lunes, 7 de septiembre de 2015

EN LA ESCUELA. (UN COMENTARIO DE JUAN SANTANA)

Comentario de Juan Santana de Arinaga 

EN LA ESCUELA

Estoy seguro que a todos los que comenzamos el aprendizaje de las primeras letras a mediados de los años 60, nos viene a la memoria ese libro llamado “Mi primer amiguito”, que si fuéramos sinceros diríamos que en ese tiempo no gozaba de nuestra amistad.
 No entendíamos como amistad que ese montón de papeles, con el dibujo de un niño escribiendo en la pizarra, nos atara a una silla durante cinco horas al día, por supuesto que en sesiones de mañana y tarde.
A nosotros, que hasta ese momento habíamos circulado libremente, sin tener más trato con el colegio que el de ver como nuestro hermano mayor iba y venía con su maleta, tuvimos que hacer lo mismo.     
 Por eso, también llegó la hora en que nuestro hermano nos llevó al lugar a donde iba él, estando nosotros muy alegres, pues también portábamos nuestra maleta, con una cantidad de cosas impresionantes como por ejemplo las ilusiones por estar en un sitio nuevo, porque la lista de materiales era tan solo la del libro, una libreta, un lápiz, una goma y un afilador.
Esa gran cantidad de cosas bailaba de un lado a otro de la maleta, la cual llevábamos de la misma forma que los actuales ejecutivos.     
No creo que me sucediera tan solo a mí, que las letras abarcaban dos cuadros, resultando toda una proeza el escribir tan solo dentro de aquellos cuadritos, los cuales se nos antojaban diminutos.
En un principio, las vocales nos parecían, con todos los respetos, letras chinas, aunque contábamos con los dibujos del avión, el elefante, la iglesia, el oso y las uvas, que nos servían de orientación, mirando más a los dibujos que a las propias letras.
Con la lección del tomate, al que solo habíamos visto en las grandes extensiones de tomateros existentes en Arinaga, íbamos aprendiendo una tras otra las consonantes, siempre mirando a la “japonesita” con su kimono, que era la última lección del dichoso libro, el cual no parecía tener fin.
Era nuestra ansiedad por acabarlo, pensando que nos darían otro diferente, pero una vez que lo acabábamos, el maestro volvía a la primera página, repitiendo el recorrido anterior.      
      Sin darnos cuenta, estábamos poniendo los cimientos de nuestra actual cultura, mirando esos años con nostalgia, dando buenos consejos a todos los que empiezan, siempre con el orgullo y la satisfacción de saber que ese camino que ellos empiezan, tú lo has recorrido.
Por todo esto, jamás olvidaré a D. Domingo, que fue el encargado de enseñarme las primeras letras.

Juan Santana Méndez

















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