BAJO MI PUNTO DE VISTA
Por Juan Santana Méndez
Esto
que narro a continuación, es algo que sucedió en realidad, pero permitan que no
cite el nombre de la persona, protagonista de este sucedido, pues ya no está
entre nosotros y tampoco es de vital importancia.
Resulta que un día tocaron a la puerta de este
hombre, el cual abrió y se encontró delante de unos amigos, de los que casi ni
se acordaba.
Después del pertinente
saludo, les invitó a entrar y así conocer el motivo de la visita.
El
mayor dijo: ¡Este es mi hijo, que se va a presentar pronto al examen de
conducir y me acordé de que tienes bastante amistad con alguien relacionado con
la escuela de conductores!
El dueño de la casa, por
un momento quedó pensativo, acordándose de la persona a la que el recién
llegado hacía mención.
A
continuación dijo: ¡Sí, tienes razón, pero además conoce a los examinadores,
aunque tendré que hablar con él para que dé tiempo, no sea que tu hijo se
presente y aún no lo sepan!
El
padre del chico quedó muy satisfecho, dando las gracias a su amigo, para luego
marcharse, sabiendo que la visita no había sido en vano.
Una
vez que los dos hombres se marcharon, el dueño de la casa pensaba hablar con su
amigo, para que intercediera por el aspirante a conductor, sabiendo que si lo
hacía, el permiso de conducir estaba en sus manos.
Pero
al momento se dio cuenta de que al pedirle ese favor, se lo tendría que
agradecer siempre y esa idea no le gustaba, porque el que debería el favor
sería él y no el beneficiado, que tendría el carnet en sus manos.
Por
eso y después de mucho pensarlo, tomó la decisión de no decirle nada, que nada
debería, olvidándose del tema.
Ya
casi ni se acordaba del asunto, cuando un día recibió la visita de aquellos dos
hombres que le habían pedido ese favor. Cuando les vio, no sabía que disculpa
darles, pero su sorpresa fue mayúscula, porque el padre traía un gran queso en
sus manos, diciendo: ¡Muchísimas gracias por ayudar a mi hijo, porque aprobó y
le ruego acepte este queso!
Su
interlocutor, con una velocidad pasmosa le respondió: ¡No tenía que traer nada,
pero yo sabía que la cosa estaba segura!
Fue así como se comieron en su casa un queso,
que ganó sin hacer nada.
Juan Santana Méndez
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