lunes, 3 de junio de 2013

CARTA AL VIENTO. LA ÚLTIMA COMUNIÓN

CARTA AL VIENTO. 
LA ÚLTIMA COMUNIÓN


No me gustaría ser pesimista y lo voy a intentar. Este domingo pasado, día de Corpus, vi, igual que muchos de ustedes, el desfile  de niños con su todavía inmaculado traje de primera comunión. Iban  en la procesión, muy modositos,  detrás de la custodia y el Santísimo.  Una procesión llena de ternura, que es, presuntamente, expresión de la fe que se está despertando en los niños. Los chiquillos han estado dos o tres años participando en catequesis y en muchas misas y en muchos otros actos relacionados con la vida cristiana. Durante este tiempo han sido la atención constante de los catequistas y, por supuesto, también de los padres. Hasta ayer, los templos se llenaban cada domingo con la presencia simpática y alegre de estos niños. Pero, a partir de ahora ¿qué?
Quisiera decir que, lógicamente, los niños seguirán participando en la vida parroquial y que esos mismos catequistas seguirán acompañando a los niños en su proceso de fe. Y que los padres que han estado reuniéndose con asiduidad durante varios años continuarán ayudando al despertar religioso de sus hijos y seguirán llevándolos cada domingo a la parroquia y cada semana a la catequesis que, a  partir de la primera comunión,  se llama “Síntesis de fe”, aunque si fuera por mí le cambiaría el nombre por otro más comprensible y atractivo.  
No me gustaría decir, líbreme Dios, lo que he leído por ahí de que todo esto de la primera comunión  es hipocresía, de que sólo es un acto social. O que después de estas fechas ni los niños ni los padres volverán a pisar una iglesia  hasta que otro convencionalismo les obligue porque lo que importaba  era el trajecito, los recordatorios, las fotos, el banquete y los regalos. Y que, como eso ya se consiguió, el curso que viene interesará únicamente que el niño o la niña practique un deporte, vaya a clases de música o de baile y que aprenda idiomas, que al fin y al cabo es lo que sirve para intentar conseguir un trabajito en el futuro.  
Y tienen razón. Ni la catequesis ni la primera comunión ni siquiera  la confirmación sirven para el currículo. Y si uno quiere ser “práctico”,  en el fútbol puede haber más posibilidades. Lo que me extraña es que los curas y los catequistas sigan, erre que erre, participando en este juego. Por eso no creo yo que sea cierto que haya niños que hace unos días hicieron su última comunión coincidiendo, qué casualidad, con la primera. Si fuera así me gustaría que en la Iglesia se replanteara seriamente el tema. Y que los catequistas que han estado con los niños hasta ahora se ofrezcan a continuar con ellos, aunque hayan hecho la primera comunión. Y que los padres fueran conscientes de que hay determinados valores, por ejemplo los religiosos,  que vale la pena cultivar aunque no tengan una productividad material. Aunque, según las encuestas, los creyentes son más felices que los que no lo son. Por algo será.
La procesión del Corpus, ya ven,  me dio optimismo. Estoy seguro de que buena parte de esos niños que cantaban o caminaban en silencio detrás de la custodia seguirán madurando su fe si encuentran el empuje y el ánimo necesario de parte de la familia y de la Iglesia, en especial de los catequistas. Estoy seguro de  que,  si fuera así, el curso que viene estarán de nuevo siendo parte de la vida parroquial. Y contagiando risas y jovialidad.   Que recordarán siempre su primera eucaristía, no como “la comunión” sino como la primera. Y que, antes de la última, habrá muchísimas más. Todo es cuestión de entusiasmo, de esperanza y de esfuerzo.  Para que la primera no sea nunca la última.



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