Las Historias de Juan Santana (Arinaga)
LA DEUDA
“Historia que contaban
nuestros mayores, más bien para pasar las tardes en tertulia”
En
un pueblo de no muchos habitantes, donde el trabajo escaseaba, resulta que un
hombre que se veía desesperado para conseguir trabajo, después de mucho meditarlo,
se decidió a lo que vulgarmente se le llama “cruzar el charco”. Esta expresión
se utiliza para decir que vas a trasladarte al continente americano, ya que de
allí le venían noticias de que había trabajo y que además se ganaba bastante
dinero, cosa que le ayudaría a salir del “bache económico” por el que pasaba.
De
todas maneras y como no terminaba de creérselo, acudió una noche al bar. Que
regentaba un cuñado suyo, el cual le animó a que fuera a probar fortuna, pero
dándose cuenta de que no había comido nada, le propuso lo siguiente: ¡Te voy a
dar dos huevos “duros” para que comas, con la condición de que me los pagues a
la vuelta!
El
hombre, que estaba hambriento, aceptó el trato y marchó a su casa para preparar
el viaje, con la esperanza de traer algún dinero de allí.
A
los pocos días embarcó hacia la
América latina, por lo que al cabo de unos días la gente ya
se olvidó de él y siguió la rutina cotidiana.
Pero en el llamado “nuevo
mundo”, el emigrante seguía trabajando muy duro, siempre con el anhelo de
volver un día a su tierra con los suyos.
Tanto
y tanto se sacrificó, que al cabo de unos diez años ya había ahorrado una buena
cantidad de dinero, cosa que fue motivo de su decisión de volver a la casa que
un día le vio nacer.
Cuando
llegó al pueblo, todos le felicitaban por haber hecho fortuna, aunque también
hubo algún que otro vecino que le miró con envidia, cosa que por desgracia
suele pasar.
Cuando
su cuñado, el que tenía el bar, se enteró que había llegado y que había traído
dinero, le faltó tiempo para denunciarle, citándole para un juicio, aludiendo
que antes de marchar para América, le había dado de cenar dos huevos
“sancochados” y él le había dicho que se los pagaría cuando regresara.
Pero
además dijo al juez que si su cuñado no se hubiese comido esos huevos, de ahí
saldrían dos pollos, que a su vez hubieran traído más pollos, así hasta que
formó una cuenta tan grande, que con la fortuna que trajo, casi no tiene para
pagar.
El
juez comunicó a las partes enfrentadas que al día siguiente a las 9 de la
mañana se celebraría la vista, quedando los dos citados a esa hora.
Al
día siguiente, el primero en llegar fue el dueño del bar, pero ya eran las diez
de la mañana y su cuñado no había hecho acto de presencia. Sobre las 10 30, apareció por fin el hombre,
que entró corriendo, pero no pudo librarse del sermón del juez, el cual le
dijo: ¡Le comuniqué a usted que estuviera aquí a las 9 en punto!
Pero el recién llegado le respondió al
juez: ¡Perdone usted señor juez, pero es que estaba tostando lentejas para
plantar!
El
juez, con cara de enfado le respondió: ¡Usted me toma por tonto, porque todo el
mundo sabe que las lentejas tostadas no nacen!
El acusado, hablando muy
despacio respondió: ¡Si las lentejas tostadas no nacen! ¿Cómo es posible que
salgan pollos de los huevos ya guisados?
El
juez se quedó pensativo durante unos minutos, diciendo a continuación: ¡Tiene
usted razón, se puede usted marchar a su casa, no teniendo que pagar nada a su
cuñado!
Y
así, con esta estrategia, la verdad salió a la luz, dejando al mentiroso al
descubierto. Y es que la avaricia
mezclada con la envidia no trae buenos beneficios.
Juan Santana Méndez
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