CARTA AL PAPA,
de Dolores Aleixandre, Religiosa del Sagrado Corazón y Doctora en Teología
Hermano
Francisco: nunca pensé que me dirigiría así a un Papa, pero como en tu saludo
inicial no nos llamaste “hijos e hijas” sino “hermanos y hermanas”, siento que
tengo permiso para hacerlo. Y me sale también un tú, aunque llenísimo de
respeto, porque no me imagino llamando de usted a un hermano de verdad y el vos
argentino no me va a salir.
En
el diario “La Nación” del 14 de Marzo he leído que tu elección “ha resultado
balsámica” y me ha parecido un adjetivo perfecto para calificar lo que nos está
pasando desde que nos saludaste desde el balcón, con aquel tono en el que se
mezclaban la timidez y la confianza. Primer efecto balsámico: te vemos
distendido y hasta bromista (¡qué maravilla, un papa con sentido del humor…!),
sin dar en ningún momento la impresión de estar abrumado por el peso de esa
responsabilidad agobiante y desmesurada que los Papas se han ido echando sobre
los hombros, como si les tocara a ellos solos encargarse de toda la Iglesia
universal. Como si no existieran los otros Pastores, como si el pueblo de Dios
fuera un fardo con el que cargar y no una comunidad de hombres y mujeres
capaces de iniciativa y con deseos de participar y de colaborar, como soñamos
con el Concilio.
Tú,
en cambio, estás consiguiendo comunicarnos la convicción de que ese camino que
comienzas lo vas a hacer acompañado por todos nosotros. Qué manera tan
franciscana por lo sencilla y tan ignaciana por su lucidez de señalar un nuevo
estilo eclesial. Porque si lo que deseas es que se nos reconozca por la
fraternidad, el amor y la confianza, empiezan a sobrar y a estorbar (hace
tiempo que a bastantes ya nos estaban sobrando y estorbando…) tantas conductas,
prácticas y costumbres en las que se han ido confundiendo la dignidad con la
magnificencia y lo solemne con lo suntuoso. Resulta una sorpresa balsámica
sentir que ahora te tenemos como cómplice en el deseo de ir cambiando esas
usanzas e inercias que nadie se decidía a declarar obsoletas y ante cuya
incongruencia habían dejado de dispararse las alarmas. No son cuestiones irrelevantes,
son indicadores que revelan una preocupante atrofia de los sensores que
tendrían que haber puesto alerta, hace mucho, de que estaban en contradicción
con los usos de Jesús. Así que bienvenida sea esa tarea que emprendes de volver
a la frescura del Evangelio y a la radicalidad de sus palabras: ya nos estamos
dando cuenta de que, en lo que toca a los pobres, no vas a darnos tregua.
Comienzas
tu camino en momentos de extrema debilidad de la Iglesia: lo mismo que aquel
joven que huyó desnudo en el huerto, a ella le han sido arrancadas las
vestiduras con las que se protegía: secretismo, hermetismo, ocultamiento,
negación de lo evidente. Pero es precisamente ahora, cuando aparece desnuda y
despojada ante la mirada enjuiciadora del mundo, cuando se le presenta
inesperadamente una ocasión maravillosa: la de revestirse por fin, únicamente,
del manto de la gloria de su Señor.
Nos
has confiado la tarea de sostenerte con nuestra oración y en estos momentos
estoy pidiendo para ti unas cuantas cosas: paciencia ante el rastreo que la
prensa está haciendo de tu pasado y que es una consecuencia de lo que dijiste a
los periodistas: “Habéis trabajado ¿eh?, habéis trabajado…”. Pues eso, se han
crecido y siguen trabajando. También pido que no te agobien más de la cuenta
las expectativas descomunales que estás despertando y que te sientas muy libre
(y muy hábil también) para elegir a quienes creas que pueden ayudarte en el
gobierno de la Iglesia, aunque suponga un ERE para la curia.
Vas
a encontrar muchas piedras en ese camino: críticas, resistencias y hasta
zancadillas así que, siguiendo la recomendación de tu preciosa homilía el día
de San José, trata de custodiarte un poco a ti mismo. Y por si no aciertas del
todo, que se ocupen de ello las santas de la Iglesia de Roma: Cecilia, Inés,
Domitila, Tatiana, Agripina, Demetria, Martina, Basilisa, Melania, Anastasia,
Digna, Emérita, Martina, Sabina.
Han
ido a buscarte casi hasta el fin del mundo y ha sido un acierto: gracias por
haber aceptado quedarte, sin poder volver a recoger tus cosas. Menos mal que
los zapatos que llevas parecen cómodos.
Muchos
nos sentimos ahora responsables de rezar por ti, aunque no seamos de tu
diócesis y nos alegra saber que estás también encargado de velar por la Iglesia
universal. De pronto, está recobrando sentido llamar Papa al Obispo de Roma.
Que
el Señor te bendiga, te guarde y derrame sobre ti el bálsamo de su paz.
Dolores Aleixandre RSCJ+
En el nº 2.842 de Vida Nueva.
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