domingo, 15 de noviembre de 2015

¿CARIDAD O PRÉSTAMO?


BAJO MI PUNTO DE VISTA
Por Juan Santana Méndez

¿CARIDAD O PRÉSTAMO?  

Al comenzar este relato, del todo verídico, me gustaría que me disculparan si ya lo he citado antes, pero es que cuesta mucho acordarse de todo lo que escribo, pues como suelo decir: “Es tanto lo que me gusta escribir, que hasta la lista de la compra pasa por mi ordenador”.
Pero centrándome en el relato, que ocurrió en la primera mitad de los años 70, cuando en la casa de mi abuela materna estaban unas seis mujeres, las cuales iban cogiendo tela de un rollo para hacer las banderas que se pondrían en la fiesta del pueblo.   
Una medía la tela necesaria para cada una de las banderas, mientras otras le ponían un punto largo, facilitando así la labor de la que se encargaba de coserla a máquina.    
Se confeccionaban en la casa de mi abuela, no por nada de recomendación, sino porque era una de las pocas que tenían máquina de coser, de esas antiguas, no como ahora que pisas el pedal y cose, ya que antes, la señora encargada de coser tenía que girar los pies en forma de acelerador de un coche, tanto hacia adelante como hacia atrás. 
Al ser verano, yo me sentaba en el marco de la ventana, que ellas mantenían abierta para que se ventilara la habitación que habían improvisado como taller de costura. 
Yo iba sobre todo por las tardes, aclarando que el suelo de la habitación estaba más bajo que la carretera, por lo cual parecía yo uno de esos vigías de los barcos.
Uno de esos días, me fijé como aparcaba allí cerca un coche de la marca “Mini”, bajándose dos jóvenes de su interior. Se acercaron a la ventana donde yo estaba medio estirado y uno de ellos se asomó a la habitación donde las mujeres trabajaban, aunque yo había anunciado que un joven se acercaba.
         Mi abuela se levantó y preguntó al joven lo que deseaba. Este, sin dudarlo le dijo: ¡Mire usted señora, es que hemos venido a ver a nuestras novias, que están haciendo un curso en el Albergue de la Sección Femenina y no tenemos gasolina para llegar a Las Palmas! ¿Puede usted, por favor, prestarme 50 pesetas para repostar en la gasolinera de Balos?
Mi abuela, tan caritativa como siempre, entró en otra habitación y sacó 100 pesetas del monedero y se las dio.    
El chico le dijo: ¡Mañana, Dios mediante, yo le devuelvo el dinero y muchísimas gracias! Nada más irse el joven, todas las mujeres le decían a mi abuela: ¡Espere sentada que de pie se cansa, si piensa que ese va a volver!
Mi abuela comentaba que ella había hecho la caridad, que lo demás no le importaba.
En realidad no dejaron de darle la lata a la viejita, pero ella se mantenía en su mismo argumento, aunque si he de ser sincero, yo compartía la opinión de ellas. 
         Al día siguiente, ya estaban de nuevo con sus risas, preguntándole en tono burlón, que si ya le habían devuelto el dinero. 
Pero de nuevo aparcó el coche del día anterior, bajándose el joven y acercándose a la ventana, miró a mi abuela y con un billete de 100 pesetas, le dijo: ¡Aquí tiene usted el dinero que me prestó ayer y muchísimas gracias por confiar en mí!
Adoración, que es como se llamaba mi abuela, recogió el dinero y el chico se marchó de allí, quedando las demás mujeres más calladas que una piedra, mientras la anciana ponía el billete en su cartera, sonriendo con ligero sarcasmo.
Si este caso hubiera sucedido en la actualidad, creo que los dos jóvenes se hubieran tenido que ir  caminando, porque la gente está muy cansada de que le mientan y pagaría justo por pecador.


Juan Santana Méndez  

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