AGUSTÍN, UN SACRISTÁN
DE CARAMELO
DE CARAMELO
Ha fallecido en Tamaraceite Agustín González Ramírez el que durante muchos años fue el sacristán y encargado de la
iglesia parroquial de Tamaraceite. El
lunes será el funeral en la parroquia de San Antonio Abad, su parroquia.
Agustín en el medio con una de sus nietas |
Hace unos años escribí este comentario que les dejo y que hoy
suscribo con mucho gusto.
En mis años de cura en la parroquia de San
Antonio Abad fui testigo de que, cada día, cuando, silencioso, llegaba al
templo para preparar la eucaristía, abría las puertas y se acercaba a la
capilla del Santísimo. Allí, en silencio, oraba al Señor durante unos
instantes. Fui testigo de cómo, mientras pudo, fue miembro activo de la
Adoración Nocturna para bendecir a su Señor en la Eucaristía.
Y, cuando acababa sus trabajos en la sacristía,
se sentaba cada día, antes de la misa, en los primeros bancos de la
iglesia a rezar el rosario.
A veces, en la misa, no escuchaba bien la
homilía del sacerdote, y entonces se iba hasta la sacristía, se acercaba al
altavoz allí colocado y pegaba el oído para escuchar las palabras que le
ayudaban a meditar.
Podría parecer con esto que mi buen amigo
Agustín, que durante mis catorce años en la parroquia, fue el fiel sacristán y
fiel amigo, fuera un hombre “rezandero” y nada más. Está claro que ser
cristiano no es sólo rezar y eso lo sabe muy bien el sacristán de Tamaraceite;
que la oración no es verdadera si no se ve en las obras. Y a Agustín lo
encontramos siempre cercano a los vecinos, servicial, cariñoso con los niños,
dotado de un fino humor que transmite alegría, bromista, trabajador, alegre. Ha
estado siempre disponible para estar junto a los que le han necesitado,
para acompañar a las familias, para animar, para aconsejar.
Y, por si fuera poco, Agustín encontraba
tiempo, además, para hacer los más exquisitos dulces de Tamaraceite. Por eso
será que Agustín, de tanto hacer dulces se ha hecho como ellos, persona
dulce y agradable. Parece un sacristán de caramelo.
Recuerdo muchos
momentos en los que Agustín, sacristán y amigo, me decía la palabra de
ánimo que necesitaba, contaba el último chiste o nos endulzaba el paladar con
un delicioso queque.
Agustín, me gustaría ser como usted. Me
gustaría rezar como usted, tener su alegría, su corazón…y su dulzura. Voy a
rezar para conseguirlo. Ojalá también yo pudiera ser un cura de la misma masa
que usted: de caramelo. Gracias por todo, amigo Agustín.
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