INSOLIDARIO CON LOS DEMÁS
En la zona de la playa,
con la antigua Avenida marítima, había una carretera interior en la que
pusieron las rejas de hierro que van en el suelo para desahogo del agua de
lluvia algo altas, por lo que en el trayecto que iba desde la casa del médico,
don Francisco Monroy hasta casi la actual ubicación de la Terraza los barquillos, se
formaba un gran charco de agua y barro que duraba hasta una semana.
El problema lo causaba, además
de la lluvia, por supuesto, la errónea situación en la que habían colocado esas
rejas para que sirvieran como absorción de los posibles charcos, para que así
fueran al mar y el suelo quedara transitable.
Pienso que la decisión de
convertir en Avenida lo que antes fue carretera, en parte se debe a estas
situaciones, ya que además de poner mejor tránsito para personas, también hay
más huecos por donde el agua de la lluvia pasa al alcantarillado, por lo que no
se nota nada de lo que antes sucedía.
Pero pasando a los tiempos de los charcos,
resulta que estaban una tarde algunos vecinos sobre la Avenida , discutiendo la
manera de acabar con aquello, cuando se acercó un coche a toda velocidad, pero
en vez de aminorar la marcha con el agua, su conductor siguió como si tal cosa,
sin respetar que estaba mojando a la gente que había pillado de sorpresa.
Pero
es seguro que no recordaba que su vehículo se movía con gasolina, por lo que a
mitad de la charca se le mojaron las “bujías”, que son piezas que si se mojan
se interrumpe la corriente en el motor, por lo que se para al momento.
Cuando el conductor se vio
allí en el medio y con el motor parado, con enorme caradura mira a los hombres
que había mojado y pregunta: ¿Puede alguno empujar mi coche, por favor?
Las miradas de aquellas
personas se lo dijeron todo, desde el no hasta el insulto.
Entonces abrió la puerta
del auto, se despojó de sus zapatos y de sus calcetines, bajando a continuación
para empujar “él solito” su coche.
Luego, al salir del
charco, no sin esfuerzo, volvió a subir y se marchó de allí como una avioneta,
pues escuchaba tras de sí las risas de los que un rato antes habían sido sus
víctimas.
Juan Santana Méndez
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