Escribe Paco Mira:
¡ ÑOOSSSS!: FUERTE PESTE,
O HUMMM ¡QUE BIEN HUELE!
Hace muy poquitos días,
venía en el periódico el resultado de una encuesta en la que el 68% de los
españoles decía que sudaba y en algunos de los casos sudaban en exceso y eso
producía cierto malestar. Malestar consigo mismo y en las relaciones con los
demás. Yo no soy muy dado a interpretar las encuestas, pero me resultan
curiosas: ¿a quién le preocupa si sudamos mucho o poco? Esa es la conclusión a
la que he llegado. Pero tampoco, de la misma, deduzco que somos excesivamente
guarros. No todos los organismos humanos tienen el mismo tipo de sudoración ni
de olor.
Claro, para combatir dicho exceso (de
sudoración), las casas comerciales ya se dedican a lanzar aquellos productos
que sirvan para paliar estos fenómenos. Productos que, unidos al importe de los mismos somos capaces
de valorar su calidad: cuanto más caro, mejor resultado y olor. Alguno me dirá
que los pobres, los que son limpios pero que no pueden comprarse una colonia de
esas llamadas caras, igual no huelen bien. Pues no estoy de acuerdo.
Hoy el evangelio nos habla de perfumes.
De perfumes caros. De perfumes que aquí en Canarias diríamos mal empleaitos, entre otras cosas porque
Simón, el fariseo, se escandaliza que con la que estaba cayendo a nivel de
pobreza en la época de Jesús, se derramara un perfume tan caro. Es verdad, se
podía haber dado a los pobres. Es curioso, parece como si los pobres fueran un
saco a donde van a parar todos los productos de los ricos. Pues...
sencillamente siguen siendo pobres. Algo falla.
Quizás hoy tendríamos que preguntarnos
los cristianos, ¿a qué olemos? ¿sudamos mucho?.
Aquella mujer, pecadora que se atrevió a entrar en casa del fariseo,
olía a arrepentimiento. Aquella mujer olía a una segunda oportunidad. Aquella mujer
sudaba porque se curraba la posibilidad de volver a empezar. Pero no solamente
eso, sino que quería compartir lo que ella sentía con el que realmente era
capaz de darle sentido al olor.
Hoy los cristianos no sabemos a qué
olemos. Muchas veces por miedo al qué dirán; otras porque no sabemos desprender
el olor del perdón, como aquella mujer o del arrepentimiento como muchos,
creemos que por ir a la Iglesia todos los días somos los perfectos, los que no
tenemos fallos, los que los demás tienen que aprender de nosotros y....
¡cuántas veces tenemos que compartir el olor o el sudor de los demás! Entre
otras cosas porque estamos en la misma situación y porque el otro es un
hermano.
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