Escribe Juan Santana desde Playa de Arinaga
COMO LAS VACAS EN LA INDIA
Quisiera tratar aquí el
tema de los pinos en la playa, que los trajeron del norte, pero que para los
habitantes de Arinaga, si me permiten la expresión, resultó un verdadero
suplicio, porque no se podían tocar, bajo pena de sanción económica. Casi antes de trabajar los solares, las
autoridades competentes habían decidido plantar pinos en lo que un día serían
las calles de Arinaga, que fueron dicha y gozo para algunos, pero para la mayoría
fue un verdadero problema. Era una
variedad de pino, catalogada como “pinos marinos”, que en algunas ocasiones y
después de acabar la construcción de la vivienda, resulta que les quedaba casi
delante de la puerta, pero que se tenían que aguantar, porque era más delito
arrancar uno de esos ejemplares que asaltar un banco.
Cuando los trajeron, venían dentro de unas
pequeñas bolsas, que después de abrir el pertinente hoyo, era quitada, depositando
el pino en el hueco, abierto para albergar al citado árbol. Podían
estar durante una temporada sin recibir agua, viviendo tan solo con la
escarcha, que en las islas le llaman “relentadas”.
Algunos ejemplares se desarrollaban con
el tronco fino, aunque por el contrario, había muchos con el tronco grueso,
cogiendo además bastante altura, viniéndome ahora a la memoria, dos de ellos,
que estaban frente a la casa del dueño del “bar del Pino”, que era aprovechado
por un vecino cercano, de pocos años de edad en esa época, el cual se subía
casi hasta arriba, para así aprovechar esa altura para mirar por las ventanas
de la casa, espiando así a todos sus miembros, en especial a las de sexo
femenino.
Esos árboles si tenían el
tronco grueso, que al arrancar los pinos, unos años después, un vecino,
marinero de profesión, los cortó en tramos de un metro aproximadamente, para
fabricar unos “parales”, que eran utilizados para varar el barco, poniéndolos
debajo, haciendo que la quilla del barco no cayera al suelo, desplazándose el
barco sobre ellos. Tenía que hacerles una empuñadura, aparte de rebajarlos en
el centro, pero con la “zuela”, que es una herramienta de los carpinteros, se
las veía y se las deseaba para quitarles un poco siquiera. El problema con esos
parales, es que eran muy pesados, por lo que no se podían poner mientras el
barco tuviera agua debajo, porque no flotaban como los otros, por ser muy
pesada esa madera, aunque a dureza no había quien le ganara.
Para ganarte una multa por partir una
pequeña rama de un pino, tampoco era necesario que te viera un guardia, sino
que bastaba con la denuncia de un vecino, cosa que hacía a estos ejemplares,
una especie “intocable”, porque ya sabías a lo que te exponías al causarle el
mínimo daño.
Y es que lo de la multa no es ninguna
invención mía, por si alguien lo piensa, ya que sé de una familia, desaparecidos
los progenitores, que tuvieron que pagar esa multa, ya que su hija mayor partió
una pequeña rama de un pino, el cual estaba situado dentro de una terraza, en
la confluencia de las calles Juan de la
Cosa con Avenida Polizón.
Por cierto, los ejemplares
más altos, por estar mejor cuidados, estaban en el interior de unas terrazas,
situadas a lo largo de la Avenida Polizón ,
que por cierto y haciendo un pequeño paréntesis, diré que eran casi treinta,
las terrazas que había. La mayor parte de ellas, por no decir todas, estaban en
terreno cogido a la vía pública, que fueron instaladas con la condición de que
había que desalojarlas, al cambiar o ampliar la carretera principal.
Por eso, cuando pusieron aceras nuevas y más
amplias, todas las terrazas fueron derribadas, cayendo así también los pinos
que en ellas había.
Muchos vecinos vieron como eran talados
aquellos pinos, que en fechas no tan lejanas en el tiempo, fueron tratados como
reyes, pero que ahora acababa su reinado, aunque quedaron algunos ejemplares
repartidos por unos solares particulares del pueblo y en el colegio de
Secundaria de Arinaga.
Juan Santana Méndez
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