando, se siente cansada como si
sus piernas cargaran pesas que la harán caer en cualquier momento. En su
familia, se apoyan en ella, por lo que se suma que no puede “estar mal”, porque
no sabrían que hacer. Entonces se pone “el traje de estar bien”, e intenta con las
escasas fuerzas que tiene llevar ese día; un día a la vez, como buenamente
pueda..
Estas
son fechas difíciles para muchos, todos o la mayoría andan con el Feliz
Navidad…Feliz año Nuevo…y se escuchan risas, se compran regalos ( los que
pueden); pero la mayoría se olvidan de aquellos que no les sale el saludito de
turno, y responden como pueden a esos saludos de los demás.
No todo
es risa, no todo es felicidad, hace falta mirar más allá de nuestras narices, y
ver más allá de una mirada, quien está sufriendo, quien necesita de una palabra
de cariño, de un abrazo; algunas veces nos dejamos llevar por la apariencia de
fortaleza de algunas personas, y creemos que se lo están pasando genial y en
realidad aquellos que menos se quejan, lo están llevando mal. Se sienten solos,
lejos de sus familias y poco escuchados por la gente que tiene en derredor.
Y
entonces…me quedé sin palabras, porque sentí que ella necesitaba algo más
que un simple..."ya pasará", o "verás que cuando menos te des
cuenta estarás mejor"...o alguna de esas frases que utilizamos para
salir del paso.
y tú,
si te encuentras con esta vieja conocida, ¿qué le dirías o qué harías?
Fanny E. Abba
Juan iba siempre a los servicios dominicales de su parroquia. Pero como empezó a parecerle que el pastor decía siempre lo mismo, dejó de frecuentar la iglesia
ResponderEliminarDos meses más tarde, en una fría noche de invierno, el pastor fue a visitarlo.
“Debe de haber venido para intentar convencerme de que vuelva”, se dijo Juan. Se le ocurrió que no podía aducir el verdadero motivo: lo repetitivos que eran los sermones. Tenía que encontrar una disculpa, y mientras pensaba, colocó dos sillas delante de la chimenea y se puso a hablar del tiempo.
El pastor no decía nada. Juan, tras intentar en vano mantener la conversación un rato, se calló también. Los dos se quedaron en silencio, contemplando el fuego durante casi media hora.
En ese momento se levantó el pastor, y con ayuda de una rama que aún no había llegado a arder, apartó una brasa y la colocó lejos del fuego.
La brasa, al no tener suficiente calor para seguir ardiendo, empezó a apagarse. Juan, con gran rapidez, la tiró de nuevo al centro del hogar.
-Buenas noches -dijo el pastor, levantándose para marcharse.
-Buenas noches y muchas gracias -respondió Juan-. La brasa lejos del fuego, por muy brillante que sea, acaba apagándose rápidamente.
“El hombre lejos de sus semejantes, por muy inteligente que sea, no conseguirá conservar su calor y su llama. El domingo que viene volveré a la iglesia”.