viernes, 27 de febrero de 2015

TRANSFIGURARNOS, PERO ¿DE QUÉ?

Escribe Paco Mira

TRANSFIGURARNOS,
PERO ¿DE QUÉ?

            En mi época estudiantil universitaria uno siempre hace aquello que normalmente no hace y lo más probable que lo que haga en esa época quizás no lo vuelva a repetir. Es algo que a muchos estudiantes les pasa y por eso esa etapa de la vida normalmente se suele recordar con cariño y no solamente con cariño, sino con nostalgia y probablemente nos marque para el resto de la vida. Cuando echamos la mirada hacia atrás, quizás lo primero que nos viene a la mente son esas circunstancias que nos marcan. Una de esas cosas que hice y no he vuelto a ver es una visita a los museos: muchos de los museos que tenemos en nuestro país uno aprovecha su estancia en la universidad para poder visitarlos, quizás por esa fiebre de cultura que uno tenía ( y quizás tiene) en aquella época.
         Lo bueno de los museos que nos van llevando por un recorrido que se me antoja lógico: si es de la historia del hombre, no empezará por el final, sino por la prehistoria; si es de ciencias no empezará por el último invento, sino por los primeros.... Pero todo museo tiene más de una intención: que no nos olvidemos de lo que somos y hacemos y por eso queda perpetuado para la historia y que echemos una mirada atrás para ver lo que fuimos para saber donde estamos.
         En nuestro museo de la vida, hace una semana que entramos en la Cuaresma. Y en ese recorrido lógico, la primera de las salas era el desierto, del que no se escapa nadie, porque entrar en esa sala era entrar en contacto con uno mismo. Nadie puede escaparse de sí mismo.  Y este fin de semana, nos encontramos con nuestro propio espejo representado en la figura de un hombre que hasta se me antoja simpático: Pedro

         Cambiamos de sala. Nos subimos a una montaña. Quizás el lugar donde podemos contemplar con mejor perspectiva lo que nos rodea y Pedro dice, "que bien se está aquí". Pedro lo más probable que no era consciente de lo que estaba experimentando, sin embargo no le importó vivir esa experiencia.
         Dios en el desierto de la vida de cada uno, no solo nos pone a prueba, sino que nos pone al límite de nuestra fidelidad. Es que el desierto no es una pera en dulce y lo vemos todos los días en los medios de comunicación social. Tenemos para dar y tomar. Tenemos para regalar y que nos regalen. Dios sigue siendo fiel y guarda su alianza y siempre camina con nosotros junto a los riesgos del desierto.
         Pone a prueba a Abrahám, como prototipo de la fidelidad a pesar de todo lo que él ama y quiere. Dios se transforma, se transfigura en su Hijo Jesús y nos invita a transfigurarnos a nosotros también. Nos invita a ir más allá de lo que vemos, nos invita a no quedarnos en lo anecdótico de las cosas, nos invita a ver a Dios cara a cara  y exclamar como lo hace Pedro, qué bien se está aquí.
         Pablo en su carta que dirige a la comunidad de Roma, se pregunta :Si Dios está con nosotros, ¿quién puede estar en contra?. Por eso Pedro, tipo duro como ninguno, exclama que se siente a gusto. Nosotros a veces no exclamamos con convicción el estar a gusto con nuestra ideología religiosa. Nosotros por no molestar a otros ocultamos nuestra verdadera identidad religiosa aún a pesar de no estar convencidos. Claro, como nos dirá el salmo de este fin de semana (115), Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
         Ojalá que nosotros seamos capaces también de transfigurarnos. Que seamos capaces de dar a conocer el verdadero rostro de Jesús. Que nuestra imagen, quien la vea, refleje el rostro resplandeciente de quien nos guía y que los demás cuando estén con nosotros puedan decir que bien se está aquí. Hagamos tres tiendas y quedémonos con los que siguen la figura de un tal Jesús, que ni en el desierto de la vida, ni en lo alto de una montaña deja de revelar el rostro del Padre.
         Por cierto, les recomiendo Marcos 9,2-10
        
         Hasta la próxima

         Paco Mira

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