Escribe Paco Mira:
YA
LO DECÍA MI ABUELA,
PERO… FELICIDADES MAMÁ
Mi abuela, era una mujer que, al
margen de sus estudios, era una observadora de la vida tan impresionante que
era capaz de decir la palabra oportuna en el momento adecuado. Es por ello
quizás, que pasó de los cien años; es por ello quizás que siempre, cuando
hablaba con ella, ilustraba sus comentarios con anécdotas, detalles, etc… del
pasado. Lo más probable es que era porque eso le daba consistencia a sus
argumentos.
Uno de esos argumentos, era que
cuando uno no estudiaba en exceso, ella siempre decía que había que estudiar
para tener un trabajo en el futuro y ser un hombre/mujer de provecho. Que fuésemos
hombres y mujeres que no tuviéramos que depender de nadie; que fuéramos
personas que desde nuestra iniciativa propia, supiéramos canalizar el futuro
desde un esfuerzo propio y sin depender de nadie. Había que arrimar el hombro
para que entre todos pudiéramos sacar nuestra perspectiva adelante.
¡Hay si mi abuela levantara la
cabeza!. Lo más probable es que nos dijera, ¡te lo dije! A veces la
sobreabundancia nos lleva a no saber, querer o poder valorar lo que tenemos
pensando que algún día no se acabará. Y eso es lo que me da la impresión que
nos pasó con el trabajo. ¡Cuántos sueños rotos!¡cuántas ilusiones perdidas!¡cuántas
esperanzas por el suelo! Todo el mundo tiene el derecho a un trabajo y que este
sea digno. De nada vale que nos den trabajo o una pensión si no somos capaces
de cubrir las necesidades básicas: los esclavos también comían todos los días,
pero ¿a costa de qué?
Lo que es un derecho básico, a veces
me da la impresión que se ha convertido en una moneda de intercambio. Tantos
puestos de trabajo a cambio de… no señores no. El trabajo tiene que ser el
sustento diario de tantas y tantas familias y no la negociación de alguien que
dice que me representa con un gobierno – el que sea – que lo más probable es
que me ponga un número para una estadística pero no quiera ver mi cara.
Por eso hay que celebrar el día del
trabajo, como también el día de mi madre, de la tuya, de la del amigo, de la
del vecino… Un canto maravilloso no a las tiendas comerciales sino al esfuerzo
denodado, al esfuerzo sin sueño, al esfuerzo no recompensado de tantas y tantas
mujeres que desde el amor de sus vidas, dan vida, para que la vida que han
engendrado pueda salir adelante. Por eso el día de la madre es también el día
de la vida, de las que se desviven por sus hijos queridos del alma. Es el día
de esas mujeres que desde la sombra, desde lo que llamamos el segundo plano, nunca
abandonan a los suyos.
Es el día de tantas mujeres que
desde situaciones precarias, desde situaciones en las de tierra, viento, … han
sacado adelante muchos de nuestros negocios de agricultura o de hostelería y
todavía tenían y tienen tiempo al llegar a casa, el ponerla aseada y al día, el
darle un beso a sus hijos y contarles un cuento para que se duerman y decirles
hasta mañana; son las que tienen tiempo de compartir con su pareja o en la
soledad de sus personas los recuerdos vividos y quizás sufridos del día; son
las que cuando vuelve a sonar el despertador de la rutina, lo hacen con una
sonrisa, lo hacen dándoles un beso a sus hijos a los que les dejó el desayuno
preparado y la ropa lista… para que forjen un futuro que ellas se encargan de
recordarles que no quiere que sea como el de ellas.
Las madres no descansan, porque
trabajan. Es casi como los discípulos de Emaús: el camino les lleva a la
conversación y ésta a compartir un montón de cosas. Compartiendo se encuentra,
también, al resucitado. Solo es cuestión de descubrirlo. Nosotros debemos
aprender a mirar al de al lado, porque quizás sea también un resucitado, sea un
Cristo de la vida, que nos ilumina con su ejemplo. Seamos de Emaús, porque eso
significa que buscamos.
Mamá y a todas ellas, felicidades.
Ojalá que seamos capaces de tenerlas a diario presentes.
Hasta la próxima
Paco Mira
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