EL MISIONERO Y LAS GAFAS
Mi abuelo amaba la vida -especialmente cuando podía gastarle
una broma a alguien. Hasta que un frío domingo, mi abuelo pensó que Dios le
había jugado una broma pesada. Entonces no le causó mucha gracia. Él era
carpintero. Ese día en particular, había estado en la Iglesia haciendo unos
baúles de madera para la ropa y otros artículos que enviarían a un misionero de
África. Cuando regresaba a su casa, metió la mano en el bolsillo de su camisa
para sacar sus gafas, pero no estaban ahí. Él estaba seguro de haberlas puesto
ahí esa mañana, así que regresó a la Iglesia. Las buscó, pero no las encontró.
Entonces se dio cuenta de que las gafas se habían caído del bolsillo de su
camisa, sin él darse cuenta, mientras trabajaba en los baúles que ya había
cerrado y empaquetado. ¡Sus nuevas gafas iban camino de África!. Mi abuelo,
que tenia 6 hijos y se había gastado 50 euros en esas gafas se llenó de tristeza.
- - "No
es justo" le dijo a Dios mientras conducía frustrado de regreso a su casa.
"Yo he hecho una obra buena donando mi tiempo y dinero y ahora tú permites
que me ocurra esto".
Varios meses
después, el misionero vino de visita a la parroquia de mi abuelo. Quería visitar todas las Iglesias que lo
habían ayudado cuando estaba en África.
así que llegó un domingo a la pequeña Iglesia a donde mi abuelo asistía
a la Santa Misa. Mi abuelo y su familia estaban sentados entre los fieles,
como de costumbre.
El misionero empezó por agradecer a la gente su
generosidad al apoyar al orfelinato con
sus donaciones. -"Pero más que nada", dijo "debo darles las
gracias por las gafas que mandaron.
Verán, los terroristas habían entrado al orfelinato, destruyendo todo lo que
teníamos, incluyendo mis gafas. ¡Estaba desesperado! Aunque hubiera tenido el dinero para comprar otras, no había donde.
Además de no poder ver bien, todos los días tenía fuertes dolores de cabeza,
así que mis compañeros y yo estuvimos pidiendo mucho a Dios por esto. Entonces
llegaron sus donaciones. Cuando mis compañeros sacaron todo, encontraron unas
gafas encima de una de las cajas".
El misionero
hizo una larga pausa, como permitiendo que todos digirieran sus palabras.
Luego, aún maravillado, continuó: "Amigos, cuando me puse las gafas, eran
como si las hubieran mandado hacer justo para mí!, ¡Quiero agradecerles por ser
parte de esto!".
Todas las
personas escucharon, y estaban contentos por las gafas milagrosas. Pero el
misionero debió haberse confundido de Iglesia, pensaron. No había ningunas
gafas en la lista de productos que habían enviado a África. Pero sentado atrás
en silencio, con lágrimas en sus ojos, un carpintero ordinario se daba cuenta
de que el Carpintero Maestro lo había utilizado de una manera extraordinaria.
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