CARTA AL VIENTO
HOY RECIBÍ
UNA CARTA
A mis amigos de infancia Felo, Suso y a mí mismo nos
ilusionaba recibir cartas. Cartas de amigos o de quien fuera. Tanto es así que
mirábamos las revistas de la época solamente por buscar aquellos anuncios que
ofrecían recibir información gratuita: Ceac, Escuela Radio Maymó, o Librerías. Y
cada semana escribíamos varias solicitudes a esas empresas u otras sólo por el placer de ver
llegar el cartero a nuestra casa (entonces no teníamos buzón) con un sobre a
nuestro nombre.
Han pasado los años y sigo disfrutando cuando el cartero de mi barrio (en realidad ahora es “cartera”)
deja en el buzón la correspondencia. Por
unos minutos busco ansioso quién me escribe y casi siempre me llevo una
decepción pues quienes más lo hacen son Telefónica, Bankia y algún otro enemigo que
busca disminuir con urgencia mi delicada cuenta corriente. Pero hay veces que no. Hay veces que,
sorpresivamente, llega una carta diferente: la invitación de Raquel y Ángel que
se van a casar o de un viejo amigo que simplemente me dice que le gustaría
charlar un rato conmigo.
¡Charlar un rato conmigo! En estos últimos años he deseado
muchísimo ser un cura con tiempo para escuchar, para estar con la gente, para
recibir cartas de quien necesite quien le escuche. Cada vez lo veía más difícil
porque ser párroco es como una bola de nieve que va creciendo, que te va
llenando de actividades y reuniones y te
quita tiempo para, simplemente, estar con la gente, sentarte en el banco de la
plaza, atender con calma a quien viene a contarte su problema, visitar al
vecino que está enfermo… Mis primeros años de cura fueron así. Después vino
esto tan necesario de reunirte para casi todo y nos robó la frescura de vivir
sin prisas, escuchar sin prisas, compartir sin prisas.
Muchas veces me venía a la mente lo que la Biblia dice: “Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el
cielo: tiempo de nacer, y tiempo
de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de curar; tiempo de derribar, y tiempo
de edificar; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de lamentarse, y tiempo de
bailar; tiempo de lanzar piedras,
y tiempo de recoger piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de rechazar el abrazo; tiempo de buscar, y tiempo de dar por perdido;
tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de rasgar, y tiempo de coser; tiempo de
callar, y tiempo de hablar. “ (Eclesiastés, cap. 3)
Y me preguntaba: ¿Cuándo me llegará ese tiempo de hablar menos
y escuchar más? ¿Cuándo llegará ese tiempo sin prisas? ¿Cuándo llegará el
tiempo de saborear la vida con los vecinos de mi parroquia sin que me estén
esperando para la quinta reunión del día? Yo no sé si es que ha llegado ya o es
un anuncio de que está próximo o simplemente es un espejismo
Esta mañana sonó el timbre de mi casa y era el cartero
(perdón la “cartera”). Traía una carta certificada. ¿Qué podría ser? ¿Una multa
de tráfico por mal aparcamiento? ¿Un
comunicado del Banco diciéndome que había agotado la cantidad de números rojos
posibles?
Abrí nervioso el sobre, del tamaño de una cuartilla y miren
lo que estaba escrito en un folio fechado
el 15 de agosto:
“Monseñor Francisco
Cases Andreu, Obispo de Canarias. Por las presentes (¿Las presentes?) nombro al
sacerdote de esta Diócesis D. Jesús Vega Mesa (¡Cuánta formalidad, Dios mío!)
Vicario Parroquial de S. José Artesano en Cruce de Arinaga y de Ntra. Sra. Del Pino
en Playa de Arinaga, a tenor del Código de Derecho Canónico, cc545 ss (¿qué
dirá ese cánon y los siguientes? por un tiempo no superior a seis años, a no
ser que el bien de las almas aconseje otra cosa, concediéndole todas las
facultades que requiera este cargo para
el cumplimiento de su misión pastoral y bla bla bla”
Me alegró. La carta, con número de salida 376/14, a pesar
de su frialdad, transmite mucho más de lo que aparentemente dice. O al menos
despertaron en mí el deseo de vivir el sacerdocio de un modo diferente que
antes no me era posible y ahora creo que sí. Hubo un tiempo de ser párroco y ahora llega el
de ser “vicario parroquial”. Hubo un
tiempo para organizar y reunir y correr y hablar. Y ahora llega otro para
escuchar, para estar, para obedecer, para callar.
¡Quién le iba a decir a Suso o Felo, amigos de la infancia,
que un día yo recibiría una carta que
iba a producirme muchísima más alegría que las de la Escuela Radio Maymó. Esa
fue la carta que hoy recibí.
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