Carta-Homilía al viento
NAVIDAD.... Y LA DROGA QUE NO ENCONTRÓ LA POLICÍA
Me resulta difícil comprender cómo, en estos días de
tantas prisas y tantas fiestas y tantas compras queda un espacio para la
ternura. Me resulta casi milagroso el hecho de que, en un tiempo de recortes y de
crisis, haya sitio para la generosidad.
Me resulta emotivo descubrir los gestos de amor y de verdadera amistad en mucha gente, a pesar del ambiente egoísta
y de desamor que abunda en nuestra
sociedad. Mucho de esto es posible porque Dios está en medio de nosotros. Es lo
bonito y grande de la Navidad: Que Dios se haya querido quedar en nuestra
tierra, hecho un Niño indefenso para expresar el gran cariño que nuestro Padre
Dios nos tiene. Y para animarnos a hacer
lo mismo. La única Navidad de verdad se llama Amor. Todos podemos tener la
tentación de dejarnos llevar del ambiente consumista o esforzarnos egoístamente
sólo por nuestro propio bien. Pero no. Hay muchos que se han contagiado de
Jesús e intentan vivir cada día la alegría de amar, de perdonar y de trabajar
por los otros.
Me contaba un señor padre
de cinco hijos: Todos me
reprochan que quiero al otro más que a él. Todos son algo celosos y me exigen
más tiempo y más dedicación. Y yo te puedo asegurar, me decía, que a todos los
quiero por igual y que me desvivo para estar con cada uno el mayor tiempo
posible, para agradarles, ayudarles y mostrarles mi afecto. Le dije que también
a mi me pasaba algo parecido. Que los curas nos sentimos parte de la familia y
que, como cualquier padre o madre queremos estar cercanos a todos por igual,
aunque a veces tenga que estar más tiempo con quien más lo necesita. Por eso
hoy ante el Niño Jesús renuevo mi deseo de continuar sirviendo de corazón a
todos los grupos y a todos los barrios y a todas las personas por igual, aunque
a veces, por celos o cariño pueda
parecer que no es así. Y le pido a Dios por los que critican a su padre o su
madre para que sean más comprensivos, que también eso es Navidad.
En estos días me ha entusiasmado ver cómo diferentes
centros de enseñanza, empresas y particulares
se han quitado algo de lo suyo
para compartirlo con los que tienen menos. Es para mí un ejemplo que
algunos jubilados que no lo pasan tan bien, sacrifiquen un poco de lo suyo para
los más desfavorecidos. Y es ejemplar igualmente el tiempo valioso que dedican
muchas personas de nuestra parroquia a la catequesis con los niños, a Cáritas,
a los enfermos o a las distintas tareas de la comunidad parroquial. En Cáritas se aprende mucho. Porque allí se ve
la generosidad de nuestro pueblo. Pero también se descubren muchos gestos
solidarios en la misma gente que más lo necesita. Está clara la presencia de
Jesús en los más pobres. Cuando compartimos con el necesitado, allí mismo está
Jesús. Y está Jesús, también, cuando promovemos los cambios sociales
necesarios para construir una ciudad más
justa..Y en esta Navidad quiero renovar mi compromiso y deseo de
tratar a todos por igual. Sólo con una excepción. Dedicar más tiempo a aquellos
que más lo necesitan o más solos están. Y
de luchar por la justicia con el compromiso personal y no siendo pasivo ante
las injusticias que se cometen.
A veces ocurren cosas que no gustan. Hace unos días me
paró la policía local. Un joven agente, seguramente principiante en el trabajo,
se acercó a mi coche, donde habían dos jóvenes a los que llevaba a su casa. Me
preguntó si había consumido droga y me reí. Le dije que pertenecíamos a la
parroquia de la que yo era cura y que eso no se nos pasaba por la mente. Sin
embargo no nos creyó y siguió buscando en la guantera del coche y entre los
sillones… Lógicamente no encontró nada. Pero realmente es que no supo buscar.
Porque, entre los dos asientos estaba esa droga que consumo cada día en
pequeñas dosis. Estaba el evangelio que
me da ánimos y fuerzas para soportar los malos momentos o las indiferencias o
las críticas. Si alguna otra vez me tropiezo con el policía le invitaré a tomar
alguna dosis de esa buena droga llamada
evangelio. Probablemente le haga más comprensivo, menos desconfiado y
más humano.
En la parroquia todos tenemos cabida. También el policía
desconfiado. A mí me gustaría que los
niños y los jóvenes sean siempre bien acogidos aquí. No me imagino ser cura de
una parroquia sin los chiquillos y los muchachos. Me gustaría seguir aprendiendo
de ellos su alegría y su espontaneidad. Me gustaría que ellos aprendieran de
los mayores a reflexionar y a poner su confianza en Dios. Me gustaría que unos
y otros y yo como cura, tuviéramos siempre paciencia y capacidad para ver lo
bueno de los demás.
Sueño con una comunidad donde no sea necesario que llegue
el mes de diciembre para vivir como hermanos, para ayudarnos, defendernos,
animarnos, perdonarnos, querernos.
Hoy, aquí, ante el Niño Dios que nace, quiero tener
presente de un modo especial a los enfermos, a los que están sufriendo por la
reciente muerte de un ser querido o por
alguna otra situación difícil de vivir. Quiero pedir a Jesús por todos los que
vienen a Cáritas parroquial en busca de ayuda, cristianos, musulmanes o ateos.
Ojalá encuentren en esta parroquia la acogida y cariño que Jesús les daría, sin
tener en cuenta ni su religión, ni su raza ni sus ideas.
Y quiero que a pesar de todos los problemas, la Parroquia
sea un lugar de Alegría.
El profeta Isaías recordaba: EL PUEBLO QUE CAMINABA EN
TINIEBLAS VIO UNA GRAN LUZ. ACRECISTE LA ALEGRÍA. En el salmo hemos recitado: ALÉGRESE EL CIELO, GOCE LA TIERRA. Y EL ÁNGEL DIJO A
LOS PASTORES: NO TEMAN, LES TRAIGO UNA BUERNA NOTICIA, UNA
GRAN ALEGRÍA PARA TODO EL PUEBLO.
No nos ganamos la lotería; la vida se nos pone a veces
cuesta arriba. Pero Dios está naciendo en nuestro corazón, esa es la gran
lotería que no depende de la “suerte” sino de nosotros. Esa alegría nadie nos la
puede robar. Feliz Navidad.
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